Algunas veces me he preguntado por qué nos resulta tan dificultoso perdonar al prójimo. En verdad que resulta harto complicado, nos cuesta una enormidad olvidar las ofensas ajenas, y cuando perdonamos, o hacemos “como que” perdonamos, casi todos insinuamos para nuestros adentros, o bien lo expresamos claramente, el famoso “perdono, pero no olvido”, recordamos los agravios ajenos durante mucho tiempo y nos queda por dentro un “no se que”, que nos escuece. Pues, ¡para qué hablar de cierta civilización, según los cuales “la venganza es un plato que se sirve frio”! El “ojo por ojo y diente por diente” de siempre.
Las religiones conciben el perdón como algo sagrado. Siempre había creído, porque así se me enseñó, que era menester perdonar para ser nosotros también perdonados, pues si yo no perdono, a mi tampoco se me perdonaría; que siempre había que “poner la otra mejilla”; y además que si el ladrón “te quitaba la tunica, había que darle también el manto”. De hecho en el padrenuestro todos dicen: “perdónanos nuestras ofensas, como nosotros (?) perdonamos a los que nos ofenden”.
Pero luego la realidad era otra, pues observaba que mientras que los feligreses (esos si) pedían perdón por sus ofensas, luego a juzgar por sus rostros y comportamiento cuando salian de la Iglesia, es obvio que ellos no perdonaban a los que los ofendían, ni miraban a su vecino que estaba al lado, y seguían años y años sin hablarse con fulanito, porque estaban enemistados con él por la linde, por la herencia, o por el noviazgo con la nuera. No conocía a ningún feligrés que cuando salía de la Iglesia fuera corriendo a perdonar a su agresor, o simplemente, que cuando se cruzara con el por la calle volviera a decirle un simple “buenos dias”. Al revés: el mismo orgullo y altanería de siempre, y como ellos valen muchísimo, como son de oro “que sea el otro” el que se “rebaje” ellos no, hasta ahí podíamos llegar, faltaba más. Mientras muchos rezaban el “padrenuestro” o inmediatamente después, estaban poniendo verde a su enemigo, pensando en como darle no una sino siete bofetadas, en vengar esta ú otra ofensa o en quedar por encima del vecino.
Aquello me parecia irreal e ilógico, porque se decia una cosa y se hacia otra. Y luego empecé a darme cuenta de los efectos que causa el NO perdonar observando a algunas personas que acumularon toneladas de odio en su corazón durante años y lustros. Pude observar el efecto que el odio causó en esas personas, las corroyó poco a poco por dentro.
Había algo que no cuadraba. Por si fuera poco, también descubrí otro grave error en el que caí, que era pensar que con la penitencia se reconciliaba uno con Dios, error del cual me di cuenta después cuando leí en el Catecismo que mediante dicho sacramento con quien se reconciliaba uno “era con la Iglesia”. A partir de dicho momento, dicho sacramento dejó de interesarme en absoluto, pues es la Iglesia la que debería de reconciliarse con nosotros, por el tremendo daño secular que nos ha causado, preguntadle a Galileo, a Giordano Bruno, a Copérnico y a los demás.
No salí de mi perplejidad hasta que abandoné la concepción judeo-cristiana del perdón, y comencé a leer a Krisnamurti y a Sharma (entre otros) y a navegar un poco por la filosofia oriental (mucho mas avanzada que la occidental en ese tema, como en tantos más). Comprendí que estaba profundamente equivocado. Parece que para los orientales la función básica del perdón no es religiosa, el perdón no es tanto un acto de generosidad ni el cumplimiento de una obligación religiosa; sino que es eminentemente una cuestión práctica, perdonar es necesario, algo así como un mecanismo psicológico de protección que es decisivo para la salud fisica y mental del individuo, y para procurar su paz interior. La pista me la dieron estos autores, que llegaron a decir que no es inteligente cargar toda la vida con un enemigo a tu espalda, pues su estatus de “enemigo” le dará muchas oportunidades en tu mente, dado que fomentará multitud de pensamientos negativos que se recrearán en tu mente: venganza, envidia, rencor, etc”. Además, incluso Séneca decía que el no perdonar era de animo cobarde y pusilánime, y que solo a la persona que fuera absolutamente perfecta y no tuviera ninguna imperfeccion se la podia dispensar de perdonar a nadie.
Me explico. Creo que solo los fuertes perdonan, y yo diría que además prácticos; pues si no perdono a mi enemigo lo estoy odiando, con lo cual me estoy poniendo a su mismo nivel, y además lo estoy fortaleciendo en mi mente. Si yo no perdono estoy haciendo del agravio o del daño que he sufrido mecanismos que harán que se alimente dentro de mí la enemistad y el rencor. ¡Me estoy convirtiendo en uno de ellos! Es decir, creo que el problema no está en que el enemigo sea o deje de ser fuerte, sino en que si no perdonamos somos nosotros mismos quienes lo estamos haciendo fuerte en nuestra mente, dándole unas oportunidades y un tiempo que no se merecen, y eso, además, conlleva un esfuerzo intelectual un desgaste por nuestra parte que, sinceramente, no merece la pena. El mezquino no se merece ni un minuto, ni un segundo de mi tiempo. Si no podemos perdonar por nobleza de corazón, perdonemos al menos para quitarnos de en medio el solemne coñazo que supone el tener siempre en nuestra mente el mismo pensamiento negativo sobre el “enemigo”.
Tendríamos que olvidar, perdonar, intentar ser felices y dejar que nuestra vida transcurra lejos de pensamientos negativos a los que no deberíamos de dar cabida en nuestra mente. ¿Que ocurre si no lo hacemos?: Estaremos enfados, malhumorados, frustrados, iracundos, vengativos, y siempre recordando las situaciones que desencadenaron la enemistad. A veces esto dura durante años. Por muy grave que sea la ofensa o el daño, peor será el protagonismo negativo que tu le darás en tus pensamientos durante toda tu vida. Si no podemos perdonar a una persona, el problema está en nosotros, estaremos siempre cociendonos en nuestro propio resentimiento, y somos nosotros los que pagaremos el coste.
Las religiones conciben el perdón como algo sagrado. Siempre había creído, porque así se me enseñó, que era menester perdonar para ser nosotros también perdonados, pues si yo no perdono, a mi tampoco se me perdonaría; que siempre había que “poner la otra mejilla”; y además que si el ladrón “te quitaba la tunica, había que darle también el manto”. De hecho en el padrenuestro todos dicen: “perdónanos nuestras ofensas, como nosotros (?) perdonamos a los que nos ofenden”.
Pero luego la realidad era otra, pues observaba que mientras que los feligreses (esos si) pedían perdón por sus ofensas, luego a juzgar por sus rostros y comportamiento cuando salian de la Iglesia, es obvio que ellos no perdonaban a los que los ofendían, ni miraban a su vecino que estaba al lado, y seguían años y años sin hablarse con fulanito, porque estaban enemistados con él por la linde, por la herencia, o por el noviazgo con la nuera. No conocía a ningún feligrés que cuando salía de la Iglesia fuera corriendo a perdonar a su agresor, o simplemente, que cuando se cruzara con el por la calle volviera a decirle un simple “buenos dias”. Al revés: el mismo orgullo y altanería de siempre, y como ellos valen muchísimo, como son de oro “que sea el otro” el que se “rebaje” ellos no, hasta ahí podíamos llegar, faltaba más. Mientras muchos rezaban el “padrenuestro” o inmediatamente después, estaban poniendo verde a su enemigo, pensando en como darle no una sino siete bofetadas, en vengar esta ú otra ofensa o en quedar por encima del vecino.
Aquello me parecia irreal e ilógico, porque se decia una cosa y se hacia otra. Y luego empecé a darme cuenta de los efectos que causa el NO perdonar observando a algunas personas que acumularon toneladas de odio en su corazón durante años y lustros. Pude observar el efecto que el odio causó en esas personas, las corroyó poco a poco por dentro.
Había algo que no cuadraba. Por si fuera poco, también descubrí otro grave error en el que caí, que era pensar que con la penitencia se reconciliaba uno con Dios, error del cual me di cuenta después cuando leí en el Catecismo que mediante dicho sacramento con quien se reconciliaba uno “era con la Iglesia”. A partir de dicho momento, dicho sacramento dejó de interesarme en absoluto, pues es la Iglesia la que debería de reconciliarse con nosotros, por el tremendo daño secular que nos ha causado, preguntadle a Galileo, a Giordano Bruno, a Copérnico y a los demás.
No salí de mi perplejidad hasta que abandoné la concepción judeo-cristiana del perdón, y comencé a leer a Krisnamurti y a Sharma (entre otros) y a navegar un poco por la filosofia oriental (mucho mas avanzada que la occidental en ese tema, como en tantos más). Comprendí que estaba profundamente equivocado. Parece que para los orientales la función básica del perdón no es religiosa, el perdón no es tanto un acto de generosidad ni el cumplimiento de una obligación religiosa; sino que es eminentemente una cuestión práctica, perdonar es necesario, algo así como un mecanismo psicológico de protección que es decisivo para la salud fisica y mental del individuo, y para procurar su paz interior. La pista me la dieron estos autores, que llegaron a decir que no es inteligente cargar toda la vida con un enemigo a tu espalda, pues su estatus de “enemigo” le dará muchas oportunidades en tu mente, dado que fomentará multitud de pensamientos negativos que se recrearán en tu mente: venganza, envidia, rencor, etc”. Además, incluso Séneca decía que el no perdonar era de animo cobarde y pusilánime, y que solo a la persona que fuera absolutamente perfecta y no tuviera ninguna imperfeccion se la podia dispensar de perdonar a nadie.
Me explico. Creo que solo los fuertes perdonan, y yo diría que además prácticos; pues si no perdono a mi enemigo lo estoy odiando, con lo cual me estoy poniendo a su mismo nivel, y además lo estoy fortaleciendo en mi mente. Si yo no perdono estoy haciendo del agravio o del daño que he sufrido mecanismos que harán que se alimente dentro de mí la enemistad y el rencor. ¡Me estoy convirtiendo en uno de ellos! Es decir, creo que el problema no está en que el enemigo sea o deje de ser fuerte, sino en que si no perdonamos somos nosotros mismos quienes lo estamos haciendo fuerte en nuestra mente, dándole unas oportunidades y un tiempo que no se merecen, y eso, además, conlleva un esfuerzo intelectual un desgaste por nuestra parte que, sinceramente, no merece la pena. El mezquino no se merece ni un minuto, ni un segundo de mi tiempo. Si no podemos perdonar por nobleza de corazón, perdonemos al menos para quitarnos de en medio el solemne coñazo que supone el tener siempre en nuestra mente el mismo pensamiento negativo sobre el “enemigo”.
Tendríamos que olvidar, perdonar, intentar ser felices y dejar que nuestra vida transcurra lejos de pensamientos negativos a los que no deberíamos de dar cabida en nuestra mente. ¿Que ocurre si no lo hacemos?: Estaremos enfados, malhumorados, frustrados, iracundos, vengativos, y siempre recordando las situaciones que desencadenaron la enemistad. A veces esto dura durante años. Por muy grave que sea la ofensa o el daño, peor será el protagonismo negativo que tu le darás en tus pensamientos durante toda tu vida. Si no podemos perdonar a una persona, el problema está en nosotros, estaremos siempre cociendonos en nuestro propio resentimiento, y somos nosotros los que pagaremos el coste.
Además, deberíamos compadecer, más que reprochar, bastante desgracia tienen siendo así, demasiada carga tienen los mezquinos (los envidiosos por ejemplo, por hablar del pecado capital español), que no pueden esperar la generosidad de nadie, bastante tienen con el sufrimiento que les ocasiona su propia envidia.
Además, no somos ecuánimes: vemos nuestro propio dolor, pero no los motivos de los demás y quizás nosotros en su piel hubiéramos procedido de igual forma o incluso peor. A veces ignoramos que detrás de cada persona se esconde una infancia difícil, unas circunstancias personales complicadas ú otras muchas cuestiones. Sintámonos felices y agradecidos si tenemos la suerte de que la vida nos ha premiado con equilibrio, honradez y virtudes.
Quizás lo que más desconcertará a tu enemigo es tu perdón. Si algunas veces nos han perdonado sin merecerlo, nuestro “enemigo” se ha puesto inmediatamente por encima de nosotros. Es más, a lo mejor nos ha hecho sentir culpables y hemos pensado en él como una persona que se ha situado por encima de pensamientos ruines y cuya actitud lo lleva ante nuestro ojos a una nueva altura de miras.
Que razón llevaba Krisnamurti: Mientras más perdones, más feliz serás. O Gandhi: “Ojo por ojo y el mundo acabará ciego”.
Salu2.
3 comentarios:
Me encantó...no tengo palabras...
Un saludo!!
Es una excelente reflexión sobre el perdón.
Te cuento. Para mí una cosa es la cultura judeo-cristiana, y otra la vida de Jesús. Y, a mí personalmente, Jesús me da una lección perdonando desde la cruz, porque es capaz de amar; pero eso no le impide enseñar y mostrar sus ideas cuando son necesarias. Y eso me gusta mucho de Él. Es capaz de tener una visión extraordinariamente amplia, porque, quiero pensar, esa visión le permite ver el futuro real de cada una de esas almas, y por eso está dispuesto a dejarse crucificar incluso, a perdonar la actual ignorancia y a aportar la sabiduría que tiene.
Por otra parte, tienes mucha razón en que ir cargando con el odio nos hace daños porque, entre otras cosas, nos aleja de quienes somos nosotros mismos, haciéndonos caer en los juegos de otros.
De cualquier manera la tarea es difícil: combinar el perdón con la lección aprendida me resulta una batalla muy difícil; pero ahí vamos intentándolo...
Un abrazo muy fuerte
Unas palabras muy ciertas. Yo creo que si perdonas te quitas un peso de encima. Y que si te empeñas en odiar a alguien, le añades una carga onerosa a tus obligaciones cotidianas.
Yo admiro a la gente que no odia, que simplemnte desprecia o ignora a quien le molesta o le ha herido. Gozan de una tranquilidad que no tiene el que se empeña en aborrecer, pues éste siempre está buscando motivos para sustentar sus sentimientos negativos.
Por razones diversas, trato de imitar a esas personas, que se ven saludables y gozosas. No es posible estar en paz con todo el mundo, pero cuantas menos batallas hayas emprendido, más tranquilidad habrá en tu vida y más posibilidades de gozar de lo bueno que tu entorno te ofrezca.
En lo que también quería yo incidir, es en esas ocasiones que eres tú eres objeto de rencor por razones que pueden ser endebles, pero que te alejan de gente a la que quieres.
Publicar un comentario