Te puede cambiar la vida en
un segundo. El destino, ese extraño desconocido e inexorable nos depara sorpresas
como la que yo me llevé hace pocos dias.
Llevo 28 años ejerciendo la abogacía,
y además los últimos doce años haciendo
deporte con regularidad y siguiendo una dieta saludable. No obstante, la sombra de mi pasado (hablo de mi pasado anterior al deporte, pues
empecé a hacer deporte ya con 44 años) es alargada, y todo, absolutamente todo,
deja su huella. Acudo a mi cardiólogo tras
un pequeño desmayo que me asustó un poco a mediados del pasado mes de Enero, y
me prescribe un cateterismo, esto es, un examen de las arterias
coronarias, pues mis niveles de
colesterol no son los mas adecuados y a mis 58 años, como suele decirse, estaba “a punto de caramelo”.
Yo pensaba que se trataría de una
revisión normal y que el cateterismo iria bien. Sin embargo, mi sorpresa es mayúscula cuando me encuentro con que en
vez de 20 minutos, estoy en el quirófano casi 2 horas, los cirujanos se
encontraron con un panorama muy peligroso: la arteria cardiaca circunfleja, a la altura del cruce con el TCI estaba “casi”
completamente ocluida por el dichoso colesterol calcificado (vamos, a punto del infarto), con lo cual salgo de allí con dos stents coronarios colocados en dicha arteria
cardiaca. Tras el enorme susto, todo bien.
Al dia siguiente me dan el alta,
y me explican que la arteria estaba “casi” completamente obstruida, si bien no llegó a obstruirse del todo gracias al
deporte y al saludable cambio de dieta y habitos que hice hace doce años, doy gracias a
Dios y a ese “casi” que me ha salvado la vida (mis carreras de atletismo). Bendije de nuevo al deporte. Y me dan una enorme alegría, que dias despues confirmaria mi cardiólogo: ¡Me dicen que puedo
seguir corriendo…!, Ole, ole, y ole, :) eso
si, tras un periodo de dos o tres semanas de adaptación con moderación a
la nueva situación. He tenido muchisima suerte.
Inicialmente afronté la intervención quirúrgica con entereza, y toda la fortaleza estoica que pude; regrese a mi habitación, algo mas animado, pero aun con el susto en el cuerpo. No obstante, al amanecer del dia siguiente, en medio de mi soledad, cuando por fin comprendí y fui consciente del riesgo tan grande que se había cernido sobre mi, dado que es tan delgada la linea que separa la vida de la muerte, y me di cuenta de que la vida me había dado una “prorroga” como segunda oportunidad, experimenté una intensa alegria y emoción. Contemplé el sol saliendo en un amanecer que no olvidaré; me pareció el amanecer mas bello que había visto nunca. Di gracias por esta nueva oportunidad. Luego regrese a mi domicilio y me reintegré a mi trabajo.
Llevo casi catorce años teniendo casi a diario provechosas “conversaciones” con mis amigos estoicos: Seneca, Marco Aurelio y Epicteto, y con algun que otro invitado ilustre mas, como Cicerón, con musica de Mozart y Bach de fondo. No solo los leo, sino que me los tomo muy en serio, trato de ejercitar la coherencia: procuro que las palabras se conviertan en hechos, intento a diario, con toda la humildad que puedo, interiorizar y aplicar en mi vida practica su doctrina. El mensaje de estos hombres tan sabios que nos precedieron siempre ha sido para mi una luz que me ha alumbrado y guiado en medio de la oscuridad que proporciona la incertidumbre de la vida.
En esos momentos del amanecer en el hospital al día siguiente del cateterismo, me di cuenta de que su doctrina está mas viva que nunca. Y constaté por enésima vez que llevaban razón, y la siguen llevando dos mil años después. En ese amanecer se me hizo más patente que nunca nuestra propia fragilidad. La fragilidad del ser humano. Nos creemos gran cosa, cuando la verdad es que somos una minúscula fracción, una insignificante partícula en medio del universo. El mundo de hace dos mil años y el actual no se diferencian grandemente (excepto por el avance tecnológico), el ser humano siempre ha tenido y tendrá los mismos defectos.
En esos momentos tambien pensé que solo tenemos una vida, y perdemos mucho tiempo sufriendo inutilmente por cosas que, en el fondo, solo son tonterías. El orgullo, por ejemplo. Yo creo que nuestro estúpido orgullo
es muy pernicioso y dañino para nosotros mismos, pues nos
damos mas importancia de la que realmente tenemos.
Sabemos que tuvimos un principio al nacer, y que tendremos un final al
morir, pero pasamos por ese final de puntillas, nos sentimos muy incomodos
hablando de él, la muerte es una inseparable y molesta compañera a la que nadie
quiere acercarse; quizás nuestro orgullo
innato provenga de que, en nuestro fuero interno, nos cuesta infinito trabajo
aceptar que todo lo que tiene principio, tiene que tener forzosamente su fin. Y la muerte es igual para todos; pero mientras
que cuando muere un vecino decimos “cosas de la vida”, por el contrario cuando muere
uno de los nuestros, decimos: “¡ay, que desgracia!”, nadie quiere tenerla
cerca. Es bueno meditar en esto con
frecuencia, y mis estoicos me ayudan un montón en eso.
Hijo del anterior orgullo es
nuestra codicia y nuestra falta de
generosidad. No nos damos cuenta de que
nacemos desnudos, y que desnudos nos iremos, estamos muy apegados a lo material,
al sentimiento de “lo que es mio”, y se
nos olvida con demasiada frecuencia que ninguna posesión material nos podremos llevar
de aqui. Consideramos el dinero y las riquezas
como un fin en si mismo (atesorar y tener mas que el vecino, para que nos digan “don
Tomas” y no “Tomas, na’mas”, como dice la canción de Lolita, parece ser una de
nuestras metas principales en este mundo) y buscamos la riqueza fuera de nosotros cuando deberíamos
de buscarla dentro, si, dentro de
nosotros: en explotar las cualidades que tenemos cuando nacemos y somos niños
(generosidad, sinceridad, ayudar a los demás) y que los años y los consejos de
nuestros mayores nos van quitando poco a
poco. “No llego a comprender porque siendo los niños tan inteligentes, los
mayores son tan tontos, debe ser fruto de la educación”, dicen que decía André Gide, y yo
lo digo también.
Si os dais cuenta he hablado de
los dos primeros pecados capitales: soberbia y avaricia, que muchos consideran como una ofensa a
Dios. Con el maximo respeto a todas las maneras de pensar, yo creo que Dios es algo
demasiado grande e inmenso como para que nadie insignificante como nosotros pueda
hacerle el mas minimo daño ú ofenderlo, y creo firmemente
que la soberbia y la avaricia son algo mas: son pecados contra nosotros
mismos, son pecados contra nuestra propia humanidad; son pecados motivados por nuestra propia estupidez, avaricia e ignorancia: creemos que somos eternos y no
es asi; creemos que vamos a gozar sin límite de los bienes, y tampoco es
asi... ¡Que esto se acaba, señoras y señores! En
definitiva, no somos conscientes de nuestra propia fragilidad y finitud en el
tiempo, sobre dimensionamos nuestra propia importancia, como antes decia.
Y por si fuera poco, siempre
estamos amargados por el pasado, o bien agobiados
y preocupados por el futuro. Afortunadamente, mi amigo Lucio Anneo Séneca se vino
conmigo al Hospital y me dijo esto: (“Cartas a Lucilio”, y “Sobre la
tranquilidad del animo”):
“ Si terminas de esperar, terminaras también de temer. No sabemos acomodarnos a las circunstancias
presentes, sino que remitimos el pensamiento hacia adelante, a la idea de un
futuro remoto. Asi es como la previsión,
bien supremo de la naturaleza humana, se torna en mal. Las fieras huyen de los peligros que ven, y
cuando han huido están tranquilas; nosotros nos atormentamos por el futuro y el
pasado”.
Mire el sol del amanecer. Me pareció precioso. Sentí paz. Y me dijo igualmente esto:
“El mal no esta en las cosas, sino en nuestra alma. Aquello mismo que
nos hacia insoportable la pobreza nos hará insoportable la riqueza. Tal y como
es indiferente que pongas a un enfermo en un lecho de madera o en uno de oro,
pues donde sea que le acomodes llevara consigo la enfermedad, tampoco tiene ninguna
importancia que un alma enferma se encuentre entre la riqueza o entre la pobreza:
su mal le sigue por todas partes”.
Os juro que estas "conversaciones" reconfortan mi alma, y me animan a seguir adelante. Solo tenemos una vida, que es un auténtico regalo. ¿Por que no la aprovechamos para detenernos de vez en cuando en medio de nuestro frenesí diario y meditar un poquito sobre todo esto? Quizas pudieramos ser un poco mas felices de lo que lo somos, acaso cometeríamos menos errores y viviriamos con mas alegria: yo creo que merece la pena.
Saludos.