
Acabo de cenar, y mi mujer y mis niños se han ido a dormir. Estoy triste. Todos nos acordamos de nuestros seres queridos que se fueron y que no están ya con nosotros. Al igual que muchos, yo también se lo que es perder a un ser querido.
Se trata de mi muy querido padre. Falleció en Febrero de 2007, a la edad de 83 años, y fue un duro golpe para mi, pues no me lo esperaba. Se fue sin despedirse, con una muerte traumática e imprevista, sin decirme adios, sin darme su último beso. Jamás olvidaré esa maldita llamada telefónica, recuerdo las palabras una a una, se me heló el alma. Otros enfermos se mueren poco a poco, y los parientes tienen mas tiempo para asimilarlo; yo no tuve esa suerte, el dia de antes estuve comiendo con él tan alegremente, luego os cuento, y al dia siguiente por la mañana temprano se me fue para no volver. Salvando las distancias, fue como tomarse un litro de amargo licor, no sorbo a sorbo, sino de un solo trago. Y luego tienes que hacer la “digestión”. Dolorosa digestión. Yo hubiera preferido una despedida más dulce, “de película”; pero las cosas vienen como vienen, no como nosotros deseáramos.
Fui yo quien se llevó el golpe primero, y quien tuvo la penosa misión de avisar a mis hermanos por telefono (todos residen fuera), luego el tema de los papeles, el entierro, las prisas, el dolor… Aguanté el tipo como pude. Pero os juro que tras el entierro, cuando anocheció, llegó la hora en que normalmente me llamaba por telefono, y esa noche el aparato no sonó, me metí en la cama y sentí su falta...me derrumbé.
Aunque la herida de su ausencia no curará nunca, es cierto que la vida sigue, y con el tiempo se aprende a sobrellevar las cosas. Pero hay momentos, como hoy, en los que su recuerdo se me vuelve tan palpable que parece que hasta lo puedo tocar, mi mente se aleja de mi, y lo ensueño: parece que estoy con el, reímos, hablamos de nuestras cosas, estoy feliz; pero de pronto la realidad me despierta, el vacio se apodera de mi y me encuentro solo, al tiempo que una sacudida de frio me invade por la espalda. Siento el vacio que me ha dejado mi padre. Quisiera abrazarlo, pero ya no puedo hacerlo porque se me ha ido.
La separación con mi madre le afectó profundamente en su vida, y empecé a comprenderlo muy pronto; pero desde que fui padre más aún, pues hay cosas que no puedes comprender hasta que las experimentas, y eso me sucedió a mí con él. Guardo en mi corazón infinitos recuerdos de él, sobre todo de sus últimos 20 años, que fue cuando mi relación con él fue mucho más estrecha. Cuando yo era niño era una figura lejana, la influencia de la “teta de la mama”, como suele decirse, era demasiado poderosa; pero cuando empecé a crecer, a madurar, y a abrir los ojos, comencé a conocerlo, a comprenderlo, y en consecuencia, a quererlo. Para mí era una persona muy importante. No solo era mi padre y yo como tal lo respetaba, sino que además, tuve la suerte de que también era mi amigo. Me daba confianza, y le gustaba ayudarme cuando yo tenia algún problema. Físicamente fue alto, media 1,80 aproximadamente, de constitución fuerte. Yo tengo un fisico muy parecido, pero un poco más alto que él. Siempre admiré su carácter: era serio, aunque de vez en cuando también un poco bromista -pocas veces-; organizado, responsable con su trabajo, y fiel cumplidor de la palabra dada. Tenía mucho genio, pero luego a los cinco minutos volvía a su carácter normal y todo se le olvidaba. Solo era ese “pronto” que muchos tenemos. Y que conste que la idealización de los seres queridos es un enemigo del que siempre he huido, pues en todo momento he intentado ser ecuánime y riguroso en todos mis análisis. Claro que tenia también sus defectos, como todo el mundo, pero es que era muy buena persona y yo lo queria un montón. Muy pocas veces se lo dije en vida por la maldita educación antigua y la sempiterna interdicción de exteriorizar nuestros sentimientos. Bueno, pues ahora se lo digo y se lo escribo alto y claro, para que lo oiga allá donde esté: te quiero padre, te quiero muchísimo. Me queda una pena y un consuelo: la pena de no haberle demostrado mi cariño de forma más ostensible; y el consuelo de que, solo con mirarme a los ojos, él ya lo sabía de sobra. Era zorro viejo.
Tenia mucha presencia de ánimo. Sabia estar. Pero cuando se encontraba con mis hijos “perdia los papeles”. Me explico. Cuando mis hijas eran pequeñas -el chico aun no habia nacido- y hacia buen tiempo, casi todas las tardes venia a mi casa con un par de bolsas de chucherias para ellas. Su deporte favorito consistía en jugar con ellas, y yo creo que disfrutaba más que mis hijas. Ante mi sorpresa mayúscula, cogia a los muñecos de las niñas y se ponia al mismo nivel que ellas, les cantaba, etc, ¡hasta los acunaba y todo! y jugaba a todo lo que mis hijas querian. Yo lo miraba con ojos extraviados, no me lo podia creer. Incluso a uno de los muñecos lo bautizó como “Ataulfo”, os juro que es cierto, yo creo que lo hizo adrede, ante el consiguiente enojo de mis hijas (“¡Abuelo, no, que ese nombre es muy feo!”). Era un espectáculo verlo: todo lo que no había hecho en su vida con nosotros, lo hacia ahora con sus nietas. Se derretia con ellas.
Por mi parte, casi todos los dias iba a visitarlo a su casa; pero como siempre iba con prisas por el tema de mi trabajo, paraba poco. Llegaba allí, casi siempre a la hora del aperitivo, y siempre me ofrecia una cervecita pues la costumbre de “ligar” con él era sacrosanta (traduzco: en castellano jiennense, “ligar” significa tomar el aperitivo juntos), aunque luego yo almorzaba en mi casa con mi mujer y mis hijos. Un cerveza rapida, luego el beso de despedida y hasta el dia siguiente. ¡El dia que no podía ir a verlo se enfadaba conmigo! Por cierto, como era ex-fumador, que no se me ocurriera ni por asomo encender ni un cigarro en su presencia! Se ponia hecho unos zorros.
Pero la última comida, no. Recuerdo que eran sobre las 13,30 horas. Me llama por telefono y me dice:
-Oye… una cosa.
-Dime.
-Que hoy comes en mi casa.
-¡Pero papá, es que no tengo tiempo!
Además, mi mujer ya tenía la comida preparada y todo. Finalmente me dijo la frase definitiva: “Es que tengo una tapa y una comida irresistible”.
Insistió. Indudablemente me conocia muy bien, desde luego, y no la pude rechazar, porque hacia mucho tiempo que no degustaba semejante manjar. Mi mujer fue comprensiva, acudí a su casa, y entre los dos dimos buena cuenta de las viandas. Pase un rato delicioso con él. Solos. Mi último rato. Después de comer, nos tomamos un café, y, ¡oh, sorpresa!, hasta me permitió que fumase. Me preguntó por mi trabajo, por mi mujer, por mis hijos, por mi salud, lo vi feliz y a gusto conmigo, y yo lo estaba con él. Parecía como si no quisiera que yo me fuera; hablamos de muchas cosas, recuerdos, anecdotas, etc, y casi sin darnos cuenta, nos dieron las 6 de la tarde.
Quien me iba a decir que al dia siguiente se iría para siempre y que no lo veria mas…
Ahora que tras una década de experiencia como padre sé lo que se quiere a los hijos, rememoro su comportamiento conmigo, y comprendo lo que mi padre me quería a mi, y por eso os doy un consejo de amigo: los que tenéis la suerte de tener aun vivos a vuestros padres, disfrutad de su compañía todo lo que podáis, al máximo. Si en vez de verlos tres veces los veis seis ó nueve, mucho mejor. Parece una tontería ó una obviedad pero así es, pues una cosa es pensarlo y otra distinta es sentirlo: cuando os falten, los echareis terriblemente de menos.
Y vienen a mi memoria “Las Coplas por la muerte de su padre”, de Jorge Manrique, escritas en el Siglo XIV, especialmente las tres primeras, que os transcribo en castellano antiguo original :
Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
fue mejor.
Pues si vemos lo presente
cómo en un punto s'es ido
e acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo non venido
por passado.
Non se engañe nadi, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de passar
por tal manera.
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros, medianos
y más chicos,
allegados son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
Bueno, mañana saldrá de nuevo el sol.
Saludos.
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