Alguna vez me he hecho a mi mismo esta
pregunta: llevo ya veinte años ejerciendo la abogacía. Pero si yo no fuera
Abogado y necesitara uno, ¿a quien buscaría? Obviamente buscaría al mejor, pero qué duda
cabe de que tal búsqueda es difícil, pues el cliente es lego en temas jurídicos y
no puede juzgar sobre cuál es el mejor con criterios objetivos: ha de guiarse
por la experiencia ajena, la cual no conduce nunca a puerto seguro. Por ello, no
buscaría al mejor ó al que más éxito tuviera, pues muchas veces el éxito es una casualidad, o acaso una tremenda
injusticia.
Yo
buscaría al más sano de corazón, al mas sincero, es decir, a aquel que me dijera la verdad, a aquel que
no me engañase prometiéndome el oro y el moro, porque todos sabemos que quien
decide finalmente es el Juez. Me
interesaría por el abogado que me
informara desde el primer momento de las posibilidades reales, he dicho reales,
de éxito o fracaso de mi pretensión, coste aproximado del asunto (lo más exacto
posible), y que, en definitiva, cumpliera el código deontológico, y disculpad
por mi insistencia: que me fuera sincero.
¿Desde cuándo la bondad y la sinceridad son
cualidades incompatibles con la eficacia? Abramos los ojos. Se puede ser sincero y ser igualmente un profesional eficaz. En mi opinion, el mejor
no es el mas pillo, ni el que más chalanea con unos y con otros, sino el que mejor argumenta, el que mejor
sabe (o puede) convencer al Juez, claro está, con los medios de prueba que
tenga en la mano.
Estoy firmemente convencido de que se puede perdonar un error, todos nos
equivocamos al fin y al cabo, pero perdonar una mentira me parece mas difícil,
y máxime si proviene de un profesional que ha de ser honesto, porque coloca al
cliente en una posición muy difícil. El cliente no sabe donde va: el abogado si, por eso su obligación de ser honesto y sincero adquiere especial relevancia. Lo que sucede es que en muchas ocasiones la honorabilidad de
todo un gremio es puesta en tela de juicio por las fechorías que comete un sector
de ese gremio.
Entiendo que se puede hacer una abogacía
basada en principios éticos, en la confianza y sobre todo: en la verdad, en la
sinceridad con el cliente: si veo el asunto, lo veo, y si no lo veo, pues mire
usted, no lo veo. Y punto. No disminuyamos nuestra propia importancia, pero tampoco la
magnifiquemos: que no somos dioses, sino simples personas con conocimientos jurídicos
que tratan de solucionar (mejor, contribuir a solucionar) los problemas ajenos.
Trabaja lo mejor que puedas/sepas y duerme
tranquilo: que sea lo que el Juez decida. Ya sabes que tu obligación no es de
resultados, sino de medios. Y en tu quehacer diario, un consejo, compañero:
procura no equivocarte, pero si cometes un error, reconócelo, y aprende de ese
error: se honrado. Aprende de Cicerón, fijate en la frase que tengo en la
cabecera de este blog. Pero sobre todo, y
por favor, no engañes, hombre, no engañes al cliente. Por todos los dioses.