Este
capitulo 24 de la 2ª Parte comienza con obvias dudas sobre la verosimilitud o falsedad de todo lo que D. Quijote dijo haber visto en la Cueva de Montesinos. Cervantes introduce a los lectores en el debate ("
Tú, lector, pues eres prudente, juzga lo que te pareciere"), pero nos da una pista al sugerir sobre D. Quijote que “
dicen que se retrató della y dijo que él la había inventado por parecerle que convenía y cuadraba bien con las aventuras que había leído en sus historias.”
Cervantes insinúa que ello fué “
al tiempo de su fin y muerte” y he de confesar que he sentido inquietud al leer lo anterior, una especie de escalofrío me ha sacudido. Cervantes ya nos avisó claramente sobre ese final en el Prologo a la 2ª Parte; ¡pero lo teníamos olvidado, ahora estamos disfrutando a tope y queda mucha novela! D. Miguel, genial, no lo olvida y nos da un nuevo aldabonazo para que recordemos que nada es eterno, quizás para que nos vayamos haciendo el ánimo a la idea de que D. Quijote un buen dia partirá. Cervantes ya tiene “in mente” la muerte de su héroe, que
no saldrá con vida de esta segunda parte. Quedarme sin mi caballero andante me apena, pero ánimo Cornelivs, arriba el corazón, queda todavía mucha novela para disfrutar.
Apostaría, eso sí, a que Cervantes ya ha leído el Quijote apócrifo de Avellaneda, aunque no dice nada hasta bastantes capítulos después.
El primo siguen siendo tan “primo” como siempre, ahora descubre algo importantísimo: la edad de los naipes, por la frase que dijo Durandarte (“
paciencia y barajar”). Es tan obvia su zafiedad y su tontería que D. Quijote lo tiene calado, al dudar de que alguien le dé jamás licencia al primo para imprimir sus libros. D. Quijote le pregunta a quien piensa dirigir los libros, y habla de los señores. Por su modo de hablar, me recuerda que la primera parte de la novela Cervantes la dedica al Duque de Béjar, pero parece que no le fue muy bien con él, algo tacaño tuvo que ser este duque, porque esta segunda parte cambia el tercio, y la dirige a otro señor: al Conde de Lemos, gran protector de Cervantes, ya lo vimos en el prólogo.
Los protagonistas piensan dirigirse a una ermita donde vive un ermitaño “
que dicen ha sido soldado y está en opinión de ser un buen cristiano”. Sancho, siempre con hambre va a lo suyo, pregunta directamente que si tiene gallinas ese ermitaño (¡como se acuerda de la espuma de las ollas de las bodas de Camacho!). Pero D. Quijote dice algo sobre el ermitaño que me intriga: “
menos mal hace el hipócrita que se finge bueno que el público pecador”, lo cual me da a entender que no tenía muy buena reputación ese ermitaño, o que acaso es un ermitaño respecto del cual puede decirse que las apariencias de las buenas obras presentes van borrando en la memoria las malas obras pasadas, o bien que es una persona que cubre con la capa de la hipocresía todas sus faltas.
Aventuro una hipótesis: quien sabe lo que sucediera dentro de esa ermita. Lo confirma el hecho de que el ermitaño no estaba, quizás llegaron a destiempo y le piden vino del bueno a “una” sotaermitaño que había alli; parece que es una mujer. ¿Una mujer en una ermita en aquella época viviendo con un ermitaño que habia sido soldado? Pero bueno, ¿no será la querida del Ermitaño? ¿O era una chica que vivía con él?
Y aparece en escena el simpático mozo de dieciocho años que se va alistar en el ejército. Lo hace porque no tiene dinero. Es enternecedora la historia de este joven; leyéndola no puedo evitar acordarme del propio Cervantes, siempre pendiente de un cargo en la corte, que también sirvió a “
cantariberas y gente advenediza”, y que quizás sufriera lo que el jovenzuelo: que apenas le daban un vestido, se lo volvían a quitar. Por eso se va a la guerra, “
para tener por señor al rey, y servirle en la guerra, que no a un pelón en la corte.” Y hace muy requetebién, ya está bien de tanto impresentable.
La respuesta de D. Quijote es sensacional. La he leído infinidad de veces. Nuestro héroe le da ánimos al futuro soldado, y recordando sus discursos pasados sobre las armas y las letras (de la 1ª Parte) tiene un detalle encantador: ¡vuelve a hablar de mi adorado Julio Cesar!, para el cual
“la mejor muerte era la impensada, la no prevista, la que sucede de repente”. ¡Y también habla de Terencio…! O sea, Publio Terencio Africano, citando su conocidísima frase que apela al valor. Esa frase se me quedó grabada a sangre y fuego la primera vez que lei el Quijote, y personalmente me ha ayudado mucho en momentos de indecisión:
“más bien parece el soldado muerto en la batalla que vivo y salvo en la huida”. ¡Ahí es nada! (¡Tambien a Cervantes le gustaba la antigua Roma....!)
Alonso Quijano le da ánimos al jovencito ante la muerte y le dice que no le tenga miedo.
“Que puesto caso que os maten en la primera facción y refriega o ya de un tiro de artillería, o volado de una mina, ¿qué importa? Todo es morir, y acabóse la obra”. Y le advierte que podrá llegar a viejo, o podrá quedar inválido, o cojo, pero no por ello sin honor. Cervantes mismo es un lisiado de guerra, y se mostró muy dolido cuando el de Avellaneda le dijo que era viejo y manco, a lo que respondió Cervantes así:
“Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros” (Lepanto, 7 de Octubre de 1.571).
Cervantes, que también fue soldado, ya viejo y enfermo, parece añorar su vida militar.
Magnifico D. Quijote. Este muchachito acepta su invitación y cenará con él y con Sancho en la venta. ¿He dicho “venta”? Si, pues por tal le pareció a D. Quijote, el cual sigue haciendo gala de su nueva prudencia, elevada y sabía, ahora no ve castillos, sino que ve la realidad. Una venta.
¿Nuevo intento de Cervantes de desmarcarse de Avellaneda o más bien de consumar la evolución de la personalidad de Alonso Quijano?
Saludos.