""Había una vez un hombre, pobre de solemnidad, que apenas tenia para comer, el hambre era su inseparable compañera. Por si fuera poco estaba enfermo y no tenia trabajo. Parecia medio simple. Daba largos paseos por su ciudad y le gustaba detenerse en las pastelerias. Tenia siempre mucha hambre. Veia los escaparates, con las bandejas llenas de dulces de todos los sabores y colores. El preferia, muy especialmente, los pasteles, si, esos de color ocre, con crema por dentro y espolvoreados de azucar, verdaderas delicias; pero ¡como degustar uno, si no tenia ni un céntimo! Con los ojos como braseros, se le hacia la boca agua, imaginándose que se hartaba de pasteles. El tendero lo veia casi todos los dias allí, delante del escaparate, ensimismado con la contemplación de los dulces, y junto con sus compañeros y amigos, se reia de él.
Asi, el hambre, que aviva el ingenio, le dio la solución. Un dia nuestro protagonista entró en la Pasteleria. Apareció allí con gesto triste, ojos llorosos, implorando lástima.
-Mire usted, no tengo dinero ninguno, pero no vengo a pedir limosna. Solo quiero decirle que tiene usted el mejor escaparate de dulces de toda la ciudad. ¡Que maravillosos, que buena pinta! Tienen que estar deliciosos.
-Pues si, gracias, buen hombre –le contestó el pastelero con una sonrisa burlona-, pero ya sabe, sin dinero no hay pasteles. Váyase usted a la calle, que tengo mucho trabajo.
-Oiga, ¿sabe usted? ¡Seria capaz de comerme cuatro bandejas de pasteles!
Cada bandeja tenia 24 pasteles, con lo cual el total de pasteles era de 96. Aquello era demasiado. Materialmente imposible. Un claro farol de un hombre hambriento que no sabe lo que dice.
-¡Como dice! ¡No sea usted necio! Me como yo cuatro pasteles, siendo alto y corpulento como soy –repuso el pastelero-, y me quedo más que satisfecho, ¿y usted, con lo seco y bajito que es va a comerse noventa y seis pasteles!
Los ojos del pobre hambriento adquirieron una tonalidad maliciosa, que pasó inadvertida para el pastelero.
-¡Le estoy diciendo que soy capaz!
-Vayase de aquí.
-¡Me apuesto con usted a que si no soy capaz de comerme los 96 pasteles, me dejo sacar una muela, la unica sana que me queda! Llamamos al barbero de enfrente y me la saca aquí mismo.
El pastelero mordió el anzuelo. Vió la posibilidad de reírse de este hombre. Indudablemente seria incapaz de comerse 96 voluminosos pasteles en menos de 5 minutos, aquello no habia estomago que lo resistiera. El pobre hombre perdería la apuesta, y su muela, y asi tendrían motivo de risa durante mucho tiempo.
-¡Acepto! –repuso el pastelero-, pero se lo advierto claramente: ahora mismo voy a llamar al barbero, y como no se coma usted, uno por uno, los noventa y seis pasteles… ¡le saco la muela aquí mismo…!
-De acuerdo, llamelo usted -dijo nuestro protagonista-.
Dicho y hecho. Llamaron al barbero, y el pastelero, el hambriento, y cuatro o cinco amigos de aquel, se sentaron en la pasteleria esperando que comenzara el reto. El hambriento se sentó con prisa y casi babeando de emoción. Y comenzó a comer. Inicialmente nuestro hombre comia con gestos desaforados: engullia los pasteles enteros, sin masticarlos. Pero cuando iba por el pastel numero dieciocho, el estomago empezó a darle síntomas de que ya estaba lleno. De todos modos, consiguió comerse otros cuatro pasteles más, lentamente, hasta que llevaba veintidós en total. Completamente satisfecho y ahito, confesó a los demas:
-He perdido, no puedo seguir.
En esto comenzó la risa, la rechifla y el escarnio de los demás. La pastelería se llenó de gente curiosa, ávida por reírse del pobre tonto que iba a perder su única muela sana. Lo cogieron entre todos y lo sentaron, y el barbero procedió a sacarle la muela. El hombre profería espantables gritos de dolor, lo cual no hizo sino incrementar las risas y la socarronería de todos los asistentes.
Tras la extracción, lo echaron a la calle. Nuestro hombre se retiraba en silencio, y en esos momentos comenzaron incluso a insultar al hambriento con insultos de todas las categorías. Lo trataron de pobre hambriento, miserable, tonto, idiota, y no se sabe cuantos calificativos más. No solo que era un “hambrón”, sino un tonto, pues su atrevimiento le habia costado la perdida de su muela.
Cuando el hambriento oyó aquello, contestó, muy tranquilamente lo siguiente:
-Mucho más tontos han sido ustedes, pues no solo que he conseguido saciar mi hambre y llenarme de los dulces que a mi me gustan, sino que encima he conseguido que el barbero me saque la única muela picada que tenia y que llevaba doliéndome desde hacia diez dias…!
Acto seguido, desapareció.""
Asi, el hambre, que aviva el ingenio, le dio la solución. Un dia nuestro protagonista entró en la Pasteleria. Apareció allí con gesto triste, ojos llorosos, implorando lástima.
-Mire usted, no tengo dinero ninguno, pero no vengo a pedir limosna. Solo quiero decirle que tiene usted el mejor escaparate de dulces de toda la ciudad. ¡Que maravillosos, que buena pinta! Tienen que estar deliciosos.
-Pues si, gracias, buen hombre –le contestó el pastelero con una sonrisa burlona-, pero ya sabe, sin dinero no hay pasteles. Váyase usted a la calle, que tengo mucho trabajo.
-Oiga, ¿sabe usted? ¡Seria capaz de comerme cuatro bandejas de pasteles!
Cada bandeja tenia 24 pasteles, con lo cual el total de pasteles era de 96. Aquello era demasiado. Materialmente imposible. Un claro farol de un hombre hambriento que no sabe lo que dice.
-¡Como dice! ¡No sea usted necio! Me como yo cuatro pasteles, siendo alto y corpulento como soy –repuso el pastelero-, y me quedo más que satisfecho, ¿y usted, con lo seco y bajito que es va a comerse noventa y seis pasteles!
Los ojos del pobre hambriento adquirieron una tonalidad maliciosa, que pasó inadvertida para el pastelero.
-¡Le estoy diciendo que soy capaz!
-Vayase de aquí.
-¡Me apuesto con usted a que si no soy capaz de comerme los 96 pasteles, me dejo sacar una muela, la unica sana que me queda! Llamamos al barbero de enfrente y me la saca aquí mismo.
El pastelero mordió el anzuelo. Vió la posibilidad de reírse de este hombre. Indudablemente seria incapaz de comerse 96 voluminosos pasteles en menos de 5 minutos, aquello no habia estomago que lo resistiera. El pobre hombre perdería la apuesta, y su muela, y asi tendrían motivo de risa durante mucho tiempo.
-¡Acepto! –repuso el pastelero-, pero se lo advierto claramente: ahora mismo voy a llamar al barbero, y como no se coma usted, uno por uno, los noventa y seis pasteles… ¡le saco la muela aquí mismo…!
-De acuerdo, llamelo usted -dijo nuestro protagonista-.
Dicho y hecho. Llamaron al barbero, y el pastelero, el hambriento, y cuatro o cinco amigos de aquel, se sentaron en la pasteleria esperando que comenzara el reto. El hambriento se sentó con prisa y casi babeando de emoción. Y comenzó a comer. Inicialmente nuestro hombre comia con gestos desaforados: engullia los pasteles enteros, sin masticarlos. Pero cuando iba por el pastel numero dieciocho, el estomago empezó a darle síntomas de que ya estaba lleno. De todos modos, consiguió comerse otros cuatro pasteles más, lentamente, hasta que llevaba veintidós en total. Completamente satisfecho y ahito, confesó a los demas:
-He perdido, no puedo seguir.
En esto comenzó la risa, la rechifla y el escarnio de los demás. La pastelería se llenó de gente curiosa, ávida por reírse del pobre tonto que iba a perder su única muela sana. Lo cogieron entre todos y lo sentaron, y el barbero procedió a sacarle la muela. El hombre profería espantables gritos de dolor, lo cual no hizo sino incrementar las risas y la socarronería de todos los asistentes.
Tras la extracción, lo echaron a la calle. Nuestro hombre se retiraba en silencio, y en esos momentos comenzaron incluso a insultar al hambriento con insultos de todas las categorías. Lo trataron de pobre hambriento, miserable, tonto, idiota, y no se sabe cuantos calificativos más. No solo que era un “hambrón”, sino un tonto, pues su atrevimiento le habia costado la perdida de su muela.
Cuando el hambriento oyó aquello, contestó, muy tranquilamente lo siguiente:
-Mucho más tontos han sido ustedes, pues no solo que he conseguido saciar mi hambre y llenarme de los dulces que a mi me gustan, sino que encima he conseguido que el barbero me saque la única muela picada que tenia y que llevaba doliéndome desde hacia diez dias…!
Acto seguido, desapareció.""
Este cuento no es mío. Lo leí hace ya muchos años, cuando yo era un niño, me gustó y me llamó muchisimo la atención, y hoy lo traigo aquí para compartirlo con vosotros. Quizás algunos lo conozcáis. El problema es que no consigo recordar el autor. Algunas veces he buscado en google y en otros sitios, pero mis pesquisas han sido infructuosas. He reconstruido lo poco que recuerdo con bastantes (muchas, diria yo) licencias para llenar los huecos de memoria. Si alguien sabe el autor, le agradeceria enormemente me lo comunicara. Creo que es de algun escritor del Siglo de Oro español, pero no lo puedo asegurar.
Saludos.
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