Segun eminentes literatos, dícese del “respeto humano” la forma de proceder, por acción u omisión, en la que, en vez de buscar la verdad según el dictamen de su propia conciencia, la persona se deja llevar por la preocupación de cómo otros reaccionarán, por el miedo a las represalias o por la salvaguarda de sus propios intereses. Se ha escrito mucho sobre los respetos humanos, pero ateniendome a lo que decia André Gide (“Todo está ya dicho; pero, como nadie atiende, hay que repetirlo”), voy a hablar de ello.
Hay muchas personas a las que no hay cosa que más temor les inspire que el miedo a caer mal, a desentonar, a distinguirse, a decirle a tu interlocutor que lo que dice es una bobada o que te lo digan. Cuántas veces ante la burla o ante una sonrisa de desprecio nos hemos callado por respetos humanos. ¿Y que decir ante la injusticia? En este turbulento mundo, imperan los respetos humanos; y esta sociedad de consumo en la que vivimos, y la alianza de los poderosos que alimentan sus intereses, ocasiona que muchas veces la iniquidad y la perversidad sea callada o silenciada por los respetos humanos. Como el famoso miedo a que la tomen contigo. Las multinacionales, con sus politicas agresoras del medio ambiente; muchos gobiernos corruptos de muchos paises; muchas altas instituciones… es el clasico juego del “te doy y me das”, sus intereses les obligan a callar, para ellos obviamente es mucho mas beneficioso y provechoso económicamente el silencio que la denuncia, y que se mantenga el status quo. Su comportamiento no irá nunca presidido por el amor a la verdad, sino por sus dichosos respetos humanos.
La casuística puede llegar a ser infinita. Por ejemplo: ¿Cuántas personas alguna vez han presenciado injusticias, de las cuales todos o casi todos saben quien las comete y por qué, y luego nadie ha denunciado los hechos? Otra vez los respetos humanos. Ante un hecho injusto o delictivo, muchas veces preferimos callar, por miedo a las represalias o a significarnos. ¡Que sea otro el que denuncie!
Y tampoco hay que hilar tan fino; por ejemplo, ante una situación comica o absurda, o cualquier otra situación que se nos pueda presentar: todo el mundo lo sabe y lo piensa; pero luego nadie lo dice, todo el mundo se calla. Una vez en un teatro, hecho real, se presentaba una cantante, y resulta que cantaba francamente mal, desafinando enormemente; lo curioso es que nadie dijo nada.
Indudablemente, como decia Albert Einstein, “la vida es muy peligrosa, no por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”.
Y pienso que los “respetos humanos” son hermanos de la cobardia, y primos hermanos de la estulticia, de la mezquindad y del interés. Y ojo, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Por ello no puedo evitar recordar el famoso cuento de Hans Christian Andersen, titulado “el traje nuevo del emperador”. Dice así:
“Hace muchos años había un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia. No se interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la misma manera que se dice de un rey: “Está en el Consejo”, de nuestro hombre se decía: “El Emperador está en el vestuario”.
La ciudad en que vivía el Emperador era muy alegre y bulliciosa. Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, y una vez se presentaron dos truhanes que se hacían pasar por tejedores, asegurando que sabían tejer las más maravillosas telas. No solamente los colores y los dibujos eran hermosísimos, sino que las prendas con ellas confeccionadas poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida.
-¡Deben ser vestidos magníficos! -pensó el Emperador-. Si los tuviese, podría averiguar qué funcionarios del reino son ineptos para el cargo que ocupan. Podría distinguir entre los inteligentes y los tontos. Nada, que se pongan enseguida a tejer la tela-. Y mandó abonar a los dos pícaros un buen adelanto en metálico, para que pusieran manos a la obra cuanto antes.
Ellos montaron un telar y simularon que trabajaban; pero no tenían nada en la máquina. A pesar de ello, se hicieron suministrar las sedas más finas y el oro de mejor calidad, que se embolsaron bonitamente, mientras seguían haciendo como que trabajaban en los telares vacíos hasta muy entrada la noche.
«Me gustaría saber si avanzan con la tela»-, pensó el Emperador. Pero había una cuestión que lo tenía un tanto cohibido, a saber, que un hombre que fuera estúpido o inepto para su cargo no podría ver lo que estaban tejiendo. No es que temiera por sí mismo; sobre este punto estaba tranquilo; pero, por si acaso, prefería enviar primero a otro, para cerciorarse de cómo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban impacientes por ver hasta qué punto su vecino era estúpido o incapaz.
«Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores -pensó el Emperador-. Es un hombre honrado y el más indicado para juzgar de las cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay quien desempeñe el cargo como él».
El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala ocupada por los dos embaucadores, los cuales seguían trabajando en los telares vacíos. «¡Dios nos ampare! -pensó el ministro para sus adentros, abriendo unos ojos como naranjas-. ¡Pero si no veo nada!». Sin embargo, no soltó palabra.
Los dos fulleros le rogaron que se acercase y le preguntaron si no encontraba magníficos el color y el dibujo. Le señalaban el telar vacío, y el pobre hombre seguía con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada había. «¡Dios santo! -pensó-. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No, desde luego no puedo decir que no he visto la tela». -¿Qué? ¿No dice Vuecencia nada del tejido? -preguntó uno de los tejedores.
-¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el viejo ministro mirando a través de los lentes-. ¡Qué dibujo y qué colores! Desde luego, diré al Emperador que me ha gustado extraordinariamente.-Nos da una buena alegría -respondieron los dos tejedores, dándole los nombres de los colores y describiéndole el raro dibujo. El viejo tuvo buen cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria para poder repetirlas al Emperador; y así lo hizo.Los estafadores pidieron entonces más dinero, seda y oro, ya que lo necesitaban para seguir tejiendo. Todo fue a parar a sus bolsillos, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos continuaron, como antes, trabajando en las máquinas vacías.
Poco después el Emperador envió a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado de la tela e informarse de si quedaría pronto lista. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y miró, pero como en el telar no había nada, nada pudo ver.
-¿Verdad que es una tela bonita? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el precioso dibujo que no existía.
«Yo no soy tonto -pensó el hombre-, y el empleo que tengo no lo suelto. Sería muy fastidioso. Es preciso que nadie se dé cuenta». Y se deshizo en alabanzas de la tela que no veía, y ponderó su entusiasmo por aquellos hermosos colores y aquel soberbio dibujo.-¡Es digno de admiración! -dijo al Emperador.
Todos los moradores de la capital hablaban de la magnífica tela, tanto, que el Emperador quiso verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar. Seguido de una multitud de personajes escogidos, entre los cuales figuraban los dos probos funcionarios de marras, se encaminó a la casa donde paraban los pícaros, los cuales continuaban tejiendo con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilados.
-¿Verdad que es admirable? -preguntaron los dos honrados dignatarios-. Fíjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos -y señalaban el telar vacío, creyendo que los demás veían la tela.
«¡Cómo! -pensó el Emperador-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tan tonto? ¿Acaso no sirvo para emperador? Sería espantoso».
-¡Oh, sí, es muy bonita! -dijo-. Me gusta, la apruebo-. Y con un gesto de agrado miraba el telar vacío; no quería confesar que no veía nada.
Todos los componentes de su séquito miraban y remiraban, pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante, todo era exclamar, como el Emperador: -¡oh, qué bonito!-, y le aconsejaron que estrenase los vestidos confeccionados con aquella tela en la procesión que debía celebrarse próximamente. -¡Es preciosa, elegantísima, estupenda!- corría de boca en boca, y todo el mundo parecía extasiado con ella.
El Emperador concedió una condecoración a cada uno de los dos bribones para que se las prendieran en el ojal, y los nombró tejedores imperiales.
Durante toda la noche que precedió al día de la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados, con dieciséis lámparas encendidas, para que la gente viese que trabajaban activamente en la confección de los nuevos vestidos del Soberano. Simularon quitar la tela del telar, cortarla con grandes tijeras y coserla con agujas sin hebra; finalmente, dijeron: -¡Por fin, el vestido está listo!
Llegó el Emperador en compañía de sus caballeros principales, y los dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:
-Esto son los pantalones. Ahí está la casaca. -Aquí tienen el manto... Las prendas son ligeras como si fuesen de telaraña; uno creería no llevar nada sobre el cuerpo, mas precisamente esto es lo bueno de la tela.
-¡Sí! -asintieron todos los cortesanos, a pesar de que no veían nada, pues nada había.-¿Quiere dignarse Vuestra Majestad quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones- para que podamos vestirle el nuevo delante del espejo?
Quitose el Emperador sus prendas, y los dos simularon ponerle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendían haber terminado poco antes. Y cogiendo al Emperador por la cintura, hicieron como si le atasen algo, la cola seguramente; y el Monarca todo era dar vueltas ante el espejo.
-¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaban todos-. ¡Vaya dibujo y vaya colores! ¡Es un traje precioso!
-El palio bajo el cual irá Vuestra Majestad durante la procesión, aguarda ya en la calle - anunció el maestro de Ceremonias.
-Muy bien, estoy a punto -dijo el Emperador-. ¿Verdad que me sienta bien? - y volviose una vez más de cara al espejo, para que todos creyeran que veía el vestido.
Los ayudas de cámara encargados de sostener la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla, y avanzaron con ademán de sostener algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no veían nada. Y de este modo echó a andar el Emperador bajo el magnífico palio, mientras el gentío, desde la calle y las ventanas, decía:-¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo!
Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje del Monarca había tenido tanto éxito como aquél.
-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.
-¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño.
-¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!
-¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.
Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola”.
Hay muchas personas a las que no hay cosa que más temor les inspire que el miedo a caer mal, a desentonar, a distinguirse, a decirle a tu interlocutor que lo que dice es una bobada o que te lo digan. Cuántas veces ante la burla o ante una sonrisa de desprecio nos hemos callado por respetos humanos. ¿Y que decir ante la injusticia? En este turbulento mundo, imperan los respetos humanos; y esta sociedad de consumo en la que vivimos, y la alianza de los poderosos que alimentan sus intereses, ocasiona que muchas veces la iniquidad y la perversidad sea callada o silenciada por los respetos humanos. Como el famoso miedo a que la tomen contigo. Las multinacionales, con sus politicas agresoras del medio ambiente; muchos gobiernos corruptos de muchos paises; muchas altas instituciones… es el clasico juego del “te doy y me das”, sus intereses les obligan a callar, para ellos obviamente es mucho mas beneficioso y provechoso económicamente el silencio que la denuncia, y que se mantenga el status quo. Su comportamiento no irá nunca presidido por el amor a la verdad, sino por sus dichosos respetos humanos.
La casuística puede llegar a ser infinita. Por ejemplo: ¿Cuántas personas alguna vez han presenciado injusticias, de las cuales todos o casi todos saben quien las comete y por qué, y luego nadie ha denunciado los hechos? Otra vez los respetos humanos. Ante un hecho injusto o delictivo, muchas veces preferimos callar, por miedo a las represalias o a significarnos. ¡Que sea otro el que denuncie!
Y tampoco hay que hilar tan fino; por ejemplo, ante una situación comica o absurda, o cualquier otra situación que se nos pueda presentar: todo el mundo lo sabe y lo piensa; pero luego nadie lo dice, todo el mundo se calla. Una vez en un teatro, hecho real, se presentaba una cantante, y resulta que cantaba francamente mal, desafinando enormemente; lo curioso es que nadie dijo nada.
Indudablemente, como decia Albert Einstein, “la vida es muy peligrosa, no por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”.
Y pienso que los “respetos humanos” son hermanos de la cobardia, y primos hermanos de la estulticia, de la mezquindad y del interés. Y ojo, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Por ello no puedo evitar recordar el famoso cuento de Hans Christian Andersen, titulado “el traje nuevo del emperador”. Dice así:
“Hace muchos años había un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia. No se interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la misma manera que se dice de un rey: “Está en el Consejo”, de nuestro hombre se decía: “El Emperador está en el vestuario”.
La ciudad en que vivía el Emperador era muy alegre y bulliciosa. Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, y una vez se presentaron dos truhanes que se hacían pasar por tejedores, asegurando que sabían tejer las más maravillosas telas. No solamente los colores y los dibujos eran hermosísimos, sino que las prendas con ellas confeccionadas poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida.
-¡Deben ser vestidos magníficos! -pensó el Emperador-. Si los tuviese, podría averiguar qué funcionarios del reino son ineptos para el cargo que ocupan. Podría distinguir entre los inteligentes y los tontos. Nada, que se pongan enseguida a tejer la tela-. Y mandó abonar a los dos pícaros un buen adelanto en metálico, para que pusieran manos a la obra cuanto antes.
Ellos montaron un telar y simularon que trabajaban; pero no tenían nada en la máquina. A pesar de ello, se hicieron suministrar las sedas más finas y el oro de mejor calidad, que se embolsaron bonitamente, mientras seguían haciendo como que trabajaban en los telares vacíos hasta muy entrada la noche.
«Me gustaría saber si avanzan con la tela»-, pensó el Emperador. Pero había una cuestión que lo tenía un tanto cohibido, a saber, que un hombre que fuera estúpido o inepto para su cargo no podría ver lo que estaban tejiendo. No es que temiera por sí mismo; sobre este punto estaba tranquilo; pero, por si acaso, prefería enviar primero a otro, para cerciorarse de cómo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban impacientes por ver hasta qué punto su vecino era estúpido o incapaz.
«Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores -pensó el Emperador-. Es un hombre honrado y el más indicado para juzgar de las cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay quien desempeñe el cargo como él».
El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala ocupada por los dos embaucadores, los cuales seguían trabajando en los telares vacíos. «¡Dios nos ampare! -pensó el ministro para sus adentros, abriendo unos ojos como naranjas-. ¡Pero si no veo nada!». Sin embargo, no soltó palabra.
Los dos fulleros le rogaron que se acercase y le preguntaron si no encontraba magníficos el color y el dibujo. Le señalaban el telar vacío, y el pobre hombre seguía con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada había. «¡Dios santo! -pensó-. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No, desde luego no puedo decir que no he visto la tela». -¿Qué? ¿No dice Vuecencia nada del tejido? -preguntó uno de los tejedores.
-¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el viejo ministro mirando a través de los lentes-. ¡Qué dibujo y qué colores! Desde luego, diré al Emperador que me ha gustado extraordinariamente.-Nos da una buena alegría -respondieron los dos tejedores, dándole los nombres de los colores y describiéndole el raro dibujo. El viejo tuvo buen cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria para poder repetirlas al Emperador; y así lo hizo.Los estafadores pidieron entonces más dinero, seda y oro, ya que lo necesitaban para seguir tejiendo. Todo fue a parar a sus bolsillos, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos continuaron, como antes, trabajando en las máquinas vacías.
Poco después el Emperador envió a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado de la tela e informarse de si quedaría pronto lista. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y miró, pero como en el telar no había nada, nada pudo ver.
-¿Verdad que es una tela bonita? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el precioso dibujo que no existía.
«Yo no soy tonto -pensó el hombre-, y el empleo que tengo no lo suelto. Sería muy fastidioso. Es preciso que nadie se dé cuenta». Y se deshizo en alabanzas de la tela que no veía, y ponderó su entusiasmo por aquellos hermosos colores y aquel soberbio dibujo.-¡Es digno de admiración! -dijo al Emperador.
Todos los moradores de la capital hablaban de la magnífica tela, tanto, que el Emperador quiso verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar. Seguido de una multitud de personajes escogidos, entre los cuales figuraban los dos probos funcionarios de marras, se encaminó a la casa donde paraban los pícaros, los cuales continuaban tejiendo con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilados.
-¿Verdad que es admirable? -preguntaron los dos honrados dignatarios-. Fíjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos -y señalaban el telar vacío, creyendo que los demás veían la tela.
«¡Cómo! -pensó el Emperador-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tan tonto? ¿Acaso no sirvo para emperador? Sería espantoso».
-¡Oh, sí, es muy bonita! -dijo-. Me gusta, la apruebo-. Y con un gesto de agrado miraba el telar vacío; no quería confesar que no veía nada.
Todos los componentes de su séquito miraban y remiraban, pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante, todo era exclamar, como el Emperador: -¡oh, qué bonito!-, y le aconsejaron que estrenase los vestidos confeccionados con aquella tela en la procesión que debía celebrarse próximamente. -¡Es preciosa, elegantísima, estupenda!- corría de boca en boca, y todo el mundo parecía extasiado con ella.
El Emperador concedió una condecoración a cada uno de los dos bribones para que se las prendieran en el ojal, y los nombró tejedores imperiales.
Durante toda la noche que precedió al día de la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados, con dieciséis lámparas encendidas, para que la gente viese que trabajaban activamente en la confección de los nuevos vestidos del Soberano. Simularon quitar la tela del telar, cortarla con grandes tijeras y coserla con agujas sin hebra; finalmente, dijeron: -¡Por fin, el vestido está listo!
Llegó el Emperador en compañía de sus caballeros principales, y los dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:
-Esto son los pantalones. Ahí está la casaca. -Aquí tienen el manto... Las prendas son ligeras como si fuesen de telaraña; uno creería no llevar nada sobre el cuerpo, mas precisamente esto es lo bueno de la tela.
-¡Sí! -asintieron todos los cortesanos, a pesar de que no veían nada, pues nada había.-¿Quiere dignarse Vuestra Majestad quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones- para que podamos vestirle el nuevo delante del espejo?
Quitose el Emperador sus prendas, y los dos simularon ponerle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendían haber terminado poco antes. Y cogiendo al Emperador por la cintura, hicieron como si le atasen algo, la cola seguramente; y el Monarca todo era dar vueltas ante el espejo.
-¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaban todos-. ¡Vaya dibujo y vaya colores! ¡Es un traje precioso!
-El palio bajo el cual irá Vuestra Majestad durante la procesión, aguarda ya en la calle - anunció el maestro de Ceremonias.
-Muy bien, estoy a punto -dijo el Emperador-. ¿Verdad que me sienta bien? - y volviose una vez más de cara al espejo, para que todos creyeran que veía el vestido.
Los ayudas de cámara encargados de sostener la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla, y avanzaron con ademán de sostener algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no veían nada. Y de este modo echó a andar el Emperador bajo el magnífico palio, mientras el gentío, desde la calle y las ventanas, decía:-¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo!
Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje del Monarca había tenido tanto éxito como aquél.
-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.
-¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño.
-¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!
-¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.
Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola”.
Se me ocurren algunas cuestiones:
1.- ¿No os recuerda este cuento alguna situación o situaciones que conozcais?
2.- ¿Quién será el primero que se atreva a decir “¡Pero si no lleva nada puesto!”?
3.- "La verdad os hará libres". Adininanza: ¿Quien pronunció esta famosa frase?
Saludos.
.
16 comentarios:
Hipocresía, de eso estamos fabricando continuamente nuestro traje, hablamos pero no hacemos nada por remediar las injusticias... mientras las cosas no nos toquen de cerca, realmente ni nos inmutamos...
Somos tan pequeños y nos creemos tan grandes...
La frase es de Jesus, si no recuerdo mal, soy mala cristina, pero me parece.
Besos, niño y buenas noches
Siempre hay y habrá personas que por miedo o falsedad nunca dirán la verdad.
Esa es la diferencia cuando un gobernante, gobierna con autoridad y que gobierne en base al temor.
Hoy en día hay más de uno que no le dice la verdad a sus gobernantes, por miedo a perder su trabajo.
Solo los grandes hombres, pueden llegar hacer respetados por sus subalternos, y por ese mismo respeto ellos siempre le dirán la verdad.
Por eso Jesús dijo y la verdad os hará libres.
Saludos.
Excelente cuento.
Esa de "Todo está ya dicho; pero, como nadie atiende, hay que repetirlo”, la digo en clase a mis alumnos. Y se cumple al 100%.
Un cuento que en la niñez, siempre, me hizo mucha gracia y, como todos, contenían enseñanzas...En este caso, el temor a contradecir, la hipocresía que comentaba Dianna o la autoridad en el gobierno que apuntaba Roy...Todo son la misma cara de la moneda.
Besos
Eso está al orden del día. Como mucho miramos para otro lado y ya está.
Saludos.
me encantó el escrito.nos creemos siempre mas de lo que somos cuan cierto!
Pues voy a ser la amapola en este campo de trigo; yo siempre distinguiría el " callar" por miedo ( que tiene un "perdón"- sea timidez o simmplemente miedo en sí, sentimiento difícil de controlar) y el callar por hipocresía, orgullo...
Soy de los que veo la botella medio llena??
no os creais, pero soy tímida.
Besos
Me recuerda a aquella historia de una reina coja a la que nadie se atrevía a decírselo, hasta que hubo uno que apostó a que él se lo diría y nadie le creyó. Total, que el tío se plantó ante la reina con un ramo de flores y le dijo: "Entre estas bellas flores su majestad escoja (es coja)". Total, que se lo dijo, pero de una forma disfrazada que no sé si la reina captó, ¡ja,ja!
Muy, muy bueno tu artículo!
En realidad, detrás del respeto y otros términos tan ambiguos, se esconden la cobardía, la estulticia y todos sus parientes cercanos y lejanos!!!
Estos escritos me encantan en lo personal. De alguna manera hay que tomar postura en la vida, decir de qué lado estamos y darlo a conocer.
En una palabra Cornelivs, El traje nuevo del emperador, ha sido muy de mi gusto y te lo agradezco muchísimo amigo!
Recibí un abrazote!
Es la suerte de no ser emperador, ni de comprarse trajes (algo bueno tenía que tener los jerseys)
Ay dios... hay que ver la de tontuna que ha habido y que siempre habrá sobre lo alto de la tierra, verdad?
Saludos amigo!
A veces me pregunto qué fue primero: ¿el huevo o maquiavelo?
Un abrazo
La verda siempre está ahí, golpeando cada puerta, pocos abrimos..y los que abrimos la dejamos que se siente en un rincón y que no se mueva de ahí...ya lo dijiste tú y alguien más: el que esté libre de ello que tire la primera piedra....
..Solemos ser "esclavos" de "nuestra" propia verdad, es lo que hay....
Gracias por pasarte.
Al blog de lycans no puedo acceder, no sé el por qué.
Añadirme como favorito? y eso cómo se hace?
Saluditos desde lejos.
amelche, carajo!! q bueno jajaja.
Somos inmunes a lo que pasa a nuestro alrededor siempre y cuando no nos salpique, es triste.
Por cierto, nible de roma, voy a empezar a leerte a ti el primero porque llego cansao y me cuestan estos post tan largos que enciman me enganchan hasta el final jejeje
un lobo miedoso
DIANNA: "Somos tan pequeños y nos creemos tan grandes..." me ha encantado esta frase tuya. Asi es, mientras a nosotros no nos toque...
ufff, que barbaridad.Besos.
ROY JIMENEZ: Coincido plenamente contigo. Un cordial saludo.
SUPERSALVAJUAN: ¿Verdad que la frase es una "gran verdad"? Un saludo.
OTEABA: Todos son la misma cara de la moneda, es verdad. Triste cara. Besos.
JUAN LUIS: Que pena, verdad? Un cordial saludo.
MI DESPERTAR: ¡Me alegro de verte de nuevo! Un saludo.
AMIG@ MI@. Tambien tienes razón, muchas veces pasa eso, es cierto. UN BESO.
AMELCHE: Ja ja ja, ignoraba esa anecdota de "escoja", me ha gustado, fantastica! Un cordial saludo.
SUSANA, mi querida amiga: Dices que "De alguna manera hay que tomar postura en la vida, decir de qué lado estamos y darlo a conocer". AHI ESTA. Totalmente de acuerdo contigo. Pero, ¿quien sera el primer niño que diga: ¡Pero si no lleva nada puesto! ¿Donde esta nuestra valentia y nuestro coraje?
Y las gracias te las doy yo a ti, es un honor para mi que te gusten mis post. UN ABRAZO ENORME.
HIPERION: Lo se, amigo, y esa tontuna que siempre habrá muchas veces hace que me invada la desesperanza. Un cordial saludo.
SANTERO: ¡Muy buena pregunta, si señor! Un abrazo.
JINETE PALIDO: Asi es, por desgracia, pero deberiamos hacer algo por intentar cambiarlo. Un saludo.
LYCANS: Si, es cierto, el cuento de amelche es muy bueno, me ha gustado un montón. Gracias por estar siempre, amigo. Un abrazo.
Esta historia del traje del emperador ya la había leído yo no sé donde, y es verdad la gente qué falsa es a veces por miedo a decir la verdad, en este caso sólo se atrevió un niño ya ves.Muchas veces alguien hace el ridiculo porque nadie se atreve a decirle llevas algo pegado en la espalda, en la cara... y el otro sigue ahí tan feliz.Decir la verdad es de valientes y debíamos de hacerlo más a menudo..
besos
Creo que el respeto humano consiste justamente en decir la verdad. De la manera adecuada y en el momento preciso, claro. No por franco, ir por la vida atropellando como en una estampida.
Los habitantes del reino del emperador desnudo, no hablaban, no por respeto o hipocresía, sino por temor.
En ocasiones, amigo, hay que elegir entre callar o perder la vida. Entonces, debe evaluarse si lo que se pretende decir es tan importante como para pagar un precio tan alto.
Ahora, el querer ser amado por todos, es tan narcisista que raya en lo ridículo.
Cuando uno dice la verdad, generalmente, entra en riesgo de quedarse a solas. Ser diferente, salirse del rebaño, como mencionaba hace poco en mi blog. Pero hay que asumir los criterios que nos habitan, como muestra de respeto hacia nosotros mismos y hacia el otro.
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