Mi profesión no requiere gran esfuerzo físico, sino mental: mucha concentración, estudio y esfuerzo intelectual. Por ello, muchas noches cuando llega la hora de acostarme, fisicamente me encuentro entero pero psíquicamente estoy cansado, y a veces hasta estresado y agobiado, no os extrañe verme alguna noche, sobre las 23,30 horas, dando un corto paseo por la acera, caminando despacito, fumandome un cigarro; o acudiendo a la Estación de Ferrocarril, en horas en las que no hay nadie, con la finalidad que luego os contaré.
Ayer me pasó todo lo contrario. Mis amigos moteros y yo protagonizamos otra “escapada” con nuestras motos. Jódar-Puente Genil-Cordoba-Jódar. Un total de 420 kilometros aproximados. Bien, el caso es que cuando llegué aquí me sucedió a la inversa de lo que me ocurre entre semana: psíquicamente estaba muy relajado, desconectado de preocupaciones, tranquilo; pero fisicamente estaba muy cansado. Tras despedirme de mis compañeros, y tomarme el último café con Casi, aun tuve presencia de ánimo para irme a la Estación de Ferrocarril (solo esta a 8 km. de aquí), para presenciar la puesta de sol.
Fue mi primera puesta de sol de esta incipiente primavera que se aproxima. Aparqué la moto debajo del gran moral que allí hay (lugar habitual en verano donde mis hijos y yo vamos a coger moras, estan riquisimas), y presencié la puesta de sol. El astro rey se dirigia a marchas forzadas hacia America, cruzando el mar, y perdiendose por el horizonte.
Estuve solo. Me senté directamente en el suelo, en un pequeño promontorio que se eleva unos metros. Aquello fue precioso; duro muy poco, pero fue realmente impresionante. Muy bello. El sol, con su precioso color anaranjado, se escondia poco a poco, hasta desaparecer.
Cuando era mas joven disfrutaba del amanecer. Me despertaba y salia de la cama feliz, saltando y brincando; la tarde no me gustaba en absoluto. Es curioso; ahora prefiero el atardecer, ese sol de color rojizo y brillante que tras darnos calor y vida se va perdiendo poco a poco, hasta que la oscuridad lo invade todo. De pronto, una chispa de melancolía me recorrió el corazón, y recordé la poesia de Holderling:
“En los juveniles dias a la mañana sentia recocijo,
Por la tarde lloraba,
Y ahora cuando mas viejo soy dudando empiezo el dia,
Aunque no obstante, sagrado y apacible es para mi su fin.”
Creí comprender a Holderling, y porqué escribió estas bellas razones. Y de pronto pensé en el inexorable paso del tiempo; ya tengo 44 años, lo cual significa que he visto ya 44 primaveras, me queda ya poco para el medio siglo. Medité sobre nuestra finitud, pues somos criaturas cuya existencia es mínima: en comparación con la edad del universo (miles de millones de años), la vida de un humano es insignificante, como decia Rabindranat Tagore, algo parecido a “una gota de oxigeno que surge del fondo del rio y que cuando llega a la superficie del agua…se evapora y desaparece”. Me sentí minúsculo; miles de generaciones han pasado antes de nosotros, y después otros miles de generaciones pasarán. Vamos creciendo, envejeciendo y muriendo, y resulta inútil detener la maquina del tiempo, inútil eternizar nuestro ahora; nuestro presente, apenas sucede, se convierte ya…en pasado.
Y quizás por ello, por esa sensación de fugacidad que tiene lo efimero, me pareció la mas bella puesta de sol que recordaba en muchisimo tiempo. Volví a casa reconfortado. La vida es algo realmente precioso.
Y humildemente creo que deberiamos de aprovecharla. Recuerdo a los viejos, cuando decian: “
Y para el corto rato que estamos aquí…hay que ver lo que nos gusta molestarnos los unos a los otros”. Y llevaban razón. Que equivocados estamos... ¡Y solo tenemos ésta oportunidad!
Saludos.