"No actues como si fueras a vivir mil años. La muerte
te acecha. Mientras vivas, mientras te sea posible, se bueno" (Marco Aurelio).
Muchos nos hemos preguntado si vale la pena seguir intentando ser
buena persona en un mundo tan pérfido, tan lleno de máscaras, intereses y
fingimientos y que parece girar al
revés, parece que ser bueno se ha convertido en una especie de locura. Y
sin embargo… no es asi. ¡Todo lo contrario! Porque,
por mucho que duela, algo dentro de mí se niega a renunciar a la bondad. Puede
que el mundo se haya vuelto cínico, pero no quiero que ese cinismo me arrebate
lo mejor que tengo: la capacidad de mirar al otro sin odio, de sentir
compasión, de mantenerme limpio por dentro.
Quizá ser bueno a algunos les parezca
extraño, pasado de moda, y quizas otros lo confundan con un ingenuo
"buenismo". Y no se trata de nada de eso. Al contrario,
ser BUENO, con mayusculas, es, mas que nunca, una urgencia inaplazable. Ser
bueno se ha convertido en una necesidad, en un modo de actuar que te
deja en paz, mientras tantos otros -los aparentemente más listos, más fríos o
más duros- viven en guerra consigo mismos.
Aparentemente parece poco sensato ser
bueno o intentarlo, porque en muchas ocasiones quien actúa con nobleza es
confundido con un ingenuo; quien ofrece la mano recibe la herida; quien confía,
es traicionado. Y sin embargo… algo dentro de mí se resiste a
endurecerse del todo. Hay una tristeza, sí, una tristeza serena y lúcida, que
nace de ver cómo el egoísmo se confunde con astucia y la compasión con
debilidad, cuando son cosas completamente distintas. Pero junto a esa tristeza,
hay también una certeza que no se apaga: ser bueno sigue teniendo
sentido: todo el sentido del mundo. Y si, merece la pena. Tenemos que volver a
poner en alza este valor humano tan olvidado: la bondad.
Lo que todo el mundo suele hacer es lo fácil: pensar que ser oveja en medio de lobos es un mal negocio. Y nos apresuramos a desechar la idea, sin mas, y nos volvemos desconfiados, tanto que a veces no nos fiamos ni de nuestra sombra. Y eso es una gran pena, porque si nadie se fia de nadie...eso si que es un mal negocio. ¿Adonde va el mundo? ¿Tenemos que engañar al vecino antes de que el nos engañe a nosotros? ¿Pero esto que es, la ley de la selva? ¡¡¡No, me niego a aceptarlo!!! Cometemos tres errores de principio: primero, un injustificable exceso de autoproteccion; segundo, no confiamos en la humanidad de los demas, que son seres humanos igual que nosotros; y tercer error, olvidar que ser bueno no es ser tonto, ni muchisimo menos. El cínico parece más listo, el que engaña parece más hábil, el que no siente parece más fuerte. Parece. Pero, como "oro parece y plata no es", la conclusion es que ser bueno -de verdad, no de palabra-, tal y como estan las cosas del mundo, no es cosa propia de débiles o de tontos, sino de gente fuerte y valiente: es cosa propia de quienes pueden hacer daño y sin embargo eligen no hacerlo. Y si queremos cambiar el mundo...empecemos por nosotros mismos.
El mal actúa siempre por impulso; el bien, por convicción,
y eso requiere una fuerza y una valentía que no siempre se ve. Decía Marco
Aurelio: “El mejor modo de vengarte de un enemigo es no parecerte a él.” Y
ser bueno no es permitirlo todo. No es callar ante la injusticia ni aceptar el
abuso. Es, más bien, conservar la templanza cuando todo empuja al odio;
mantener el alma limpia cuando alrededor todo se ensucia. Ser bueno no es ser
un cordero en medio de lobos, sino ser pastor de uno mismo.
La bondad como refugio interior. He llegado a comprender que la mayor
recompensa de la bondad no está fuera, sino dentro. Ser justo, honesto,
compasivo, no garantiza aplausos ni gratitud, pero deja algo muchisimo más
valioso: la paz interior.
"La conciencia tranquila no necesita testigos. El alma que actúa
conforme a su verdad no teme juicios" (Séneca) “El mal que haces te
hiere antes a ti mismo”, decía el Buda. “Bienaventurados los limpios
de corazón”, añadió Jesús.
El rencor, la venganza, el engaño… quizá
dan una victoria efímera, porque el ego se hincha, pero se pierde la paz
interior, son victorias amargas porque te quitan serenidad.
En cambio, quien elige obrar bien, aunque
pierda algo externo, gana algo mucho más profundo: la armonía consigo
mismo y la paz interior. ¿Os parece poco premio ese?
La bondad lúcida. La vida me ha enseñado que la bondad necesita ojos
abiertos. Ser bueno no es dejarse pisar; es no perder el alma cuando
te pisan. Se puede perdonar sin volver a caer. Se puede ayudar sin dejarse
manipular. Se puede amar sin entregarse al abuso. Recordad a Jesús, que conocia
el mundo como nadie: “Sed astutos como serpientes y sencillos como
palomas.” (Evangelio según Mateo, 10:16). Y eso es lo difícil:
mantener la inocencia sin perder la sabiduría ni la prudencia, mantener la
pureza sin perder la ingenuidad. Y la bondad no es ceguera; es elección
consciente y valiente. Es decir: “sé lo que haces, sé cómo eres, pero aun
así no dejaré que me conviertas en ti”.
¿Por qué no nos atrevemos a seguir esa
senda? Lo facil, lo usual (por desgracia) es desconfiar
e ir a lo tuyo, asi triunfa el ego. Lo dificil, lo verdaderamente
valioso y valiente, es ser bueno a pesar de que el mundo sea como es: eso
es el triunfo del alma.
La paz como victoria. En un mundo donde todo se compra y se vende,
la bondad no siempre es rentable. Pero es una forma de libertad, y para mi
de las mas valiosas. El que no traiciona sus valores, aunque lo pierda
todo, sigue siendo dueño de sí mismo. El que actúa con rectitud, aunque
nadie lo vea, se acuesta en paz. Y eso, créeme, vale más que cualquier
triunfo y que todo el oro del mundo.
Decía Séneca: “El premio de una buena
acción está en haberla hecho.” Y yo añado: el precio de una mala acción
está en tener que vivir contigo después. ¿Merece la pena? Yo creo que
no. Recordemos de nuevo las palabras de Jesus: "¿De
que le vale al hombre ganar el mundo, si pierde su alma?".
Como epilogo, quiero añadir una ultima
reflexión. No sé si este mundo cambiará. Tal vez no. Pero sí
sé que no quiero que el mundo me cambie a mí, ni debemos de dejar que nos
cambie, ni que apague nuestra luz interior. Prefiero que
me tomen por ingenuo antes que por cínico; prefiero perder antes que
endurecerme; prefiero sentir antes que fingir. Al final, la
verdadera pregunta no solo es si vale la pena seguir siendo bueno (que por
supuestisimo que SI), sino cómo quieres vivir tu: ¿en
paz contigo mismo, o en guerra interior? Nada de lo que acumules -ni
poder, ni dinero, ni prestigio- podrás llevarte contigo. Pero la
serenidad que dejas en tu alma, esa sí te acompaña mientras existes.
Si eliges la bondad, si eliges la
paz… ya has triunfado.
Porque, al final, la bondad no es
estrategia: es identidad. Y cuando todo se apaga —cuando las luces del
ego y la soberbia se extinguen— lo único que queda encendido en el alma es esa
pequeña llama interior que nunca negocia su luz. Y esa llama, aunque
tiemble, sigue valiendo la pena.
Si el mundo consigue apagar tu luz
interior...ha triunfado el mundo. Pero si el mundo no consigue apagar
tu luz interior de bondad, de fe y de esperanza...¡entonces eres tu, es tu alma
quien ha triunfado!
Saludos.

.jpg)
1 comentario:
Comparto tu razonamiento, a veces ser buena persona es sinónimo de estar un poco loco. El mundo esta tan lleno de intereses, egoísmo y envidia, que nos preguntamos a veces si vale la pena seguir intentando ser buenas personas y mi conclusión es que si, que vale la pena y mucho. Por muy mal que este el mundo no vale la pena rendirse ante la maldad, quiero seguir teniendo la capacidad de mirar al otro con amor, con compasión, con libertad, como un igual al que quiero respetar y por el que quiero ser respetado.
Ser bueno no es ser débil, es tener el valor de luchar para seguir siendo buena persona
Publicar un comentario