En todas las profesiones, por muchos años que uno lleve en ellas, la preocupación por el resultado nunca desaparece. Es un signo de respeto al oficio y de responsabilidad hacia quienes confían en nuestro trabajo. Estoy convencido de que esa inquietud no es debilidad, sino prueba de que uno se toma en serio lo que hace. Y en mi caso, como abogado, esa tensión diaria adquiere un matiz muy particular...
Llevo más de treinta años en la abogacía, y gracias a la
vida no me puedo quejar, he vivido muy dignamente de mi profesion, la cual me ha dado y me sigue dando muchisimas alegrias, junto con algun que otro disgusto, justo es reconocerlo. Por eso, se supone que a estas alturas debería estar ya uno curtido, como el cuero, inmune ya al temor de perder un juicio, a la presión
del resultado, o a la inquietud del qué dirán. Sin embargo, no es así. Sigo
sintiendo esa punzada en el alma cada vez que se acerca un caso difícil, y esto
es algo común en muchos compañeros de mi edad.
He leído y releído a Séneca y a Marco Aurelio; me he
adentrado profundamente en el budismo tibetano, con la serenidad de sus monjes
y sus meditaciones. Y conozco la teoría:
que la virtud está en el dominio interior, que el sufrimiento nace del apego,
que nada externo debería turbar mi espíritu. Pero la práctica… ¡ah, la
práctica! Eso es otra cosa.
Séneca me recuerda que el conocimiento no aplicado es
como un remedio olvidado en el botiquín: no cura. Hay que ejercitarse cada día
en la calma, como quien entrena un músculo, primero con lo pequeño, para estar
preparado en lo grande.
Marco Aurelio me susurra que no son las cosas externas
las que me hieren, sino el juicio que yo hago sobre ellas. Lo repito como un
mantra: “Esto no me define. Mi valor no depende del resultado.”
El budismo tibetano enseña que el sufrimiento nace del
apego: apego al éxito, a la imagen, apego al imposible control de todas las circunstancias, al resultado. Y el consejo es claro: haz tu
trabajo con rectitud y entrega, pero suelta el resultado, como quien deja caer
una hoja al río. Haz tu trabajo lo mejor que puedas, y despreocúpate del resto que no depende de ti: quien decide es el Juez.
Como, a dia de hoy, el balance general es muy favorable, tengo claro que si volviera a ser joven, volveria a ser Abogado. Eso si: me llevaria conmigo desde el inicio la enseñanaza de Seneca, de Marco Aurelio y de mis monjes budistas; quizas me hubiera ahorrado mas de un disgusto de los que he tenido, aunque comprendo que sin dichos tropiezos no tendria mi grado de experiencia actual.
Y aquí estoy, entre mi toga y mi alma, comprendiendo que la
verdadera batalla no está en los tribunales, sino en mi interior. Con el tiempo he aprendido que cada día
es un regalo para todos: un magnifico entrenamiento, una oportunidad de mirar de frente, cara a cara, a la preocupación y al
miedo, y recordarle que no es dueño de nuestra vida.
Quizás nunca consigamos la perfección. Pero ¿acaso no es la vida precisamente eso? Caminar, caer, levantarse, aprender. Y volver a intentarlo. Al final, he descubierto que mi profesion (como todas), con todas sus exigencias y sus luchas, no está reñida con la busqueda de la serenidad, sino que la hace mas necesaria. Si la toga me exige firmeza, el alma me exige compasión. Si los juicios me ponen a prueba, tambien me ponen frente a mi mismo. Y en ese espejo se revela la enseñanza: el verdadero triunfo, no es ganar un pleito, sino no perderme a mí mismo en el proceso.
Saludos.
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