Nuestros antepasados vivian en un medio que hoy se nos antojaría duro, pues contaban con pocas comodidades. No tenían televisión, ni Internet, ni teléfono alguno, ni fijo ni móvil; tampoco tenían luz artificial, solo la luz del sol y de la luna, y por la noche lamparas de aceite o velas para su iluminación. No disponian de lavadora, ni de red municipal de saneamiento: habia que ir a la fuente a llenar el cantaro de agua, o al rio o a la pila a lavar la ropa. Desplazamientos: a pie o a lo sumo en cabalgaduras, como caballos o burros. Carecian de cocina y de horno, de suerte que solo para calentar la leche por la mañana habia que coger leña, partirla, y encender la lumbre. Y asi sucesivamente. Durante miles de años y generación tras generación, nuestros antepasados iban al bosque a cortar leña para encender la lumbre en su casa en las noches de invierno.
Pero quizás eran mas felices que nosotros, quizás se preocupaban menos que nosotros por las cosas. El mundo era otro. Vivian más despacio, meditaban las cosas lo justo, con sentido práctico, sin torturarse en exceso por nada. Tenían mas contacto con la naturaleza, había más comunicación entre las personas, el mundo, quizás, era más ingenuo pero más feliz. En las noches de verano, se sentaban en la puerta de sus casas, y hablaban los vecinos tranquilamente de unas cosas y de otras y se acostaban cuando el sueño los vencía. Y en invierno, a la luz de la lumbre contaban algún cuento a sus hijos, o se entretenían con alguna partida de cartas. No se agobiaban por las cosas por las que nosotros nos preocupamos ahora: si su subsistencia estaba asegurada, ellos eran felices y estaban tranquilos. Hacían una vida sencilla.
Últimamente quizás despreciamos el valor de esa palabra: la sencillez. Y nos equivocamos, porque las cosas sencillas nos hacen disfrutar más, y pienso que de ellas se pueden extraer las más sabias conclusiones.
Nosotros, por el contrario, solo llevamos cien años aproximadamente con las ventajas y los medios que la tecnología nos brinda hoy. ¿Qué es de nuestra vida ahora, en el Siglo XXI, el siglo del estress, de Internet, del mundo globalizado, de las 4 horas diarias de promedio de visionado de televisión, y del conocimiento a un clic de ratón? Infartos a centenares, depresiones a miles, infelicidad, agobios; veo muy poca paz y serenidad. Nos refugiamos en nuestra burbuja familiar en nuestra casa y casi nos da miedo salir a la calle, no sea que un veinteañero de papá con un mercedes de alta gama nos pase por encima. Por si fuera poco, sufrimos tal bombardeo de estímulos acústicos, visuales y de de todos los tipos y colores, que a veces tenemos la sensación de faltar muy poco para volvernos locos. Y si no hacemos lo que hace todo el mundo nos miran como pájaros raros. Pero bueno, ¿esto que es?
Tal y como yo lo veo, gozamos de una enorme cantidad de avances tecnológicos de los que nuestros antepasados carecieron. Pero, ¿somos más felices que ellos? Yo creo que no. Ni muchisimo menos.
Este el tributo que hemos de pagar hoy por esta moderna sociedad que entre todos hemos creado. Y se nos olvida que la paz interior del ser humano no proviene de los electrodomésticos ni del consumo, ni del tener, sino de la serenidad de su espíritu y del ser. Ahora bien, ¿Cómo conseguirlo?
Se me antoja difícil la respuesta. Y como no me gusta dar consejos si no me los piden, solo diré algo de lo que yo hago. A mi lo que me viene fantástico es no ver la televisión. Salvo algunos concretos programas que se salvan de la quema, haria con la televisión un “donoso y grande escrutinio”, lo mismo que la sobrina y el ama de D. Quijote hicieron con sus libros. Al menos, hasta que me demostrasen que hacen una televisión menos chabacana y de más calidad y contenido ético, que por ahora no veo por ningún sitio. Además, sin perjuicio de sus bondades, que indudablemente las tiene, me parece un peligroso enemigo, hablo de la televisión: nos ciega, nos crea adicción y nos impide dedicar tiempo a la meditación personal, y lo que es peor, a hablar con los nuestros; todo ello sin perjuicio del derecho que tiene cada uno a hacer lo que le desee, eso es elemental.
En mi casa tenemos instalada la televisión en el salón. Pero la cocina de casa es grande, y solemos comer y cenar allí; tiene encanto para nosotros. Dudamos al principio si colocar alli también la televisión o no. Decidimos no hacerlo: hoy nos hemos alegrado enormemente. Mi mujer, mis hijos y yo hablamos en la mesa, nos comunicamos unos con otros: eso me parece extraordinariamente bueno. Mejor eso, que estar todos con la cara de embobados viendo el ultimo affaire amoroso de tal o cual famoso o famosa. O estar en el dormitorio viendo la televisión, en vez de dedicarnos con nuestra esposa a otros menesteres, digamos, mucho mas relajantes, placenteros y deseables, y que conste que no critico al que tenga tv en el dormitorio.
Y no estoy haciendo apología del pasado, no, porque el tiempo es como un rio: no puede volverse atrás, hay que aceptarlo y yo lo tengo asumido de sobra. Somos hijos de nuestra época, que, obviamente, tiene unas ventajas maravillosas de las que nuestros antepasados carecieron: pero se trata, como decia Saulo de Tarso, de “probadlo todo y quedaos con lo bueno”.
Creo que muchas veces perdemos el tiempo. Aparentemente huimos del estrés o de nuestras preocupaciones haciendo muchas cosas en nuestro tiempo libre, como ver la televisión o dedicarnos a otras faenas que el progreso tecnológico nos ha traido. Nos relajamos un ratito, y adormilamos al problema, pero no lo anulamos, de modo que apagamos la tele, o dejamos de hacer lo que estemos haciendo, nos acostamos y al dia siguiente nos encontramos de nuevo con el problema o preocupación.
Quizas si en vez de huir del problema dedicáramos algunos minutos al día en meditar como luchar contra ese problema, conseguiríamos más resultados.
Me explico. Pienso que la labor de meditar, aunque solo sea diez minutos al dia, me parece sencillamente fundamental, para encontrarnos con nuestro yo interior, con ese ente que hay dentro de nosotros y al cual pocas veces escuchamos; para descubrirnos a nosotros mismos. Estemos en el mundo, pero sin identificarnos con ese mismo mundo, y entendedme: seamos conscientes de que tenemos una cosa preciosa: nuestra unicidad, nuestra indivualidad. Somos, cada uno de nosotros, irrepetibles.
Evitemos dejarnos atrapar por el consumismo o por todo lo que nos haga daño. El hecho de que tengamos a nuestra disposición tantas comodidades no implica que tengamos forzosamente que hacer uso de todas ellas, como el ir al mercado no significa que tengamos que comprar de todo lo que allí hay. Hemos de hacer una previa selección.
Aquí lo mismo. Podemos hacer un breve ejercicio mental y, obviamente, tirar lejos de nosotros lo que nos quite la paz interior. Ese ejercicio es personalísimo de cada uno. Preguntémonos, ¿realmente necesito esto (lo que sea) para vivir? Y sobre todo, ¿lo necesito para ser feliz?
Atrevámonos a ir contra corriente y a ser originales; pero no simplemente para diferenciarnos del resto, sino para sentirnos bien con nosotros mismos, y sobre todo, actuar por nosotros mismos.
No esperemos a S. Valentin para declararle el amor a nuestra esposa enviándole un ramo de flores: hagamoslo otro dia, a mediados de Junio, o primeros de Noviembre, o cuando nos apetezca y queramos decírselo, cuando nos lo pida el corazón. Es solo un ejemplo.
Saludos.