En este
Capítulo XVI de la Segunda Parte, Cervantes introduce un personaje nuevo: el caballero del Verde Gabán, cuyo nombre era D. Diego. Pero sucede algo en este capitulo que me induce a pensar: creo detectar en el lenguaje del autor la evolución de la personalidad del hidalgo, mas sosegado que en la primera parte, y un pequeño-gran cambio en la actitud de Cervantes hacia D. Quijote. La conversación de D. Quijote con el caballero del Verde Gabán me hace pensar así. En realidad, lo vengo notando desde el primer capitulo de esta Segunda Parte.
Está claro que en la primera parte, D. Quijote es un loco sin remedio y Cervantes, que entonces
no es padre sino padrastro de D. Quijote (como el autor dijo en el Prólogo), ridiculiza a su propio personaje y no en pocas ocasiones. Además, mantiene las distancias con él. Nos reímos enormemente con las locuras del hidalgo: un loco, furibundo además, que no sabe que está loco y que no es consciente de la realidad: su fantasía es su realidad: las ventas son castillos, las putas son altas damas cuyo olor a ajo huele a ambar desleido, y una bacía es el yelmo de Mambrino.
Sin embargo, me atrevería a decir que en esta segunda parte sucede algo estremecedor: Cervantes se acerca a su personaje. Este capítulo, el XVI, junto con el anterior, me lo da a entender. Cervantes, al revés de lo que ocurre en la primera parte,
ya no parece padrastro sino padre de D. Quijote. Sea por el éxito de la primera parte, sea por el berrinche que sufrió D. Miguel con el apócrifo de Avellaneda (cuyo “resfriado” ingenio tiró tanto a D. Quijote por los suelos), sea porque Cervantes intuye que su muerte está cerca y sabía que esta sería su obra maestra, o sea por la razón que fuere, lo que si noto es que el autor llega a respetar, e incluso a querer a su personaje: a D. Quijote, a
su D. Quijote. Quizás quiere elevarlo, quizás quiere distinguirlo del otro Quijote; juro que no sé como expresarlo. Pero Cervantes no escribe ahora de D. Quijote como lo hacia antes: ya no solo nos habla de sus locuras: ahora nos abre, poco a poco, el alma de ese loco, lo que el loco siente por dentro. Nos lo acerca, nos lo hace más próximo.
Parece como si ya no nos rieramos tanto de Don Quijote ¿verdad? Es más, empieza a molestarnos que se rían de él. D. Quijote adquiere altura: ya no es el vulgar loco que era antes, aunque a mi me parece que en muchas ocasiones se empeña
voluntariamente en seguir siéndolo. ¿Es una locura más forzada? Lo veo ahora como a un hombre que, si bien sigue prefiriendo sus caballerías, es mucho más consciente de la realidad que en la primera parte. Y Cervantes, maravilloso, va dejando muchas pistas a lo largo y ancho de toda la novela, diciéndonos que
con mas cordura pensaba ahora que antes; que
ya no veía tantos castillos, sino ventas, etc; además, D. Quijote habla más que en la primera parte, y dice cosas absolutamente maravillosas y celestiales: solo tenemos que oírlo, mejor, leerlo.
Puede que esté equivocado; pero hay muchos detalles que me hacen pensar así. Y uno de ellos se contiene en este capitulo XVI. Veamos. Si el caballero del verde gabán hubiera aparecido en la primera parte es muy probable que D. Quijote lo hubiera molido a palos, o se hubiera liado a mandobles con él, como con el vizcaíno. Pero en este Capitulo hay un cambio “sospechoso”: D. Quijote no lo ve como un gigante o como un fantasma o alma en pena, no: lo identifica bien y correctamente, como lo que era (un “
hombre de chapa” o de “
buenas prendas”) lo saluda cortés, y ante la sorpresa que se lleva D. Diego (que así se llama el del verde gabán) ante la apariencia de nuestro héroe, D. Quijote muestra ahora un sentimiento nuevo, quizas... ¿preocupación? por lo que se pudiera pensar de su aspecto.
“…y si mucho miraba el de lo verde a don Quijote, mucho más miraba don Quijote al de lo verde, pareciéndole hombre de chapa... Notó bien don Quijote la atención con que el caminante le miraba, y leyóle en la suspensión su deseo; y, como era tan cortés y tan amigo de dar gusto a todos, antes que le preguntase nada, le salió al camino, diciéndole:-Esta figura que vuesa merced en mí ha visto, por ser tan nueva y tan fuera de las que comúnmente se usan, no me maravillaría yo de que le hubiese maravillado…”¡Que diferente lenguaje al de la primera parte…! Ahora parece que D. Quijote quiere
quedar bien con el caballero del verde gabán. ¿D. Quijote quiere darle gusto a su acompañante y satisfacer su curiosidad, ó más bien será que en el fondo D. Quijote es consciente de que está hablando con un caballero acomodado, noble, de cierta importancia y siente la necesidad de excusarse por su ridícula indumentaria?
En la primera parte, D. Quijote, ante D. Fernando y otros nobles, jamás se excusó de nada, ni de su aspecto ni de sus acciones. Le daba igual. Ahora si que lo hace. ¿Pero, por qué? D. Quijote hace ahora algo muy extraño: ahora parece que siente deseo de agradar, o, al menos, trata de anticiparse a lo que los demas piensen de él, trata de justificarse por sus acciones, ya lo veremos. ¿Es consciente de si mismo Alonso Quijano? ¿Quiere Cervantes presentar a su caballero
en sociedad, dado que ya es famoso tras el éxito de la 1ª Parte? ¿No? ¿Entonces?
Pero bueno, ¿no quedamos en que Alonso Quijano estaba loco? ¿Desde cuando a un loco le importa lo que piensen los demás de su aspecto o de sus acciones? Yo creo que Cervantes empieza a estimar a su caballero, quizas por las razones antes apuntadas, y así hace que D. Quijote quiera “quedar bien”, o al menos, enmendar en algo la opinión que tenían de el. Al menos ahora
sigue siendo loco, pero ya es un loco con el que se puede hablar, dialogar, hasta razonar, es un loco mucho más sosegado y un poco mas cuerdo.
Y Cervantes empieza un maravilloso juego. Pronto el autor regresa a la idea central de la novela, consciente de que D. Quijote ha de ser siempre D. Quijote, el cual vuelve a sus andadas caballerescas, pero atención, ya lo hace tímidamente: cuando el del verde gabán duda de las caballerías, D. Quijote no se altera ni pierde la compostura de modo furibundo (al revés que en la primera parte), sino que, muy prudentemente, le dice:
-“Yo lo dudo -respondió don Quijote-, y quédese esto aquí; que si nuestra jornada dura, espero en Dios de dar a entender a vuesa merced que ha hecho mal en irse con la corriente de los que tienen por cierto que no son verdaderas.”Obvio lo que sucedió: el caballero del verde gabán tomó “barruntos” de que D. Quijote era algún mentecato, aunque no lo tiene muy claro, dada la nueva prudencia de D. Quijote.
Pero Cervantes, jugando magistralmente de nuevo, da otro giro más, y hace que nuestro héroe pronuncie uno de sus más sabios, famosos y coherentes discursos, y juro por lo más sagrado que me emocionó enormemente la primera vez que lo leí: el que hace sobre los hijos, que demuestra la sensatez de sus ideas y que ocasiona, incluso, que el del verde gabán vaya perdiendo la opinión que de él tenía, de ser mentecato.
¿Está loco D. Quijote o es que se lo hace? O por mejor decir, ¿es ahora un loco mas moderado? Nuestro maestro y querido amigo
Pedro Ojeda nos sacará de dudas. Quizás es que Cervantes, magistral, empieza a jugar con la cordura/locura de su protagonista, jugando a medio gas con ambas. Cervantes, actuando asi, consigue lo que quiere: que empecemos a respetar y hasta amar a D. Quijote, y lo consigue con este nuevo Quijote, que no parece tan loco como antes y sí más sabio, ahora es un loco más simpático y más próximo, que se hace querer y además, es más prudente y tiene más de dominio sobre sí mismo. Y otra cosa más: nos va dando pequeños toques, pequeños aldabonazos de lo que sucederá más adelante, contagiándonos su cariño hacia Alonso Quijano.
Cervantes humaniza a D. Quijote: lo saca del pozo de la locura vulgar, y lo sitúa en el panteón de la bella, alta e inmortal locura de la que tanto se ha escrito y se escribirá; antes Alonso Quijano no palpaba la realidad, ahora si empieza a hacerlo, pero se empeña en seguir haciéndose el loco, quizás como medio para combatirla. Aunque ahora veo a D. Quijote como un loco más elegante y más inteligente; ya no despierta tanta risa ó lástima como cuando venía en el carro de los bueyes. Ahora quizás está empezando a despertar admiración.
Hoy, con estas apresuradas y anticipadas reflexiones -y confio en que la benevolencia de Pedro Ojeda sepa disculparme-, me he atrevido a aventurar mi humilde opinión, como contribución al grupo de lectura. Quizás no sea la correcta, pero... ¡es que el Quijote entusiasma! ¡Dioses, que novela!
Saludos.