Hoy es, paradójicamente, mi primer día de
vacaciones. En teoría, debería sentirme ligero, descansado, quizás hasta
eufórico. Pero el silencio externo —al cesar el ruido del trabajo y las prisas—
parece abrir la puerta a otro tipo de silencio: el que deja salir lo que llevábamos dentro y no habíamos escuchado.
En esos momentos, intento no resistirme. Dejo
que la tristeza me acompañe, como quien camina con un viejo amigo que no
necesita palabras; como las emociones, que fluyen naturalmente y pasan, como las olas del mar. Y he aprendido que muchas veces no es un malestar, sino una
forma más profunda de estar en el mundo: una sensibilidad que percibe lo que
otros ignoran.
Marco Aurelio decía: “Ama solamente lo que te ha sucedido, y lo que te sucede. ¿Qué podría ser más apropiado?” Porque todo lo que nos ocurre, incluso aquello que nos pesa o nos duele, ya estaba tejido con nosotros. No hay error ni extravío; hay camino.
Esta tristeza, entonces, no es un fallo del sistema, al contrario: es parte de la travesía. Quizás no es más que el eco de la lucidez. O la sombra de la plenitud, que solo se revela al alma que no huye de sí misma.
Y sin embargo, en medio de la bruma, también
hay luz. Tal vez no lo veamos en ese instante, pero el simple hecho de poder sentir ya es semilla de claridad.
Hay en nosotros más fortaleza de la que creemos, y al otro lado del silencio, la vida nos espera, serena y fiel como la marea.
Saludos
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