Ya llevaba mucho tiempo con estrés. Plazos,
imprevistos, resultados no calculados, el calvario de las minutas… Recuerdo
perfectamente aquella mañana, hace ya algunos años. Había dormido fatal,
dándole vueltas a diversos asuntos, y a eso de las 8:30 me fui al Despacho. Me
senté en mi mesa para repasar varios expedientes, y no llevaba ni media hora
cuando, de pronto, me asaltó una pregunta que iluminó mi mente: “¿Pero ¿qué
estoy haciendo?” Me quedé paralizado. No tenía ningún plazo urgente,
así que cerré el Despacho y me fui a dar un largo paseo, tan largo que no volví
hasta la tarde. Esa pregunta fue un punto de inflexión: ¿soy feliz con mi
trabajo?
Para mí, el Despacho lo era todo. Me centré tanto en
él que cometí un error común: perder la perspectiva de la vida. Muchas veces
los árboles no nos dejan ver el bosque; estamos tan concentrados en un aspecto
concreto que olvidamos lo esencial. Y la
sociedad consumista en la que vivimos no ayuda tampoco. Percibo en la Abogacía
una peligrosa deriva: tendemos a fijarnos demasiado en objetivos económicos
(ganar dinero, prestigio, reconocimiento), respetables, pero forzosamente
incompletos porque se nos olvida hacernos una pregunta fundamental: ¿somos
felices con lo que hacemos?
Tenemos que ser mas felices con lo que hacemos, y hay
muchas cosas que podemos mejorar afrontando eficazmente las dificultades del
dia a dia. Por ejemplo, una de ellas es que
con los años, los que tenemos experiencia a veces nos dejamos arrastrar por la
inercia, e inconscientemente vamos perdiendo la chispa, la frescura y la
ilusión del principio: esa alegría de ejercer con entusiasmo y de ir al
Despacho con ganas. Otra cosa mas:
sabemos que nuestra obligación es de medios, no de resultados: “Gana el pleito
como propio y piérdelo como ajeno”. Si; pero ¿de verdad lo asumimos en nuestro
fuero interno? Esa dependencia de la decisión del Tribunal para muchos de
nosotros es una losa que condiciona nuestro trabajo, incluso tras muchos años
de ejercicio. Otra cosa mas: la ingratitud -muchas veces del propio
cliente- es nuestra permanente compañera
de viaje, pues no siempre se reconoce el trabajo, a veces de muchas horas; y si
las cosas salen bien, estupendo (aunque alguno insinúe “…es que el juicio
estaba ganado”); pero si la Sentencia es desfavorable: “…vaya abogado
que me he buscado”. Y por cierto, no olvidemos la terrible soledad —la
“soledad del corredor de fondo”, la llamo yo— en la que nos encontramos los
abogados en tantas y tantas ocasiones.
Por si fuera poco, a ello se suma el miedo a perder, o más bien, y/o a las consecuencias que imaginamos antes
de dicha presunta perdida que aún no ha acontecido. No conozco a ningún compañero a quien le
guste perder un pleito.
Echo de menos un poco más de alegría en la profesión.
En el mundo de la Justicia se habla de muchas cosas, pero no solemos hablar de
lo más importante: si somos felices o no.
En mi caso, uno de mis grandes errores fue agobiarme siempre por el
resultado final, lo cual no tiene sentido, porque al final será lo que tenga
que ser. Afortunadamente, con los años
uno aprende a relajarse, y a centrarse en el presente. He redescubierto así el encanto de esta
profesión: defender al cliente colaborando en la noble misión de dar a cada
uno lo suyo y no perjudicar a nadie, como decía Ulpiano. Lo más bonito es
el día a día, y la atención plena al momento presente:
- estudiando
los fundamentos legales de un asunto complicado,
- diseñando
la estrategia procesal adecuada,
- revisando
todos los flecos posibles del asunto y la posible defensa del contrario,
- intentando
en su caso un acuerdo amistoso que
evite el pleito,
- asesorando
y ayudando de mil maneras a quien lo necesita,
- revisando
asuntos atrasados con escritos de impulso procesal, o de otra forma posible
- o mil
cosas mas, p. ej., teniendo la mente siempre dispuesta y atenta cuando se
te ocurre algo.
Y es que muchas veces la inspiración te llega en los
momentos mas insospechados. A veces, fijaros que cosas, en mitad de una carrera
o de un entrenamiento (los que me conocéis sabéis que me gusta correr) se me
enciende la bombilla con ideas para un asunto. O de noche me despierto con
inspiración e ideas para otro asunto, por ello tengo en mi mesilla una libreta
y bolígrafo, lo apunto y sigo durmiendo tranquilo.
Y asi, poco a poco,
con los años, se van alejando los agobios y va llegando la calma, se va
atemperando el ego y vamos comprendiendo que la verdadera riqueza está en ayudar
a los demás; que estamos aquí de paso como manifiesta la doctrina
budista de la impermanencia de todas las cosas, y recordaba Teresa de Ávila en esta conocida poesía suya:
En la Universidad nos enseñan muchas cosas, pero no a vivir con la profesión a cuestas, y echo de menos algunas técnicas psicológicas, o de apoyo o ayuda, orientadas al ejercicio de la profesión, que dé herramientas a las nuevas generaciones de Abogados -y a las no tan jovenes tambien- para evitarles sufrimiento inútil; herramientas que, muchos de nosotros, solo hemos aprendido con la experiencia de años, en el día a día, en el campo de batalla (en mi caso, además, con la inestimable ayuda de la doctrina estoica y budista que me ha dado herramientas muy valiosas para salir adelante en los momentos difíciles, de hecho hago mindfulness a diario). Independientemente de ello, creo que es bueno practicar frecuentemente un ejercicio de meditación, y uno de ellos, fundamental es este: que de veras asumamos internamente de una vez una idea que ya conocemos todos: haber realizado nuestro trabajo lo mejor posible debe ser, por sí mismo, motivo de íntimo orgullo, aunque el Tribunal no comparta nuestra posición. Nuestra autoestima no debería depender de los resultados, sino de nosotros mismos y del esfuerzo honesto. ¡Si sabes que te has dejado la piel en el pleito, ya has triunfado! Y afortunadamente nuestro inmortal Cervantes nos dejó una frase que a mí siempre me ha motivado y dado ánimo en los momentos de baja moral: “…el soldado más bien parece muerto en la batalla, que vivo en la fuga”. ¡Si! ¡Fuerza y honor!
Repito: ¡Fuerza y
honor! Y si, podemos disfrutar de la profesión, pero sin tomar
la parte por el todo, y sin perder de vista la perspectiva vital: el Despacho
solo es un medio de vida, no nuestra vida entera. Somos abogados, sí, pero nacimos
como personas, seres humanos. Y muchos, como yo, hemos cometido el error de
llevarnos al abogado a casa, a la cama, de vacaciones. Mi consejo es claro,
querido/a compañero/a que me lees: intenta dejar al abogado/a que eres en el
Bufete, porque tú también mereces disfrutar de tranquilidad en tus ratos libres.
Además, hay que relativizar las cosas. Séneca ya
hablaba de la brevedad de la vida: “No se nos da una vida corta, sino que
la hacemos corta; no carecemos de tiempo, sino que lo malgastamos.” Y Marco Aurelio decía: “¿Es tu reputación lo que
te preocupa? ¡Mira lo rápido que somos olvidados! El abismo del tiempo eterno
se lo traga todo.”
Al final de nuestra vida, nadie nos preguntará cuánto
dinero ganamos o qué prestigio alcanzamos. Todo se quedará aquí. Pero sí es muy
posible que nos pregunten: “¿Has sido feliz con tu trabajo? ¿Te lo has
pasado bien?” ¿Qué responderemos? Mientras tanto, mucho ánimo y adelante; porque como decían los antiguos romanos, “Dum
vita est, spes est.” (“Mientras hay vida, hay esperanza”).
Compañeros de toga, seamos felices en el camino, no solo en el resultado.
Saludos cordiales.
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