Todos buscamos la felicidad. Queremos ser felices ahora, si, pero ya mismo. Debiéramos de tranquilizarnos, respirar hondo, cerrar los ojos y vaciar nuestra mente de todo tiempo de pensamiento que nos agobie, pues la búsqueda de la felicidad es una conquista que a veces dura años de lucha. No queramos conseguirlo todo en un dia: hagámoslo poco a poco. Alguien dijo, y creo que llevaba razón, que la libertad y la felicidad están dentro de nosotros. El mejor aliado para conseguir ser feliz en este mundo somos nosotros mismos, de modo que como la libertad o la felicidad no son realidades externas a nosotros, sino sentimientos que están dentro de nosotros mismos, seremos libres o felices si nos sentimos como tales. Debemos de intentar ser alegres.
A continuación os transcribo un texto, es muy cortito, de Arthur Schopenhauer. Siempre me ha gustado leerlo y sacarle su auténtico sentido, cosa que he conseguido después, leyendo la obra completa (El mundo como voluntad y representación, Partes I y II) y, como vulgarmente suele decirse, con años de experiencia.
A continuación os transcribo un texto, es muy cortito, de Arthur Schopenhauer. Siempre me ha gustado leerlo y sacarle su auténtico sentido, cosa que he conseguido después, leyendo la obra completa (El mundo como voluntad y representación, Partes I y II) y, como vulgarmente suele decirse, con años de experiencia.
"Lo que más que nada contribuye directamente a nuestra felicidad, es un humor jovial, porque esta buena cualidad encuentra inmediatamente su recompensa en sí misma. En efecto; el que es alegre, tiene siempre motivo para serlo, por lo mismo que lo es. Nada puede remplazar a todos los demás bienes tan completamente como esta cualidad, mientras que ella misma no puede reemplazarse por nada. Que un hombre sea joven, hermoso, rico, y considerado, para poder juzgar su felicidad la cuestión sería saber si, además es alegre; en cambio si es alegre, entonces poco importa que sea joven o viejo, bien formado o contrahecho, pobre o rico: es feliz.
Así pues debemos abrir puertas y ventanas a la alegría, siempre que se presente, porque nunca llega a destiempo, en vez de vacilar en admitirla, como a menudo hacemos, queriendo primero darnos cuenta de si tenemos motivos para estar contentos por todos conceptos, o por miedo de que nos aparte de meditaciones serias o de graves preocupaciones; y sin embargo, es muy incierto que ellas puedan mejorar nuestra situación, al paso que la alegría es un beneficio inmediato. Ella sola es, por decirlo así, el dinero contante y sonante de la felicidad.
Es cierto que nada contribuye menos a la alegría que la riqueza, y nada contribuye más que la salud; en las clases inferiores, entre los trabajadores de la tierra, se observan los rostros alegres y contentos; en los ricos y grandes dominan las figuras melancólicas."
Hasta aquí el texto de Schopenhauer.
Aparte de lo anterior, la experiencia de la vida me ha enseñado algo importante: también podemos encontrar la felicidad en esos pequeños momentos a los que apenas damos importancia cuando somos jóvenes, y que solo aprendemos a saborear con el paso de los años.
Y son momentos sencillos, sin grandes pretensiones. Ese paseo con tu familia; esa cerveza fresquita con los amigos; ese chapuzón en la piscina la otra mañana con mi hijo el pequeño (¡no se lo esperaba, vaya sorpresa que se llevó!), o ese helado después de cenar, y mil cosas mas.
Cada vez que recuerdo a mi añorado padre lo comprendo mejor. Era un especialista en saborear esos pequeños momentos. Recuerdo aquella ocasión, cuando llegué por la noche con ese problema que me agobiaba, y se lo conté. Era antes de cenar, y se estaba tomando un aperitivo consistente en unas tapitas con su copa de vino, mientras la chica que lo cuidaba le preparaba la cena. Me miró con curiosidad, pero sin alterarse lo más mínimo, mientras yo, como un vendaval, le contaba el -aparentemente- insoluble problema (que luego se solucionó aunque en ese momento me agobiaba enormemente). Me mira y me dice: "Si tu mal tiene cura ¿de que te apuras? Y si no tiene cura, ¿de que te apuras? Anda, tomate una copa de este vino, veras que esta delicioso. Me lo acaban de traer". Era un Montilla. Como yo seguia agobiado con el problema me decia: "Ay que chiquillo. Pero ¿que problema vas a arreglar a las 10 de la noche?" Luego probé el vino y las tapitas: efectivamente eran algo extraordinario.
A veces tenemos la felicidad tan cerca que no la vemos; es como el que buscaba el bosque y los árboles le impedian verlo.
Saludos.
Así pues debemos abrir puertas y ventanas a la alegría, siempre que se presente, porque nunca llega a destiempo, en vez de vacilar en admitirla, como a menudo hacemos, queriendo primero darnos cuenta de si tenemos motivos para estar contentos por todos conceptos, o por miedo de que nos aparte de meditaciones serias o de graves preocupaciones; y sin embargo, es muy incierto que ellas puedan mejorar nuestra situación, al paso que la alegría es un beneficio inmediato. Ella sola es, por decirlo así, el dinero contante y sonante de la felicidad.
Es cierto que nada contribuye menos a la alegría que la riqueza, y nada contribuye más que la salud; en las clases inferiores, entre los trabajadores de la tierra, se observan los rostros alegres y contentos; en los ricos y grandes dominan las figuras melancólicas."
Hasta aquí el texto de Schopenhauer.
Aparte de lo anterior, la experiencia de la vida me ha enseñado algo importante: también podemos encontrar la felicidad en esos pequeños momentos a los que apenas damos importancia cuando somos jóvenes, y que solo aprendemos a saborear con el paso de los años.
Y son momentos sencillos, sin grandes pretensiones. Ese paseo con tu familia; esa cerveza fresquita con los amigos; ese chapuzón en la piscina la otra mañana con mi hijo el pequeño (¡no se lo esperaba, vaya sorpresa que se llevó!), o ese helado después de cenar, y mil cosas mas.
Cada vez que recuerdo a mi añorado padre lo comprendo mejor. Era un especialista en saborear esos pequeños momentos. Recuerdo aquella ocasión, cuando llegué por la noche con ese problema que me agobiaba, y se lo conté. Era antes de cenar, y se estaba tomando un aperitivo consistente en unas tapitas con su copa de vino, mientras la chica que lo cuidaba le preparaba la cena. Me miró con curiosidad, pero sin alterarse lo más mínimo, mientras yo, como un vendaval, le contaba el -aparentemente- insoluble problema (que luego se solucionó aunque en ese momento me agobiaba enormemente). Me mira y me dice: "Si tu mal tiene cura ¿de que te apuras? Y si no tiene cura, ¿de que te apuras? Anda, tomate una copa de este vino, veras que esta delicioso. Me lo acaban de traer". Era un Montilla. Como yo seguia agobiado con el problema me decia: "Ay que chiquillo. Pero ¿que problema vas a arreglar a las 10 de la noche?" Luego probé el vino y las tapitas: efectivamente eran algo extraordinario.
A veces tenemos la felicidad tan cerca que no la vemos; es como el que buscaba el bosque y los árboles le impedian verlo.