Creo que lo hago porque me niego a vivir dormido.
Me niego a resignarme a una vida sin reflexión, sin preguntas, sin una cierta
mirada hacia lo alto. Escribo porque necesito entender, porque quiero compartir
el fruto de esa búsqueda, y porque estoy firmemente convencido de que las palabras
pueden ayudar y sembrar algo valioso en
otros, aunque solo sea una duda fértil, una incomodidad provechosa, una chispa
de lucidez.
Pero no siempre es fácil. Hay días en que me asaltan dos dudas sutiles: En medio del ruido y de la prisa, ¿aun tenemos tiempo de leer? ¿Y si el mundo de hoy ya no toma en serio a quien escribe con sinceridad y
verdad?
Vivimos tiempos ruidosos. Tiempos en los que
parece que ya solo se escucha al que grita, al que simplifica, al que convierte
cada idea en un eslogan, al que ofrece las mercancias mas perecederas e inútiles que existen pero que todo el mundo ansia: dinero, poder, belleza, prometiendo vanamente con ellas la felicidad eterna, y nos hemos acostumbrado a actuar no por amor a la verdad sino por interés; y por si fuera poco, buscamos la felicidad instantanea. En este contexto, ¿Cabe aún la palabra meditada?
¿Tiene cabida el pensamiento que no busca aplauso inmediato ni consenso fácil,
sino que nace de un esfuerzo sincero por comprender, y por ayudar a encontar el verdadero camino hacia la paz interior y la felicidad?
Maquiavelo decía que es mejor ser temido que
amado. Quizás tuviera razón… si uno gobierna Florencia en el siglo XVI. Pero no
es el camino del que busca comprender y ayudar, sino del que pretende dominar a los demas.
Y sin embargo, escribir -de verdad- sigue siendo
un acto profundamente serio. No por su pomposidad, sino por su raíz. Es serio
tratar de pensar con rigor. Es serio decir lo que uno cree cierto, aunque no
esté de moda. Es serio no traicionarse, aunque nadie aplauda.
Como dijo Cervantes: “La lengua es la pluma
del alma.” Y como tal, lo que se escribe con sinceridad no es solo un conjunto de
palabras: es la manifestación de lo que uno es, de su interior más hondo. No
solo se conoce a las personas por sus hechos —como bien dijo Jesús de Nazaret: “por
sus obras los conoceréis”— sino también por sus palabras, por lo que
piensan y por cómo lo expresan. Por lo que escriben cuando nadie los obliga a
escribir; o, como en muchas de mis entradas hago, por escribir una duda
honrada: en una duda honrada hay mas verdad que en mil frases tendenciosas o malintencionadas.
Y en ese sentido, escribir no es solo un ejercicio intelectual. Es también una forma de alimento. Como dijo también Jesús: “No solo de pan vive el hombre”… Y yo, que procuro atender mis necesidades materiales con la debida responsabilidad, no olvido tampoco que el alma también tiene hambre. Y que si no se le ofrece un pan más alto —hecho de silencio, pensamiento, verdad y belleza— languidece.
Por eso escribo: porque encuentro aquí alimento para mi espíritu. Porque me
ayuda a crecer interiormente. Porque en esta búsqueda hay algo de consuelo,
algo de dignidad, algo de luz.
Por eso, este blog no es solo un cuaderno de
pensamientos: es también una forma de verdad. Una forma de verdad (mía, sí) pero
que no se cierra sobre sí misma y que está abierta a toda luz de la verdad.
Escribir me ha servido, a lo largo de
estos años, como medicina. Ha sido para mí lo que la contemplación es para el monje,
lo que el silencio es para el sabio: una forma de entenderme, de aliviarme, de
reconstruirme. Es un tratamiento que no me cura del todo, pero que me permite
caminar con más dignidad y paz interior.
Y, al mismo tiempo, escribo también por los
demás. Porque si una sola persona, en algún momento, en algún rincón del mundo,
lee algo aquí y se siente comprendida, aliviada o inspirada… entonces esta
tarea, silenciosa pero constante, no ha sido en vano.
Escribo con alegría. Pero no con la alegría tibia
de quien pide disculpas por pensar, sino con la dicha serena de quien es feliz
escribiendo y compartiendo. Porque escribir, en mi caso, es también un acto de
amor. Y el amor -el verdadero, el que no tiene miedo de mostrarse tal cual es- sigue siendo el mayor enemigo del miedo.
Y en este mundo nuestro, tan lleno de prisas,
etiquetas y ruido… a veces pienso que lo que más falta hace no es talento, ni
poder, ni dinero, ni éxito.
Le falta amor.
Y le sobra miedo.
Saludos.
PJGR
No hay comentarios:
Publicar un comentario