Y que conste que en ese concreto episodio, mi corazón está partido. Por un lado, adoro la antigua Roma, su cultura, su arte, el sabio legado que dejó a toda Europa en las ciencias, arte, cultura, derecho, lengua, humanismo, filosofia, y tantas y tantas artes. Y estoy agradecido a Roma, pues nos lo dió todo. Primero nos dio con la espada, es cierto; pero luego nos dió su corazón, su alma, y todo su saber, junto con ciudades impresionantes, monumentos, calzadas, infraestructuras, modernización, riqueza. Hispania era la perla del Imperio Romano, su más preciada posesión. Roma nos romanizó profundamente, y luego Hispania dio a Roma emperadores como Trajano y Adriano, y el mejor filosofo de todos: Seneca, que era cordobés. Pero por otro lado, como español que soy, y orgulloso de serlo, no dejo de contemplar con admiración y amor patrio a aquellos numantinos que en un acto heroico prefirieron morir antes que entregarse a los hijos de Rómulo y de Remo.
Estudiemos los hechos. Hora es ya de rescatar la historia de lo acontecido, pues siempre he deseado saber más. Mi fuente ha sido wikipedia (podeis consultarla para saber más) y he consultado tambien algunas obras para contrastar fechas y algunos detalles históricos.
Va pasando el tiempo. El año 153 antes de Cristo, habitantes de Segeda, ciudad que habían combatido a las órdenes del insigne Viriato en el país de los arevacos, dilataba el envío de soldados para servir en el ejército romano, se negaba a pagar impuestos al tiempo que se fortificaba iniciando la construcción de una nueva muralla, hizo frente a las legiones consulares del Cónsul Fulvio Nobilior, quien dejó 6000 hombres en la batalla siendo obligado a huir hasta que la caballería romana que iba a retaguardia convirtió en derrota el anterior triunfo, en la que murió el jefe de los arevacos.
Los arévacos supervivientes se reunieron en Numancia y decidieron continuar las hostilidades. Tres días después, Fulvio Nobilior se presentó a las puertas de Numancia con un ejército en cuya primera línea formaban diez elefantes y 500 jinetes númidas.
Los numantinos y sus caballos se asustaron por los elefantes y corrían a refugiarse en su ciudad hasta que una pedrada hirió a un elefante que, entrando en furor se revolvió contra los legionarios, siendo imitado por los restantes. Su ataque causó numerosas víctimas entre los propios asaltantes. El ataque que siguió a continuación a los desbandados romanos, hizo que las víctimas se fijaran en 4000 romanos y 2000 entre los numantinos. Además, fueron capaces de matar a 3 elefantes. Fulvio Nobilior no quiso intentar nada más e invernó en su campamento con escasez de víveres y recibiendo continuos asaltos de los numantinos.
Llegada la primavera del año 152 antes de Cristo, y Quinto Pompeyo relevó a Nobilior por el Cónsul Claudio Marcelo, que llegó con 500 caballos y 8000 infantes. El pretor Quinto Pompeyo tenía 30.000 soldados y 2.000 caballos que fue perdiendo en las numerosas emboscadas hasta que cansado, dirigió sus tropas contra Tiermes y volvió a hostilizar a Numancia desviando por el llano un río para sitiar a la ciudad por hambre. Los numantinos no solamente lo evitaron sino que volvieron a causarle numerosas pérdidas. Trató de terminar la guerra intercambiando rehenes, prisioneros y desertores y recibió de los numantinos cierta cantidad de dinero. En definitiva, pactó con ellos.
Al ser sustituido por Marco Popilio Lenas el pacto fue anulado por el Senado de Roma, que lo consideró vergonzoso, y se decidió seguir la guerra. A Popilio le sustituyó Cayo Hostilio Mancino cuyo fracaso fue superior a los anteriores puesto que cuantas veces como peleó con los numantinos, fue vencido. Fue encerrado en su campamento y, bajo amenaza de muerte para todo su ejército, aceptó la paz. Los numantinos se limitaron a desarmar al ejército romano a cambio de la paz. Fue llamado a Roma.
En sustitución de Mancino fue enviado a Iberia el cónsul Marco Emilio Lépido que al ser derrotado en Numancia, decidió seguir hasta la zona de los vacceos y sitió Palencia, donde tras cuatros años de ataques, también fracasó. Pero arrasaron los campos de cereal vacceos para evitar que se suministrara a Numancia. Tras diversas batallas, Mancino firma la paz, pero es desautorizado por el senado de Roma que la considera deshonrosa. Como castigo, es humillado por los propios romanos ante las murallas numantinas llegando a ser ofrecido a los numantinos para que hagan con él lo que quieran; lo dejaron desnudo con las manos atadas a la espalda. Los numantinos se quedaron sorprendidos ante la acción romana pero al negarse los numantinos a recibirle estuvo así hasta la noche.
Estos 18 años de lucha con concesiones y dilaciones, hizo que quedara finalmente como unico baluarte hostil a Roma. Ya solo quedaba Numancia.
Este cúmulo de constantes humillaciones decidió a Roma, que se vió obligada a enviar a su mejor soldado, el vencedor de Cartago, nada mas y nada menos que Publius Cornelius Scipio Aemilianus, (Publio Cornelio Escipión Emiliano) apodado en ese momento como Africanus. Desembarcó en Tarragona en el 135 antes de Cristo, con unos 5.000 hombres. La primera dificultad que se ofreció en Roma para designar a Scipio (Escipión) como jefe del ejército sitiador de Numancia fue que no tenía el tiempo prescrito para el consulado, pero el Senado decretó que los tribunos volviesen a derogar la ley en cuanto al tiempo, como habían hecho en la guerra de Cartago, y quedase en vigor para el año siguiente. El prestigio de tal general hizo que quisieran alistarse a sus órdenes multitud de romanos; pero no lo consintió el Senado, pues Roma andaba empeñada en otras guerras.
Protestó por ello Escipión, que no hubiera querido hacer la guerra numantina con el ejército desmoralizado y vencido que le aguardaba en Iberia. Hubo de consentirle el Senado que juntase tropas mercenarias de otras ciudades y de otros reyes, escribe Apiano, que voluntariamente se le ofrecieron por conveniencia propia. Además con personas escogidas y fieles formó la llamada "cohorte de los amigos".
Pidió dinero, pero se lo negó el Senado, consignándole solo ciertas rentas a la sazón no vencidas y, según Plutarco, contestó Escipión que "le bastaba el suyo y el de sus amigos". Tal fue el esfuerzo personal con que aquel experimentado soldado se aprestó a la empresa. Había reunido un cuerpo de ejército de 4000 hombres, adelantándose él con unos pocos a Iberia, donde le aguardaban fuerzas más numerosas. Así que llegó, tuvo que luchar con sus ejército antes que con los numantinos, pues como ya esperaba, lo encontró sumido en tal estado de indisciplina, superstición, molicie y desmoralización, que debió comprobar de donde venía tan repetido desastre y vergüenza como hasta entonces se había registrado en las Guerras Celtiberas. Los soldados cada vez más indolentes se enriquecen con la venta de los botines de guerra a los mercaderes asentados junto a los campamentos romanos. Escipión desterró, dice Apiano, a todos los mercaderes, rameras, adivinos y agoreros, a quienes los soldados consternados en tantos infortunios daban demasiado crédito; expulsó a los criados, vendió carros, equipajes y acémilas, conservando las puramente necesarias; prohibió ir en bestia en las marchas. A nadie permitió, escribe Apiano, tener más ajuar para comer que un asador, una olla de bronce y un vaso. Prescribió que las comidas fuesen de carne asada o cocida. Prohibió las camas, y él era el primero que dormía sobre una estera.
Durante este periodo de prácticas y reforma de su ejército, Escipión no tuvo con los numantinos más que ligeras escaramuzas, las bastantes para darse a conocer entre ellos. Hizo todo lo que hemos referido, y cuando por fin tuvo moralizado a su ejército, sumiso y hecho al trabajo y a la fatiga, trasladó su campo cerca de Numancia, cuidando de no dividir sus fuerzas, como hicieron otros, ni de batirse sin antes explorar. -Es un disparate -decía- aventurarse por cosas leves. Es imprudente el capitán que entra en acción sin necesidad, así como aquel otro es excelente que se arriesga cuando lo pide el caso: así es que los médicos no usan sajaduras ni cauterios antes de las medicinas.
Cauto y sagaz, Escipión concibió el plan de guerra de reducir, cercar y sitiar a los numantinos, hasta que faltos de fuerza se rindieran. Así, para quitarles apoyo y favor de otros pueblos, se dirigió primeramente contra los vácceos a quienes los numantinos compraban víveres, taló sus campos, recogió lo que pudo para manutención de sus tropas y amontonando lo demás, le prendió fuego. Como hostilizaran los pallantinos de Complanio a los forrajeadores romanos, mandó para rechazarlos a Rutilio Rufo, tribuno entonces y escritor de estos hechos, dice Apiano; y cubriendo la retirada el mismo Escipión, pudo salvarlo con su caballería.
Vino por fin a invernar frente a Numancia y para cercarla construyó siete campamentos. Según Apiano, cercó la ciudad con siete fuertes, un foso y un vallado que tenía de contorno más del doble que tenía aquella. Todavía hizo otro foso por encima del primero y fortificado con estacas, fabricó un muro de ocho pies de ancho y diez de alto, sin almenas, sobre el cual construyó todo alrededor de unas torres a un plethron (30,85 metros) de distancia unas de otras, y no pudiendo echar un puente sobre el río Duero, por donde los sitiados recibían tropas y víveres, levantó dos fuertes y atando con maromas, desde el uno al otro, unas vigas largas, las tendió sobre la anchura del río... "En estas vigas, añade el historiador, había clavado espesos chuzos y saetas, las cuales, dando vueltas siempre con la corriente, a nadie dejaban pasar, ni a nado, ni buceando, ni en barco, sin ser visto.
Tras quince meses de asedio la ciudad cayó, vencida finalmente por el hambre, en el verano del año 133 antes de Cristo. Sus habitantes prefirieron el suicidio a entregarse. Incendiaron la ciudad para que no cayera en manos de los romanos. Los pocos supervivientes fueron vendidos como esclavos. Escipión renunció a su título de el Africano, y asumió el de Numantino. Escipión regresó a Roma y allí celebró su triunfo desfilando por las calles con cincuenta de los numantinos capturados. Para entonces, Numancia ya se había convertido en leyenda.
Saludos.