-¿Te acuerdas de Actium? Tuviste mucha suerte, pocos han sobrevivido a un tajo como el que te llevaste.
-Los dioses me hicieron nacer otra vez -respondió Lucio, descubriéndose una profunda y larga cicatriz que le surcaba todo el pecho.
En aquella batalla, Lucio había dado lo mejor de sí. El ya era Centurión y como tal tenía un alto grado de responsabilidad para con sus hombres, siempre estaba dispuesto a sacrificarse para evitar una inútil perdida de legionarios, como todo buen centurión que se preciara de serlo. Aquella herida, y su heroica lucha en medio del fragor del combate, le valió el reconocimiento del propio Augusto, que directamente lo ascendió a Primipilus, o sea, el Centurión más importante y con más meritos de toda su Legión, con derecho a portar la espada al lado izquierdo, al revés que la tropa, convirtiéndose así el primer centurión de la 1ª Cohorte de su Legión, con voz y voto en los Consejos de Guerra. Aquello fue un gran honor para el viejo Centurión.
Pero no presumió de ello. Publio creyó percibir una sombra de tristeza en Lucio, pero prudentemente, no dijo nada, tiempo tendrían luego de hablar.
Había mucha vida en aquel Campamento. El ruido y el trasiego propio de la continua entrada y salida de convoyes con víveres y provisiones para los soldados se mezclaba con el propio del entrenamiento de los reclutas. Estos acababan de llegar, procedentes de hacer una marcha de 24 millas romanas (36 Km) cargados con todo el equipo, y habian tardado más de la cuenta: seis horas. Tenian mucho que mejorar, pues harían tres marchas de este tipo, al mes, durante el resto de su vida militar. Tras un breve descanso, continuaron con el entrenamiento. Apoyados ambos en la balaustrada, presenciaron con placer y simpatía como continuaba la instrucción de los jóvenes, aquello les gustaba. Publio no lo pudo evitar: se levantó, cogió una pesada jabalina, y, para comprobar su puntería, la lanzó hacia una estaca, que se hallaba a treinta metros. Dio en el blanco. Nuestro viejo Centurión no se lo pensó: lo imitó, con idéntico resultado.
Allí, en su mundo, se sentían respetados y reconocidos. Siguieron presenciando durante un buen rato el entrenamiento de los reclutas con las espadas de madera, aun no había llegado el momento de entregarles las auténticas. Tenían mucho que aprender. Publio, que se hallaba desarmado, de nuevo fue allá: se acercó a un recluta, el más alto y fuerte y que parecía más ágil que el resto y le pidió que lo atacara con la espada. Lucio, el viejo centurión, sonrió con ironía presenciando la escena y adivinando sin dificultad lo que iba a pasar. El instructor también presenciaba complacido. El recluta atacó lo mejor que pudo, con mucha idea; pero Publio lo esquivaba una y otra vez, hasta que en un rápido movimiento lo cogió por la muñeca y lo arrojó al suelo.
-Golpea así, de frente, no hagas arcos con la espada, le darás tiempo al enemigo, que te evitará y te tirara al suelo como yo, pero no tendrá piedad de ti. Levántate, serás un buen soldado.
Estuvieron alli hasta que terminó el entrenamiento. Y como el General no los recibiría hasta el día siguiente, al estar fuera, toda la tarde la pasaron en la mejor Taberna que habia en Tarraco. Pidieron comida en abundancia y dieron buena cuenta de las viandas. Tras de ello, bebieron en abundancia y conversaron muy largo y tendido, intercambiándose sus sucesos y recordando sus vivencias juntos y las batallas en las que habían tomado parte. Nuestro viejo centurión estaba feliz; pero su mirada, paulatinamente, volvió de nuevo a perderse a lo lejos recordando las dulces noches de amor que había pasado con Iulia, en Massalia (1), de donde ella era. Viendo que el ánimo del viejo centurión no mejoraba, Publio le riñó.
-Los dioses te castigarán si sigues así, Lucio. Deberías estar alegre, has vivido para llegar a recibir tu licenciamiento y tu paga y tienes la misma cara que un condenado. ¡Compórtate, recuerda que eres un soldado de Roma!
-He sido un soldado –matizó Lucio-. Me siento viejo, hermano.
-Te ríes de mi. Los reclutas de ahí fuera tardarán meses en poder tirar la jabalina como nosotros hemos hecho antes, y dices que te sientes viejo? ¿Tu, Lucio Druso Medulino, héroe veterano, a quien el propio Augusto besó en Actium hace dos años?
Publio miró fijamente a nuestro Centurión. Le cogió con las dos manos por los hombros, y le obligó a sostener la mirada. Percibió en sus ojos una infinita tristeza, adivinando pronto la causa de todo.
-¡Por todos los Dioses…! Recuerdo esa mirada. Es ella… ¿verdad? ¡Sabía que pasaría esto! Nunca he conocido a un soldado mas valiente que tu, pero tampoco he conocido a ningún hombre más tonto que tú. Pudo contigo lo que ningún enemigo ha podido en todos estos años. Y mira que te lo avisé, eres un soldado, la ley nos prohíbe casarnos con una mujer…¡pero, por Júpiter, nos deja tener muchas!. Te lo dije muchas veces, pero no me hiciste caso, te volviste loco con ella. ¿Recuerdas aquella noche, la de la gran nevada? ¿Recuerdas los quince días de arresto que te impusieron al llegar tarde al relevo de guardia por culpa de ella? No la has olvidado, ¿verdad?
-Ni un solo instante. Moriria antes, Publio. Esos ojos verdes…ni Venus los tiene igual. Me hubiera gustado ser un simple labrador, en vez de un soldado. Ahora no estaría solo, ni lo habría estado antes.
-Pero ahora la vida te sonríe, puedes comenzar de nuevo –repuso Publio, intentando animarlo-. Cuando acabemos aquí nos vamos a la Galia y te dejaré en sus brazos. Además, ahora puedes legalizar tu situación con ella.
-Marchó de allí hace tres años, no sé donde está. Y mis hijos tampoco.
Publio ignoraba esos dos detalles. Se puso serio. Guardó silencio durante unos minutos. Luego dijo:
-Comprendo. Bueno, tenemos la mejor red de espías que hay en el mundo conocido, y nuestros correos tienen caballos veloces. Y además, como vamos a Roma hemos de pasar forzosamente por Massalia. Me llevo bien con los volscos y con los ligures (2). La buscaremos.
-Pero tu tendrás también tus planes.
-¡Por Baco, claro que los tengo! Ya sabes que donde haya un buen par de pechos de mujer, estarán siempre mis planes. Estoy solo como tu, Lucio, y me aburriria estando todo el dia sin nada que hacer. Además, después de tantas guardias y vigilias nocturnas adoro a Morfeo, el Dios del sueño, hijo de Hipnos y de la noche… me encantará estar todo el día en sus brazos…
Y para rematar, dio un largo y prolongado bostezo, estirándose sin pudor alguno. El viejo centurión recuperó su sonrisa.
-El mismo Publio de siempre…debería de haberte dejado aquella vez en Pompeya, cuando te hirieron, viviendo como un Leno (3) en las Termas Suburbanas, cerca de la Puerta Marina, ¿recuerdas?
Ambos rieron. Siguieron hablando y bebiendo hasta muy tarde.
A la mañana siguiente terminaron de arreglar su situación y recibieron mejor trato del que esperaban. Los Legados de sus respectivas legiones ya habían enviado previamente un Correo al Centro de Reclutamiento, dándole precisas instrucciones, y destacando especialmente la impecable hoja de servicios de ambos soldados. Los dos recibieron su paga completa.
Pero ya no necesitaban ir a Roma para recoger su titulo de propiedad, las órdenes habían cambiado. Hacia dos años que el Senado enviaba estos títulos directamente a los Centros de Reclutamiento para los veteranos. El General le entregó a cada uno el suyo, firmado y sellado, junto con el salvoconducto especial propio de los veteranos. Desde ese instante ya no eran oficialmente soldados, sino meros ciudadanos; pero como regalo de honor se les permitió conservar todas sus armas y su indumentaria militar con derecho a portarlas y a vestirlas; incluso, si era su deseo, podrían intervenir en combate, pero nunca sin el permiso expreso de un Superior.
Cuando salían por la puerta, el General les dijo:
-Roma enaltece y protege a sus bravos hijos. Coged ambos un caballo nuevo, el que queráis, y dejaros aquí esos viejos pencos. ¡Salud!
Así lo hicieron. Ambos se cuadraron, saludaron y se despidieron.
Saludos.
(1) Marsella.
(2) Tribus galas del sur de Francia.
(3) El Leno era el encargado de mantener el orden en los prostíbulos y cobraba una comisión del servicio de la prostituta.
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