«Voy a ser breve. La verdad es más verdad cuando se manifiesta desnuda, libre de adornos y palabrería. Quisiera comentar el discurso, por llamarlo de algún modo, del general Millán Astray, quien se encuentra entre nosotros. Dejemos aparte el insulto personal que supone la repentina explosión de ofensas contra vascos y catalanes. Yo nací en Bilbao, en medio de los bombardeos de la segunda guerra carlista. Más adelante me case con esta ciudad de Salamanca, tan querida, pero sin olvidar jamás mi ciudad natal...Acabo de oír el grito necrófilo e insensato de “Viva la muerte”! Esto me suena lo mismo que “Muera la vida!” Y yo, que me he pasado toda la vida creando paradojas que provocaron el enojo de quienes no las comprendieron, he de deciros, con autoridad en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Puesto que fue proclamada en homenaje al último orador, entiendo que fue dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. Y otra cosa. El general Millán Astray es un inválido. No es preciso decirlo en un tono más bajo. Es un inválido de guerra.
También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente hay hoy en día demasiados inválidos. Me duele pensar que el general Millán Astray pueda dictar las normas de psicología de las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido como dije, que carezca de esa superioridad del espíritu, suele sentirse aliviado viendo como aumenta el número de mutilados alrededor de él ...”
En este momento Millán Astray comienza a gritar “Muera la inteligencia!”, a lo que Unamuno responde:
“Este es el templo de la inteligencia! ¡Y yo soy su supremo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España. He dicho.”
Salió de la sala del brazo de Carmen Franco, entre los gritos exaltados de los falangistas y otros aliados de los nacionalistas. Se recogió en la casa de la cual ya pocas veces volvió a salir, triste y desengañado, hasta su muerte, el 31 de diciembre de ese año.
Triste es la soledad del sabio. Tristisima. Este episodio creo que quedó como símbolo de un acto de coraje y valentía del rector de la Universidad, contra todos los “muera la inteligencia!” y “viva la muerte” de este mundo. Por eso, siempre que pienso en la Universidad, recuerdo que existió D. Miguel de Unamuno, rector de Salamanca.
1 comentario:
Con un par, sí señor, ¡qué grande, Unamuno!
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