Afuera está nevando y hace un frio infernal; ya casi todo el mundo está durmiendo, pero él no se ha acostado aún. Hará ya unas dos horas que está allí; y a la luz mortecina de aquel candil las ultimas ascuas que crepitan en la chimenea le dan su último calor. El está enfermo. Sabe que le queda ya muy poca vida; y esa mano izquierda, tullida como consecuencia de la herida que sufrió en aquella batalla, hoy le duele extraordinariamente.
-Este frio es malo para mi reuma –piensa en voz alta.
Me acerco sigilosamente a este buen anciano. Tiene una frente muy despejada, y la nariz aguileña; sus ojos muestran una mezcla de ironia y profunda tristeza. Tiene 68 años y le quedan pocos meses de vida. Y me asalta la duda: ¿Qué estará escribiendo? Me acerco un poco más, y veo que en la cuartilla tiene escritas, entre otras, estas razones:
“...que aunque que los agravios despiertan la cólera en los más humildes pechos, en el mío ha de padecer excepción esta regla. Quisieras tú que lo diera del asno, del mentecato y del atrevido, pero no me pasa por el pensamiento: castíguele su pecado, con su pan se lo coma y allá se lo haya.”
De pronto, deja la pluma en la espetera y se reclina para atrás en el sillón, abrzandose el vientre con sus manos. Si, tambien le duele el estómago, y ese dolor no lo deja. Asi transcurren unos diez minutos, y lo veo con los ojos entornados.
Está rememorando su vida: su padre era un modesto médico, nació en Alcala de Henares, cuando tenia 4 años marchó a Valladolid, en busca de mejor fortuna, pues su familia siempre había vivido perseguida por acuciantes y serios problemas económicos; la inestabilidad familiar y los vaivenes azarosos de su padre, que llegó a ser encarcelado por deudas, determinaron que su formación intelectual, aunque extensa, fuera improvisada.
Un poco más calmado el dolor, se incorpora. Coge de nuevo la pluma y sigue escribiendo:
“Si, por ventura, llegares a conocerle, dile de mi parte que no me tengo por agraviado: que bien sé lo que son tentaciones del demonio, y que una de las mayores es ponerle a un hombre en el entendimiento que puede componer y imprimir un libro, con que gane tanta fama como dineros, y tantos dineros cuanta fama”
De pronto, en el piso de arriba se escucha una serie de extraños ruidos; pasos acelerados, risas de mujeres, voces de hombres discutiendo a viva voz. Mala señal esa. Aquella casa parece que no tiene muy buena nota. No obstante, consigue aislarse de nuevo, y lo veo como continua escribiendo:
“La honra puédela tener el pobre, pero no el vicioso; la pobreza puede anublar a la nobleza, pero no escurecerla del todo; pero, como la virtud dé alguna luz de sí, aunque sea por los inconvenientes y resquicios de la estrecheza, viene a ser estimada de los altos y nobles espíritus, y, por el consiguiente, favorecida”.
Hace otro breve descanso. Se siente fatigado. Vuelve a dejar la pluma en la espetera, colgada del hilo de alambre, y sigue rememorando: se fue de España por problemas con la Justicia, luego pasó por el ejército donde luchó en aquella memorable batalla; allí lo hirieron en la mano izquierda. Posteriormente sufrió un largo cautiverio, cinco años de su vida; para después experimentar tantas ilusiones frustradas. Lo intentó todo: hasta encontrar trabajo en América, pero lo rechazaron (“Busque por aquí por donde pueda hacérsele merced”, le dijeron), y vuelve a España tras once años de ausencia, encontrándose a su familia aún en peor situación, casi en la miseria, con lo cual tuvo que hacer pequeños encargos para la Corte: poca cosa, aquello no era lo que el había soñado. Finalmente, tras una serie de interminables decepciones, se dedica a escribir; pero es un escritor muy tardío, apenas nadie lo conoce, y encima fue objeto de las burlas y donaires de sus coetáneos, escritores mas famosos que él.
Eso si; diez años antes publicó una novela, que sí tuvo mucho éxito, pero el éxito le alcanzó ya viejo y enfermo. Y ahora esta redactando el prólogo de la segunda parte de esa novela, que ya ha terminado de escribir, y que muy pronto va a publicar. Me acerco de nuevo y leo lo ultimo que ha escrito:
“…porque ninguno se atreva a levantarle nuevos testimonios, pues bastan los pasados y basta también que un hombre honrado haya dado noticia destas discretas locuras, sin querer de nuevo entrarse en ellas: que la abundancia de las cosas, aunque sean buenas, hace que no se estimen, y la carestía, aun de las malas, se estima en algo.”
Encogido por el frio, lo veo levantarse, y echar dos palos grandes a la lumbre; los mueve y al poquito el fuego de la chimenea crepita de nuevo. Algo reconfortado por el calor, decide dormir en su sillón, al lado de su obra, de sus papeles. Al lado de su héroe. En el piso de arriba continúan los extraños ruidos. El se arropa en su manta y poco a poco el sueño lo va venciendo; y allí lo dejo, sentado en su sillón, reclinado hacia atrás, con los brazos cruzados, mientras una sensación de infinita paz se le adivina en el rostro.
El no lo sabe, pero será inmortal, como su novela.
Saludos.
P.D. Para mis amigos del
Grupo de Lectura de La Acequia, con todo mi cariño. Esta semana se ha leido el Prólogo de la Segunda Parte; y lo he elegido para elaborar esta entrada, que es otro humilde tributo y reconocimiento más que dedico a nuestro inmortal escritor, Miguel de Cervantes Saavedra, autor de El Ingenioso Hidalgo D. Quijote de la Mancha, mi querido Quijote.