Hoy me apetece hacer una pequeña confesion.
No hay contradicción alguna entre llevar toga y llevar tinta. Y no lo hice en mi juventud. Ni siquiera en
la madurez temprana. Me tatué ya muy entrado en los cincuenta. Y no fue
rebeldía tardía, ni capricho impulsivo, ni una moda pasajera, sino algo más
íntimo, profundo y desde luego muy meditado: un gesto de fidelidad hacia lo
que más me ha sostenido en la vida. Son marcas (muy discretas pero visibles) de lo que, desde hace décadas, llevo muy dentro.
En mi brazo derecho justo debajo del hombro, descansa el símbolo de
Roma: el águila imperial, el SPQR, y la corona de laurel. Justo la imagen de la derecha. No como alabanza al
imperio, sino como homenaje personal al pensamiento estoico. Llevo más de
treinta años leyendo y meditando a Séneca, y a Marco Aurelio. Ellos han sido, en
muchos momentos de duda o de tormenta, un faro de lucidez, dignidad y serenidad
que me han ayudado, y siguen ayudandome. Justo debajo del SPQR, una frase discreta pero poderosa: fortis fortuna adiuvat -la fortuna favorece a
los valientes/audaces-. Es un recordatorio de que no hay que actuar con
temeridad, sino con coraje sereno; no dejarse intimidar por las dificultades,
sino superarlas. Que hay que avanzar siempre, aunque sea con miedo. Que hay que
vivir, aún con incertidumbre. No es temeridad sino, insisto, coraje con serenidad.
En la parte exterior del brazo derecho también llevo tatuada una antigua advertencia: Respice post te hominem te esse memento mori. Es decir: “Mira tras de ti, recuerda que solo eres un hombre y que has de morir.” No es una sentencia sombría, sino una llamada a la lucidez. En un mundo que olvida su finitud, esta antigua fórmula romana —eco también del alma estoica— me recuerda que la gloria es efímera, que la vida es un soplo y que el verdadero valor reside en vivir con dignidad, con conciencia, con amor. No soy/somos más que un hombre, y precisamente por eso, todo en mí/nosotros es vulnerable, pero por eso mismo es valioso. No me tatué la frase por morbo ni por dramatismo, sino como brújula silenciosa: para no dormir en la soberbia, para no huir del presente, para recordar que lo esencial no se aplaza. Esta frase es uno de los mejores disolventes que conozco contra el sinsentido del orgullo humano.
En la cara interior de mi antebrazo izquierdo, la veis al lado, una rosa de los vientos. La he personalizado, pues en sus cuatro puntos
cardinales, he colocado las iniciales de las personas que más amo: mi mujer, y mis tres
hijos. MJ, MP, RM, PJ. Ellos son mi
hogar, mi brújula, mi norte en las noches oscuras.
No me tatué por estética ni por moda. Lo hice porque necesitaba llevar a flor de piel -literalmente- aquello que me sostiene por dentro. Mis pilares. El estoicismo. El amor. La memoria. La humildad ante la muerte. La gratitud por la vida. Y sencillamente porque me gusta; estoy muy contento de llevarlos.
Y lo esencial, como decía Marco Aurelio, es simple: “Haz lo que debes. Di lo que piensas. Sé lo que eres.”
P.J.G.R.
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