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18/02/2009

El viejo centurión (3ª Parte)

Los dos eran veteranos de guerra curtidos en muchas batallas y su piel estaba marcada de cicatrices. Tenian la misma edad y el objeto de su presencia allí era idéntico. Se alistaron juntos y coincidieron en diversas ocasiones. Luego, tras tomar rumbos distintos, al cabo de los años volvieron a reunirse dos años atrás, en la Batalla de Actium, y al año siguiente bajo las ardientes arenas del desierto egipcio, en la Batalla de Alejandría, a las órdenes de Octavio Augusto, que venció en ambas ocasiones a Marco Antonio.

Publio también estaba solo, pues nunca se había casado y no tenia familia alguna. De carácter inquieto, le era imposible echar raíces en un lugar determinado. Eterno viajero, había gozado de la compañía de infinidad de mujeres; y decía que eran algo tan sumamente bello y divino que le era muy difícil decidirse por ninguna. Sabía vivir bien la vida; se echaba los problemas a la espalda, y estos le resbalaban. Igualmente, era de ánimo noble y valiente, casi temerario; pero más alegre que Lucio, nuestro viejo Centurión, cuya historia conocía perfectamente.

-¿Te acuerdas de Actium? Tuviste mucha suerte, pocos han sobrevivido a un tajo como el que te llevaste.

-Los dioses me hicieron nacer otra vez -respondió Lucio, descubriéndose una profunda y larga cicatriz que le surcaba todo el pecho.

En aquella batalla, Lucio había dado lo mejor de sí. El ya era Centurión y como tal tenía un alto grado de responsabilidad para con sus hombres, siempre estaba dispuesto a sacrificarse para evitar una inútil perdida de legionarios, como todo buen centurión que se preciara de serlo. Aquella herida, y su heroica lucha en medio del fragor del combate, le valió el reconocimiento del propio Augusto, que directamente lo ascendió a Primipilus, o sea, el Centurión más importante y con más meritos de toda su Legión, con derecho a portar la espada al lado izquierdo, al revés que la tropa, convirtiéndose así el primer centurión de la 1ª Cohorte de su Legión, con voz y voto en los Consejos de Guerra. Aquello fue un gran honor para el viejo Centurión.

Pero no presumió de ello. Publio creyó percibir una sombra de tristeza en Lucio, pero prudentemente, no dijo nada, tiempo tendrían luego de hablar.

Había mucha vida en aquel Campamento. El ruido y el trasiego propio de la continua entrada y salida de convoyes con víveres y provisiones para los soldados se mezclaba con el propio del entrenamiento de los reclutas. Estos acababan de llegar, procedentes de hacer una marcha de 24 millas romanas (36 Km) cargados con todo el equipo, y habian tardado más de la cuenta: seis horas. Tenian mucho que mejorar, pues harían tres marchas de este tipo, al mes, durante el resto de su vida militar. Tras un breve descanso, continuaron con el entrenamiento. Apoyados ambos en la balaustrada, presenciaron con placer y simpatía como continuaba la instrucción de los jóvenes, aquello les gustaba. Publio no lo pudo evitar: se levantó, cogió una pesada jabalina, y, para comprobar su puntería, la lanzó hacia una estaca, que se hallaba a treinta metros. Dio en el blanco. Nuestro viejo Centurión no se lo pensó: lo imitó, con idéntico resultado.

Allí, en su mundo, se sentían respetados y reconocidos. Siguieron presenciando durante un buen rato el entrenamiento de los reclutas con las espadas de madera, aun no había llegado el momento de entregarles las auténticas. Tenían mucho que aprender. Publio, que se hallaba desarmado, de nuevo fue allá: se acercó a un recluta, el más alto y fuerte y que parecía más ágil que el resto y le pidió que lo atacara con la espada. Lucio, el viejo centurión, sonrió con ironía presenciando la escena y adivinando sin dificultad lo que iba a pasar. El instructor también presenciaba complacido. El recluta atacó lo mejor que pudo, con mucha idea; pero Publio lo esquivaba una y otra vez, hasta que en un rápido movimiento lo cogió por la muñeca y lo arrojó al suelo.

-Golpea así, de frente, no hagas arcos con la espada, le darás tiempo al enemigo, que te evitará y te tirara al suelo como yo, pero no tendrá piedad de ti. Levántate, serás un buen soldado.

Estuvieron alli hasta que terminó el entrenamiento. Y como el General no los recibiría hasta el día siguiente, al estar fuera, toda la tarde la pasaron en la mejor Taberna que habia en Tarraco. Pidieron comida en abundancia y dieron buena cuenta de las viandas. Tras de ello, bebieron en abundancia y conversaron muy largo y tendido, intercambiándose sus sucesos y recordando sus vivencias juntos y las batallas en las que habían tomado parte. Nuestro viejo centurión estaba feliz; pero su mirada, paulatinamente, volvió de nuevo a perderse a lo lejos recordando las dulces noches de amor que había pasado con Iulia, en Massalia (1), de donde ella era. Viendo que el ánimo del viejo centurión no mejoraba, Publio le riñó.

-Los dioses te castigarán si sigues así, Lucio. Deberías estar alegre, has vivido para llegar a recibir tu licenciamiento y tu paga y tienes la misma cara que un condenado. ¡Compórtate, recuerda que eres un soldado de Roma!

-He sido un soldado –matizó Lucio-. Me siento viejo, hermano.

-Te ríes de mi. Los reclutas de ahí fuera tardarán meses en poder tirar la jabalina como nosotros hemos hecho antes, y dices que te sientes viejo? ¿Tu, Lucio Druso Medulino, héroe veterano, a quien el propio Augusto besó en Actium hace dos años?

Publio miró fijamente a nuestro Centurión. Le cogió con las dos manos por los hombros, y le obligó a sostener la mirada. Percibió en sus ojos una infinita tristeza, adivinando pronto la causa de todo.

-¡Por todos los Dioses…! Recuerdo esa mirada. Es ella… ¿verdad? ¡Sabía que pasaría esto! Nunca he conocido a un soldado mas valiente que tu, pero tampoco he conocido a ningún hombre más tonto que tú. Pudo contigo lo que ningún enemigo ha podido en todos estos años. Y mira que te lo avisé, eres un soldado, la ley nos prohíbe casarnos con una mujer…¡pero, por Júpiter, nos deja tener muchas!. Te lo dije muchas veces, pero no me hiciste caso, te volviste loco con ella. ¿Recuerdas aquella noche, la de la gran nevada? ¿Recuerdas los quince días de arresto que te impusieron al llegar tarde al relevo de guardia por culpa de ella? No la has olvidado, ¿verdad?

-Ni un solo instante. Moriria antes, Publio. Esos ojos verdes…ni Venus los tiene igual. Me hubiera gustado ser un simple labrador, en vez de un soldado. Ahora no estaría solo, ni lo habría estado antes.

-Pero ahora la vida te sonríe, puedes comenzar de nuevo –repuso Publio, intentando animarlo-. Cuando acabemos aquí nos vamos a la Galia y te dejaré en sus brazos. Además, ahora puedes legalizar tu situación con ella.

-Marchó de allí hace tres años, no sé donde está. Y mis hijos tampoco.

Publio ignoraba esos dos detalles. Se puso serio. Guardó silencio durante unos minutos. Luego dijo:

-Comprendo. Bueno, tenemos la mejor red de espías que hay en el mundo conocido, y nuestros correos tienen caballos veloces. Y además, como vamos a Roma hemos de pasar forzosamente por Massalia. Me llevo bien con los volscos y con los ligures (2). La buscaremos.

-Pero tu tendrás también tus planes.

-¡Por Baco, claro que los tengo! Ya sabes que donde haya un buen par de pechos de mujer, estarán siempre mis planes. Estoy solo como tu, Lucio, y me aburriria estando todo el dia sin nada que hacer. Además, después de tantas guardias y vigilias nocturnas adoro a Morfeo, el Dios del sueño, hijo de Hipnos y de la noche… me encantará estar todo el día en sus brazos…

Y para rematar, dio un largo y prolongado bostezo, estirándose sin pudor alguno. El viejo centurión recuperó su sonrisa.

-El mismo Publio de siempre…debería de haberte dejado aquella vez en Pompeya, cuando te hirieron, viviendo como un Leno (3) en las Termas Suburbanas, cerca de la Puerta Marina, ¿recuerdas?

Ambos rieron. Siguieron hablando y bebiendo hasta muy tarde.

A la mañana siguiente terminaron de arreglar su situación y recibieron mejor trato del que esperaban. Los Legados de sus respectivas legiones ya habían enviado previamente un Correo al Centro de Reclutamiento, dándole precisas instrucciones, y destacando especialmente la impecable hoja de servicios de ambos soldados. Los dos recibieron su paga completa.

Pero ya no necesitaban ir a Roma para recoger su titulo de propiedad, las órdenes habían cambiado. Hacia dos años que el Senado enviaba estos títulos directamente a los Centros de Reclutamiento para los veteranos. El General le entregó a cada uno el suyo, firmado y sellado, junto con el salvoconducto especial propio de los veteranos. Desde ese instante ya no eran oficialmente soldados, sino meros ciudadanos; pero como regalo de honor se les permitió conservar todas sus armas y su indumentaria militar con derecho a portarlas y a vestirlas; incluso, si era su deseo, podrían intervenir en combate, pero nunca sin el permiso expreso de un Superior.

Cuando salían por la puerta, el General les dijo:

-Roma enaltece y protege a sus bravos hijos. Coged ambos un caballo nuevo, el que queráis, y dejaros aquí esos viejos pencos. ¡Salud!

Así lo hicieron. Ambos se cuadraron, saludaron y se despidieron.

Saludos.

(1) Marsella.
(2) Tribus galas del sur de Francia.
(3) El Leno era el encargado de mantener el orden en los prostíbulos y cobraba una comisión del servicio de la prostituta.
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22 comentarios:

genialsiempre dijo...

Magnífico relato, parece surgido de las grandes epopeyas que nos eran tan familiares en nuestros jóvenes años. Lástima que, hoy día, los chavales no pueden disfrutar de este tipo de aventuras.
Espero próximas entregas.

Jos´´e María

RAMPY dijo...

Hola Cornelivs, no había leído las dos partes anteriores, porque, como bien sabrás, he estado un tiempo ausente sin hacer comentarios, no por no querer, sino por causas ajenas a mi voluntad.
Tras una lectura exhaustiva de tu relato, debo decir que me ha encantado.
Te mando un abrazo enorme y te deseo que pases un feliz día
Rampy

Susana Peiró dijo...

Ah, caramba! He aquí algo muy interesante!

Aquí y en los comentarios, te digo EXCELENTE!!!!!!!!!!

Desde la historia y desde la literatura por supuesto!

Te contacto en el chat, querido Amigo!

Mi abrazo ENOORME y mis Felicitaciones, desde luego!

Anónimo dijo...

en mi trabajo estoy haciendo ahora salambó, la novela cartaginesa de gustave flaubert, y he revivido en tus letras ese mismo ambiente

mi saludo siempre, mi afecto

Silvi (reikijai) dijo...

Cada vez mas interesante...iran en busca de Iulia???.Publio,Bastante libertino,resulto el muchacho,de buenos sentimientos.Cornelivs Espero el proximo capitulo.Te dejo Un Beso.Silvi.

josé maría dijo...

Por mucho que Publio se lo intente hacer ver de otra manera, el viejo centurión se siente solo y cansado. ¿Cuántos viejos centuriones se sientan así hoy en día? ¿Para qué tanto luchar por la grandeza de otros? Lo que recibe como premio a su entrega y dedicación no le compensa, no valió la pena ¿verdad?
Querido Lucio, te entiendo muy bien...
Cornelivs, gracias por hacerme reflexionar...

PAZ Y AMOR para ti, para todos...

Juan Duque Oliva dijo...

Un placer seguir la historia, desde luego lo mismo fries un huevo que coses un descosido y lo mejor que lo haces bien.

Besos

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Una buena novela, que espero continúes, querido amigo.

Isabel dijo...

Me tienes enganchada con la historia del centurión, estoy como loca por que se reencuentre con su amada y con sus hijos. Un beso

Marinel dijo...

Gran relato Cornelivs.Denotas una gran sabiduría en estos temas apasionantes donde las batallas hasta parecían elegantes,distinguidas...
De esta historia quedan sensaciones para ser reflexionadas...
Pasaré a leerme las dos partes anteriores para no ir desconectada y saber el origen de la historia desde sus comienzos.
Un beso.

Hada Saltarina dijo...

Te felicito, Cornelivs! Demuestras tener un gran conocimiento de la época y además una excelente técnica narrativa! Me gusta mucho!!! Montones de abrazos

EL QUINTO FORAJIDO dijo...

Un buen elemento como dirian en mi tierra este Lucio.

Martine dijo...

Querido Cornelivs..
Me he quedado encantada leyendo tu relato.. con lugares como Massalia tan cercana a mis raíces, Pompeya donde da gusto perderse...
Y por Mail para no alargarme ni hacerme pesada te voy a explicar una curiosa anecdota...Relacionada con el señor Lacoste y los veteranos del Nilo...

Ya está en camino....;-)
Un beso, Cornelivs..

Amig@mi@ dijo...

... y encima el relato viene de alguien que sabe de lo que habla, con lo que es una enseñanza pura.
Me alegro de estar disfrutando y aprendiendo a la vez
Besoss

Manuel de la Rosa -tuccitano- dijo...

bueno pues maquina la siguiente entrada..esto es tremendamente interesante... me gusta... ¿encontrará nuestro centurión a su amada? ¿podrá volver a abrazar a su prole?...lo veremos en tu siguiente post???? un abrazo

Unknown dijo...

Como dice "genialsiempre" es una lastima que este genero de aventuras sea despreciado por quienes deberían de desarrollar su imaginación siguiendo el hilo tan bien hilvanado en los tres "capítulos".
Me he permitido el placer de imprimir las tres partes y leerlas de un tirón mientras merendaba. Pan con chocolate y un chorrito de aceite. De oliva, por supuesto.
Un fuerte abrazo

Antón de Muros dijo...

Hola, Cornelivs :-)

Me sumo a los amigos y coincido con ellos: disfrutamos de la historia que dispara nuestra imaginación y nos deja aguardando la próxima entrega.

Un abrazo.

Antón.

PABLO JESUS GAMEZ RODRIGUEZ dijo...

GRACIAS A TODOS AMIGOS Y AMIGAS.

MI FALTA DE TIEMPO VUELVE A HACER DE LAS SUYAS. OS RUEGO ME DISCULPEIS.

UN ABRAZO ENORME PARA TODOS...!!!

Fernando Yacamán dijo...

Este texto esta lleno de imaginaciòn. Estarè al pendiente a ver que pasa

Pedro Estudillo dijo...

Esto se va poniendo interesante. Has creado un monstruo, amigo Publius, ahora no lo podrás dejar nunca (más te vale).
Espero impaciente el siguiente capítulo.

Un abrazo.

Myriam dijo...

Hola Cornelivs,

Espero la cuarta parte!!!
Tambien ando bastante ocupada,
pero siempre me gusta leerte y no me queria perder esta.

Un abrazo grande y ojala que tus cosas anden bien.

amelche dijo...

La cosa se va poniendo interesante...