Dicen que el primer paso para
solucionar un problema es localizarlo, y luego afrontarlo. Yo asi lo creo
también. Esbozada la primera parte de la cuestión en mi entrada
anterior, en esta estudiaremos por qué nos planteamos determinadas cuestiones
en nuestra madurez y algunas de las causas o motivos de nuestro comportamiento, de lo que nos sucede en la vida y de lo
que nos ha llevado hasta donde estamos; y en la entrada siguiente veremos como
podemos cambiar a mejor. O por decirlo
en otras palabras, ahora estudiaremos cual es el problema y su origen, ¿Qué me ha hecho ser como soy? y en la
entrada siguiente, si puede ser, y espero vuestros comentarios, entre todos
trataremos de buscar la medicina, o la solución a dichos problemas, o lo que es
lo mismo, ¿Cómo puedo pensar, sentir y actuar a partir de ahora para ser un
poco mas feliz?
Estudiemos, pues, hoy, la primera pregunta. Estoy en el ecuador de mi vida. ¿Qué me ha hecho ser como soy?
Muchos factores. Un reflexión
serena nos indica que cuando vamos creciendo, algo va cambiando dentro de
nosotros. Alejandro Dumas, hijo, escribió: “No
llego a comprender por qué siendo los niños tan inteligentes, los adultos son
tan tontos. Debe de ser fruto de la educación”. Gran verdad, y yo añadiría que es fruto de la “mala
educación”, y me explico. Efectivamente,
el niño es un ser inteligente, abierto al mundo, libre de prejuicios, todo lo
contempla con corazón puro y mirada limpia. Sin embargo, al avanzar en el crecimiento,
algo falla en el proceso. Además de apartarnos de los peligros y cuidar de
nuestro bienestar, protegiéndonos,
nuestros padres cometen un error (quizás con buena fe, pero error al
fin y al cabo,) y es que, quizás inconscientemente, nos hacen “a su imagen y semejanza”, esto es, nos hacen co-participes de sus propios prejuicios ("esto no se dice, esto no se hace, esto no se
toca"), nos los imbuyen desde pequeñitos,
de modo que vamos perdiendo poco a poco la virginidad espiritual con la que
nacemos, y me refiero a nuestra facultad
de calibrar las cosas por nosotros mismos y no por los demás; y la terminamos de perder del todo cuando nos
enseñan, no a hacer lo correcto, sino a hacer lo conveniente, lo cual es un gran error
en mi opinión, pues todo iria a mejor al revés, y estoy firmemente convencido
de ello: si en vez de hacer lo
conveniente hiciésemos lo correcto. Y luego, el mundo, con su triste carga
de desengaños, hace que poco a poco las personas se vuelvan desconfiadas, inseguras, vacilantes, cuando no agresivos, o mil cosas
mas. Volvemos a los clásicos: “El hombre es bueno por naturaleza, pero la
sociedad lo corrompe” (Rousseau).
Y asi, a medida que vamos cumpliendo años, vemos que
el mundo no es como nos habíamos imaginado, se nos va cayendo la venda de los
ojos, como vulgarmente suele decirse. Y muchos cometen el error de pensar
que, con la experiencia, viene la sabiduría, y no es así. Los años dan
experiencia, indudable, pero a fuerza de experiencia, y mas experiencia muchas
personas llegan a equivocarse y pensar que lo saben
todo o casi todo: que ya no pueden aprender más, y dicen con aire de suficiencia aquello de
“yo estoy de vuelta de todo”; y lo mas grave del problema viene cuando llegamos a creernos semejante tontería, que no
es sino hija directa de nuestro miedo al mundo, y nieta de nuestro sempiterno y
estúpido orgullo. Creemos que lo sabemos todo, que ceguera la nuestra, cuando
no sabemos nada, volvemos a la frase de Einstein de la entrada anterior. Y no
por ser mas viejo eres mas listo, recordad lo que dice el clásico dicho, a
propósito de aquel que “tonto se fue a la guerra, y tonto vino de ella”. En resumen, como dijo Ciceron: "la vejez no cura los defectos del alma". Estos se curan de otro modo.
Aunque, dicho sea entre
paréntesis, he conocido a algunos viejos estúpidos, de cuya compañía he huido
como de la peste, también he conocido a muchos
viejos y viejas encantadores/as (uso la palabra viejo con todo mi cariño hacia ellos), con experiencia de
la vida, sí, pero también lo
suficientemente humildes e inteligentes como para no autonegarse su capacidad
de aprender, y morir aprendiendo
cosas. Un signo de sabiduría en un
viejo es este, y creo que es un test que
no falla: el viejo que no presume de saber muchas cosas, y que te da consejos solo cuando se los pides tu, ese es
sabio. El lo sabe: no necesita demostrárselo a nadie.
Pero sigamos. Por si fuera poco, con los años nos volvemos cómodos y egoístas
(soy muy viejo para empezar este cursillo, o para empezar a hacer deporte, o
para aprender tal o cual cosa), y creemos que porque llevamos deambulando por
este planeta 40 o 50 años nuestra experiencia nos da derecho, o patente de
corso, para dejar de aprender, para “vivir espiritualmente de las rentas”, y
para dejarnos dominar por nuestra pereza y por nuestro orgullo, no aceptando consejo ni parecer de
nadie. Que pena: matamos poco a poco al
niño/niña que llevamos dentro, y así, perdemos la chispa maravillosa con la que
todos nacemos. Y cuando cometemos un
error, no lo queremos reconocer, por orgullo, seguimos aquello de “procurar no errallo; pero si errallo, no
enmendallo, sostenello”. Deberíamos
de leer mas a Cicerón: “Cualquier hombre
puede caer en un error, pero solo los necios perseveran en el”. Asi somos
todos, muchas veces.
Venimos aquí para ser felices y
comernos al mundo, y sin embargo, poco a
poco el mundo nos come a nosotros. Y la culpa no es del mundo: es nuestra, que
al fin y al cabo el mundo está formado por millones de personas como tu y como
yo. Este cambio triste, o nefasta evolución
que sufrimos con los años tiene
gran parte de su causa en nuestro egoísmo: creemos que nos lo merecemos todo,
pero pocas personas están dispuestas a darse
a los demás. Además, nuestro
orgullo y nuestra falta de humildad hacen que los reveses de la vida los veamos
con espíritu negativo, como las banderillas que se le ponen a los toros, y nos
duelen y nos quejamos una enormidad de ellas,
cuando lo procedente seria afrontarlas
con espíritu positivo, como magnificas posibilidades para aprender y crecer
espiritualmente. En vez de afrontar los
problemas con animo positivo y procurar su resolución, los vemos como fantasmas
negros, como los dementores de Harry
Potter, y nos encerramos mas y mas en nosotros mismos.
Obvio es que a todos nos gustan los buenos
ratos, y son imprescindibles, claro que si; pero debemos recordar que se
aprende mas del dolor que del placer, y huyendo del dolor nos negamos a nosotros mismos la enseñanza
que nos brinda, y su magnífica consecuencia: que nos hacemos fuertes frente a
las dificultades. Decia Seneca que el árbol de raíces fuertes no es aquel que crece apaciblemente a la orilla del rio,
sino aquel que esta en la montaña, permanentemente acosado por el viento,
lluvia, nieve y granizo, y el que ha sufrido mil inclemencias.
Otro error clamoroso que
cometemos es el de querer controlarlo todo. Es como un programa de ordenador:
nos fijamos unos objetivos nos empeñamos
que salga todo a la perfección. Los hijos han de estudiar, mi hijo fulanito
medicina y mi hija menganita ingeniero; las vacaciones de verano, las pasaremos
en la playa; el fin de semana nos vamos a tal sitio, y el jueves por la tarde
nos vamos a cenar casa de esos amigos, y son solo ejemplos. Si, todo tiene que salir a la perfección, y
somos enemigos de los imponderables. Tratamos de controlarlo todo. Diseñamos la
vida para que funcione a nuestro antojo, o según nuestras previsiones, queremos
controlarlo todo, la familia, amigos,
trabajo, el mundo y la vida, y cuando algo no sale conforme a lo previsto nos
sentimos mal, frustrados. Pero bueno, ¿en que he fallado? Que ingenuos: a lo mejor no hemos fallado.
Pero nosotros no podemos dominar el mundo, la vida sigue su curso. No gira el planeta alrededor nuestro, sino
nosotros con él. Entiendo que no deberíamos pensar en que nos hemos equivocado:
lo que deberíamos de hacer es trabajar lo mejor que podamos, hacer las cosas lo
mejor que sepamos, y luego que sea lo que Dios quiera. Dejemos que la Tierra
gire y que todo siga su curso. Si sale bien, perfecto; si sale mal, analicemos
el por qué ha salido mal, y asi aprenderemos de nuestros errores para la
próxima ocasión. Recordad la frase de aquel sabio: “no hay hombres perfectos, sino intenciones perfectas”.
Buscamos seguridad interior. Y está perfecto eso; pero busquemos esa seguridad como hay que buscarla, por la via adecuada, no quedándonos cómodamente sentados en el abismo de la prepotencia y del orgullo. Nos equivocamos todos, sin
excepción, y todo el mundo comete errores; asumir eso cuesta una enormidad a muchas personas: piensan que asi se volverán inseguros, cuando justamente el aceptarse uno a si mismo como es es el primer paso del buen camino. El primer paso
para crecer en sabiduría es aceptarlo, asumirlo, todos cometemos errores, pero
el error es necesario para triunfar y aprender. Recordemos la frase de los sabios del Himalaya: “Sabeis lo que hay detrás de cada flecha que da en el blanco? Cien
flechas erradas”.
En resumen, todos deberíamos de
darnos cuenta de que no podemos cambiar el mundo, ni la vida; pero sí podemos
cambiar la actitud con la cual nos enfrentamos hacia los problemas.
Asi, con esta perspectiva,
mediado ya el ecuador de nuestra vida, es lógico preguntarse si somos de los
que piensan que están de vuelta de todo, y si somos también de los que creen que ya no se puede
aprender, o que es tarde para empezar. Insisto en que esta edad nuestra es una magnífica
oportunidad, y os pondré un simil, esto
es como un partido de futbol; terminada la primera parte, los primeros 45
minutos, estamos en el descanso. Solo no
quedan 45 minutos: luego, todo acaba. Por eso, se trata de recapitular, darnos cuenta de los errores que hemos
cometido, y procurar que la segunda parte de nuestra vida sea mas rica
espiritualmente, mas feliz, y, por supuesto, que no nos llevemos los malos
ratos que nuestra juventud o inexperiencia nos provocó antaño. Analizas, recapitulas, descubres errores y
tratas de corregirlos para el futuro: eso es el proceso normal. Y obvio es que
tendrás dudas, miedos, incertidumbres, pero eso es muy bueno, porque el camino
del autoesclarecimiento (fijaros que palabreja me ha salido, aunque quizás la haya leido en algún sitio) esta
lleno de dificultades y de dudas, y eso es normal al fin
y al cabo y es muy lógico dudar, pero
también es muy bonito dudar, porque demuestras asi que te hallas en pleno
camino para buscar la verdad de las cosas, o al menos, tu verdad.
¿Tienes 50 años? ¿Has vivido? ¿Tienes
experiencia? Bien, compártela con los demás, con tus hijos, con tus amigos, con
la gente que te quiere, trata de ayudar. Pero no te niegues a ti mismo tu
capacidad para seguir aprendiendo, la vida es un continuo aprendizaje, nunca
termina uno de aprender. No pienses que
con 50 años ya lo sabes todo; sigue aprendiendo. No te vuelvas cómodo ni
egoísta: hay que seguir adelante, recuerda que, aunque maduro, aun te quedan
muchos años de vida.
Al fin y al cabo, todos somos
“aprendices de todo y maestros de nada”. Y sobre todo, no pienses que es muy tarde para
plantar el árbol que tenias que haber plantado hace 30 o 40 años: ¡No te rindas tan deprisa! ¡plántalo ahora!
Recuerda que te quedan todavía 45 minutos de partido. ¿O te vas a pasar el resto de tu vida
sintiéndote viejo, frustrado y cansado, lamentándote de lo que pudo haber sido
y no fue, y viviendo en un pasado que no volverá? Animo. Que
nadie nace enseñado.
Os contaré una anectoda real. En una ocasión, al gran Charlie Chaplin, cuando ya era mayor, le preguntaron cierta cuestión, acerca de la diferencia entre los actores aficionados y los que, como él, eran actores
profesionales. Y él, un icono perpetuo, y uno de los mas grandes actores que dió y dará el cine, respondió: “En esta vida todos somos aficionados. La vida es tan corta que no da
para mas.”
Saludos
2 comentarios:
Nunca es tarde para tantas cosas...
Me han gustado tus reflexiones. Yo, en esto de la vida, aún estoy en pañales.
Y aprender cada día...
Un abrazo.
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