Poco después, entre los vapores del vino, con los ojos vidriosos y las manos en la cabeza, recordó a muchos de sus compañeros de armas que se habían alistado con el, hace ya tanto tiempo, y que le habían precedido en su viaje al Hades: Quinto Fabio, sextuplicarii de la Legio II Alaudae, o Alondra, que había fallecido en la batalla de Thapsus, en África acribillado por casi 30 flechas; Casio Claudio, de la Legio XII Fulminata, o Fulminante, fallecido en Armenia, nunca encontraron su cabeza; o Quinto Metelo, de la Legio VI Victrix, fiel a Augusto, que había fallecido en Actium; y tantos otros. Pero sobre todo, de quien más se acordaba era de su propio hermano de sangre, de su hermano mayor: Marco, que fue Mensajero de la Legio X Gemina, o Gemela, la favorita de Cesar, y que murió muy joven. No llegaria a cruzar el Rubicón. Cuando fue a dar una embajada al Rey de los Avernos, en la Galia, éstos lo trocearon y catapultaron sus restos desmembrados, uno a uno, hacia el Campamento Romano.
No obstante, sonrió con placer al recordar sus buenas vivencias juntos, cuando solo eran soldados; miró al cielo y pidió a los dioses que fueran misericordiosos con ellos: habían sido muy buenos legionarios. Se consoló un tanto, y pensó para si: “pronto nos veremos, hermanos y beberemos juntos, como hace tantos años.” Finalmente se fue a dormir, pero soñó de nuevo con ella.
Al dia siguiente se levantó muy temprano siguiendo su costumbre, pues apenas las primeras luces de la aurora habían comenzado a iluminar el horizonte. Solo la tabernera estaba despierta. Vistió su uniforme reglamentario, pagó el importe de su hospedaje, se dirigió a la cabelleriza y montando a su caballo tomó el camino de Tarraco.
Se sentía muy extraño, todo era nuevo para él y le llevaría su tiempo adaptarse a su nueva situación. Durante 25 años había recorrido todos los caminos de Europa pendiente de cada cima, de cada valle, enviando sin cesar a los exploradores para reconocer el terreno, sujeto a extremas medidas de vigilancia y a la rutina militar. Y ahora no: viajaba solo, ya no tenía tareas que hacer, y en aquella zona de Hispania todo estaba tranquilo. Le gustó contemplar el paisaje. No solo lo miraba: estaba aprendiendo a disfrutarlo, y como todo le parecía tan distinto se fijaba en detalles que siempre había ignorado.
Así, con buen ánimo, siguió su camino y se obligó a si mismo a no pensar en Iulia, ignorando lo que pronto le depararía el destino. Pero sus pensamientos no lo dejaban tranquilo: por un lado era ciudadano de Roma, un patriota que tenía fe de su pais y lo amaba, y lo había defendido con pasión, exponiendo muchas veces su propia vida. Pero por otro lado, y por primera vez en mucho tiempo, comenzó a sentirse como un ser humano, y no como un Centurión, jefe de legionarios. Era una extraña sensación. Luego consideró de nuevo su estado: habia dado su vida a la Legión, había estado entre la vida y la muerte en catorce ocasiones; y ahora Roma le pagaba con vejez, soledad, un buen puñado de monedas y con unas cuentas leguas de tierra. Pero no obstante se consoló: muchos se quedaron en el camino. En fin, su vida ahora era otra y tenía que aceptarlo.
Poco le faltaba para llegar al Acuartelamiento de Tarraco, cosa de 15 millas, cuando observó una gran polvareda. Se detuvo al borde del camino y esperó. Creyó divisar a lo lejos a varios aquiliferi, que portaban las Aguilas Imperiales. Ello significaba que una Legión venia de camino. Y así fue, pues no tardaron en aparecer los signifiers, vexillarius y demás portaestandartes de dicha Legión, cuyo emblema era un lobo con gemelos, lo cual le indujo a pensar que se trataba de la Legio VI Ferrata Fidelis. Y asi era. Un tribuno se adelantó y ambos se saludaron al estilo militar. Aquella Legión venia de la Germania Inferior y se dirigían a marchas forzadas a embarcar en el Puerto de Saguntum, único puerto operativo tras el vendaval de agua del pasado invierno, rumbo a Africa, las cosas se habían puesto mal allí otra vez con los mucsulami. Tras un nuevo saludo, el tribuno volvió a su legión.
Presenció el orden de marcha de la legión, que él tan bien conocía: primero llegaron las tropas auxiliares, después la vanguardia: el grueso de la legión. Eran soldados muy jóvenes, y muchos de ellos sangraban por los pies debido a la larga marcha. Luego divisó a los diez hombres de cada centuria que siempre transportaban los instrumentos necesarios para la construcción del campamento. Mas atrás el equipaje del General y de sus asistentes, detrás venia el General, con su guardia personal, quienes le saludaron con un breve movimiento de cabeza. Finalmente los oficiales superiores, como legados, tribunos y prefectos auxiliares. Unos 5000 hombres, en total.
El corazón del viejo centurión se inflamó de orgullo y de alegría, y se quedó erguido en su caballo, saludándolos con el brazo en alto, solemne, marcial, con gesto adusto. Sintió una gran nostalgia al ver a sus compañeros alejarse.
Por un momento creyó sentirse rejuvenecer y deseó irse con ellos. Pero fue solo un instante: pronto recordó su estado actual. Sus días de gloria ya habían pasado. Recordó el horror que les esperaba. Y les deseó suerte, de todo corazón. Muchos de ellos jamás volverían. Y aunque él siempre había despreciado a la muerte, pues había coqueteado de cerca con ella en muchísimas ocasiones, no pudo evitar sentir algo de pena hacia aquellos soldados, eran demasiado jóvenes, muchos de ellos no habrían cumplido aún los veinte años de edad.
Llegó a Tarraco y se dirigió directamente al Acuartelamiento. Al ver su uniforme y su rango, abrieron inmediatamente el portón y se dirigió al Puesto de Mando.
-Se presenta Lucio Druso Medulino, Centurión, Primipilus de la 1ª Cohorte de la Legion IX Hispana.
Casi al instante, un Suboficial acudió con presteza.
-¡Lucio! ¡Por Jupiter, eres tu, me dijeron que habías muerto en Germania!
-¡Publio! Y a mi que falleciste en Macedonia.
Olvidando el Protocolo, se fundieron en un abrazo.
-Tenemos mucho de que hablar, hermano.
Saludos.
Al dia siguiente se levantó muy temprano siguiendo su costumbre, pues apenas las primeras luces de la aurora habían comenzado a iluminar el horizonte. Solo la tabernera estaba despierta. Vistió su uniforme reglamentario, pagó el importe de su hospedaje, se dirigió a la cabelleriza y montando a su caballo tomó el camino de Tarraco.
Se sentía muy extraño, todo era nuevo para él y le llevaría su tiempo adaptarse a su nueva situación. Durante 25 años había recorrido todos los caminos de Europa pendiente de cada cima, de cada valle, enviando sin cesar a los exploradores para reconocer el terreno, sujeto a extremas medidas de vigilancia y a la rutina militar. Y ahora no: viajaba solo, ya no tenía tareas que hacer, y en aquella zona de Hispania todo estaba tranquilo. Le gustó contemplar el paisaje. No solo lo miraba: estaba aprendiendo a disfrutarlo, y como todo le parecía tan distinto se fijaba en detalles que siempre había ignorado.
Así, con buen ánimo, siguió su camino y se obligó a si mismo a no pensar en Iulia, ignorando lo que pronto le depararía el destino. Pero sus pensamientos no lo dejaban tranquilo: por un lado era ciudadano de Roma, un patriota que tenía fe de su pais y lo amaba, y lo había defendido con pasión, exponiendo muchas veces su propia vida. Pero por otro lado, y por primera vez en mucho tiempo, comenzó a sentirse como un ser humano, y no como un Centurión, jefe de legionarios. Era una extraña sensación. Luego consideró de nuevo su estado: habia dado su vida a la Legión, había estado entre la vida y la muerte en catorce ocasiones; y ahora Roma le pagaba con vejez, soledad, un buen puñado de monedas y con unas cuentas leguas de tierra. Pero no obstante se consoló: muchos se quedaron en el camino. En fin, su vida ahora era otra y tenía que aceptarlo.
Poco le faltaba para llegar al Acuartelamiento de Tarraco, cosa de 15 millas, cuando observó una gran polvareda. Se detuvo al borde del camino y esperó. Creyó divisar a lo lejos a varios aquiliferi, que portaban las Aguilas Imperiales. Ello significaba que una Legión venia de camino. Y así fue, pues no tardaron en aparecer los signifiers, vexillarius y demás portaestandartes de dicha Legión, cuyo emblema era un lobo con gemelos, lo cual le indujo a pensar que se trataba de la Legio VI Ferrata Fidelis. Y asi era. Un tribuno se adelantó y ambos se saludaron al estilo militar. Aquella Legión venia de la Germania Inferior y se dirigían a marchas forzadas a embarcar en el Puerto de Saguntum, único puerto operativo tras el vendaval de agua del pasado invierno, rumbo a Africa, las cosas se habían puesto mal allí otra vez con los mucsulami. Tras un nuevo saludo, el tribuno volvió a su legión.
Presenció el orden de marcha de la legión, que él tan bien conocía: primero llegaron las tropas auxiliares, después la vanguardia: el grueso de la legión. Eran soldados muy jóvenes, y muchos de ellos sangraban por los pies debido a la larga marcha. Luego divisó a los diez hombres de cada centuria que siempre transportaban los instrumentos necesarios para la construcción del campamento. Mas atrás el equipaje del General y de sus asistentes, detrás venia el General, con su guardia personal, quienes le saludaron con un breve movimiento de cabeza. Finalmente los oficiales superiores, como legados, tribunos y prefectos auxiliares. Unos 5000 hombres, en total.
El corazón del viejo centurión se inflamó de orgullo y de alegría, y se quedó erguido en su caballo, saludándolos con el brazo en alto, solemne, marcial, con gesto adusto. Sintió una gran nostalgia al ver a sus compañeros alejarse.
Por un momento creyó sentirse rejuvenecer y deseó irse con ellos. Pero fue solo un instante: pronto recordó su estado actual. Sus días de gloria ya habían pasado. Recordó el horror que les esperaba. Y les deseó suerte, de todo corazón. Muchos de ellos jamás volverían. Y aunque él siempre había despreciado a la muerte, pues había coqueteado de cerca con ella en muchísimas ocasiones, no pudo evitar sentir algo de pena hacia aquellos soldados, eran demasiado jóvenes, muchos de ellos no habrían cumplido aún los veinte años de edad.
Llegó a Tarraco y se dirigió directamente al Acuartelamiento. Al ver su uniforme y su rango, abrieron inmediatamente el portón y se dirigió al Puesto de Mando.
-Se presenta Lucio Druso Medulino, Centurión, Primipilus de la 1ª Cohorte de la Legion IX Hispana.
Casi al instante, un Suboficial acudió con presteza.
-¡Lucio! ¡Por Jupiter, eres tu, me dijeron que habías muerto en Germania!
-¡Publio! Y a mi que falleciste en Macedonia.
Olvidando el Protocolo, se fundieron en un abrazo.
-Tenemos mucho de que hablar, hermano.
Saludos.
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24 comentarios:
así es Publius, tenemos tanto de qué hablar... la historia se funde en el relato de batallas y vidas entregadas a un Imperio que se licuó en pocas horas... por las incapacidades propias del poder desgastado, sin tener en cuenta que había demorado dos mil años en construirse. ROMA. Gracias amigo CORNELIVS, sería bueno acompañar este relato con la música de ENYA, la que ha logrado conjugar el destino del gladiador, mezclándolo en las leyendas celtas, caras a mis sentimientos. Un abrazo romano. Víctor
Cornelivs,cada vez mas interesante
Encuentro importante,quizas lo ayude a mejor su animo;o definir que hacer ... ??? veremos, veremos.Espero la proxima entrega.Te dejo Un Beso.Silvi.
Muy buena historia. la descripción de la legión, formidable!un abrazo!
Veo que te has entregado con pasión a la historia del centurión (del mismo modo que lo hiciste con el Manifiesto). Esa es tu característica :-)
Un abrazo.
Antón.
Llegué casi corriendo para no perderme la historia, cuanta pasión al hablar de centurión, y me imagino todo lo que has de aportar en lo que sigue.
Un saludo!
P.D. feliciades por lo que sigue sucediendo con el manifiesto.
Me encanta la continuación, que el sobreviva y se lleve la sorpresa de encontrarse a su amigo vivo..Lo escribes tan bien que parece que hayas estado en la piel de un centurión de verdad..
besitos
Todo un reportaje, pero lo que más me gusta, ya lo sabes, es lo que no queda escrito, el cómo describes los sentimientos y como imperceptiblemente nos llegan a nosotros ...
Besos
Gracias por el relato je. Muy bueno...esperemos el siguiente paso.
Besos y amor
je
Excelente relato.
Un abrazo solidario desde la otra orilla del Rubicón ;-)
Muy buen relato. Iré pasando, con tu permiso. Un saludo!
Qué bien describes la vida de un centuríón en aquellos tiempos.
Una de las cosas que les hacía fuertes era, precisamente, el compañerismo.
Soberbio relato, digno de un centurión de la edad moderna, que seguro, ha sobrevivido también a mil batallas.
Confío en leer la continuación.
José María
Me descubro ante ti, amigo Plubius Cornelivs. Estás hilbanando un excelente relato digno de los mejores historiadores.
No sólo nos enseñas lo que fue aquella Roma imperial a la que tanto debemos (para bien y para mal), sino que también nos muestras una historia conmovedora y magistralmente lograda.
Mis felicitaciones.
Un abrazo.
Apasionante relato por entregas, Cornelivs... estamos expectantes ante este encuentro entre estos dos Amigos...
Un baiser Cornelivs.
Esto está tomando unos tintes épicos tremendos, ya la estoy viendo en las carteleras.
En éste como en los otros relatos haces que mi imaginación se transforme en una película en mi cabeza y visione a cada uno de los personajes
Un cariño
Noe
Vaya, vaya... pues sí que me has sorprendido. Que lo romano te gustase era sabido; que te gusta escribir, también; pero que entretejieras una historia tan hermosa, eso yo no lo conocía. Estaré pendiente de la continuación. ¡Enhorabuena! Y ¡¡¡Feliz Día de San Valentin!!!
Estupendo texto...sigue así que nos dejas expectantes a todos.
besos
hola!me encanta la historia..
pero tu texto es perfecto..atrapante y lo describes genial ...
adelante. nos seguimos visitando..
besos.
silvia cloud
Muy bien, ya va mejorando la cosa. Ya sabía yo que había esperanzas para el centurión.
" sus dias de gloria habian pasado"
llego el momento para nuestro querido Centurion, de evaluar un cambio de ruta. Mejor dicho, de comenzar una nueva etapa, una mas serena...nunca es tarde.
Un fuerte abrazo y que pases un lindo San Valentin con tu amada.
PD Estoy atenta a la apertura del blog hoy.
SALUD EQUITATIVA: Si, y sera un placer hablar contigo e intercambiar puntos de vista. Un abrazo.
REIKIJAI: Pronto vendrá la proxima entrega. Besos.
MODERATO: Gracias amigo, un honor que te haya gustado. Un abrazo.
ANTON DE MUROS: Si, amigo, tenia ganas de escribir algo de este tipo. Un abrazo.
VANE: Gracias amiga, y otro cordial saludo para ti.
ESTHER: Si, lo cierto es que este personaje me gusta. Ya veremos lo que pasa. Un abrazo.
AMIGA MIA: Me encanta que los percibais, de eso se trataba. Un beso.
SEDEMIUQSE: Gracias, un beso.
FRANCISCO O. CAMPILLO: Gracias amigo, otro abrazo solidario para ti.
DAVID: Siempre serás bienvenido, amigo. Un cordial saludo.
PEDRO OJEDA ESCUDERO: Gracias Pedro, eres muy amable. Asi era, el compañerismo era fundamental en ellos. Un cordial saludo.
GENIALSIEMPRE: Gracias por tu amabilidad, amigo. La leeras, seguro que si. Un abrazo.
PEDRO: Gracias, querido amigo, me ruborizas. Me alegro de que te haya gustado. Un abrazo.
SELMA: Gracias Selma, mi amiga, otro abrazo par ti.
LUZ DE GAS: ¡Jajaj, quien sabe! Un abrazo.
PEQUEÑOS SOLES: Gracias, amiga. Un abrazo.
HADA SALTARINA: Gracias Hada, un cordial saludo.
OTEABA AUER: Gracias y besos.
SILVIA: Sabes que esta es tu casa, vuelve siempre que quieras. Un abrazo.
AMELCHE: ¡Ah! no te puedo dar pistas, amiga, perderia la gracia el asunto.
MYR: Gracias amiga, igualmente te deseo. Un abrazo.
que da el final... por un momento creia que paseaba por las calzadas de Tucci mi ciudad natal...como te dije...bajo la coraza había un corazón....
No sabía que ibas a seguir, buena historia, me gustan los relatos que te sumergen en la época.
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