Hace ya un año y nueve meses que te fuiste. Cuando estabas aquí, con nosotros, te veía casi todos los días y tu compañía era un bálsamo. Teníamos suerte teniéndote con nosotros. No imaginé entonces que llegaría a echarte tanto de menos. Ahora me siento muy solo, especialmente en estos días. ¡Que daría yo porque estuvieras aquí!
Sabes bien que cuando era pequeño yo te veía como una figura seria, imperturbable, poco accesible para mí, casi inalcanzable. Apenas teníamos confianza, ¿recuerdas? Pero siempre estabas ahí. Siempre. Con el tiempo, cuando crecí y maduré, llegué a conocerte por dentro, a comprenderte y, en consecuencia, a amarte. Tu carácter era duro y fuerte, pero había mucha nobleza por dentro. Me costó interpretarla y descubrirla pero cuando lo conseguí, me dejó maravillado.
Me enseñaste muchas cosas ¿recuerdas? Claro que sí. Pero sobre todo me enseñaste a vivir. Y no con consejos, sino con tu ejemplo, que es el mejor consejo posible. Sabes que siempre he sido bastante nervioso. Cuando me sentía mal o estaba enfadado con alguien, o la ira me consumía, o cuando tenia miedo hacia el futuro personal y profesional, y quizás también cuando me quejaba de que deseaba ser feliz pero en esta vida tantas cosas me lo impedían, y cuando me quejaba de que la felicidad y la libertad que yo buscaba tardaban en llegar siempre tenias una sonrisa y un ejemplo que dar. Me decías que era muy “intemperante”. Y así era. Y comenzabas preguntándome: “Pero bueno, vamos a ver, ¿que es para ti la felicidad? ¿En que consiste para ti ser feliz?”
Me enseñaste a que me tranquilizara, que respirara hondo, que cerrara los ojos y que vaciara mi mente de todos los pensamientos negativos, de esa basura mental que nos atenaza muchas veces. Yo te veía relajado y esa relajación era contagiosa. Tu también tenias tus problemas, pero ese animo imperturbable tuyo era extraordinario. Una maravillosa clase práctica para mí. Aprendí a "ocuparme" de las cosas, no a "preocuparme" por ellas.
Me enseñaste que la búsqueda de la felicidad es una conquista que a veces dura años de lucha, y que no quisiera conseguirlo todo en un día, sino poco a poco. Contigo comprendí que la felicidad y la libertad estaban dentro de mí, y que no debía de buscar fuera lo que ya tenia dentro, era solo cuestión de encontrarlo. “¡Tu eres tu mejor amigo, asi que no te maltrates de esa forma!”, me decías una y otra vez.
Me enseñaste a vivir con nobleza y con ética, a amar a los demás, a respetarlos, a tantas cosas…
Era maravillosa tu serenidad en medio de las dificultades. El mundo parecía que se me venia encima. Recuerdas que cenamos juntos ese día, yo me imaginé que tu estarías muy mal, y muy afectado. Me equivoqué. Mi sorpresa fue cuando llegué a tu casa y te encontré a la hora del aperitivo tomándotelo tranquilamente, viendo la televisión, imperturbable. Me dije a mi mismo: “Esto es imposible. Se lo toma como si no pasara nada. ¿Cómo puede estar tan tranquilo?” Yo me acerqué a ti como un vendaval, y te expuse mi versión de los hechos, como un ciclón, sin darte tiempo ni a contestar. Cuando terminé mi exposición, me miraste y sin alterarte lo más minimo, me dijiste: “Si tu mal tiene cura, ¿de que te apuras? Y por el contrario si no tiene cura, igualmente te digo: ¿de que te apuras? Anda, siéntate, veras que bueno está este vino”. Lo dijiste con tu típica seriedad, pero mirándome, e intentando adivinar si te había comprendido. Claro que te comprendí. Fue una magnifica lección. Así, sencillamente, parece que me decías: “No te preocupes tanto, si tiene solución se solucionará, y si no tiene solución, se afrontará como sea, y punto. No le des mas vueltas. ¡Vive el momento, vive cada momento y no le des tantas vueltas a esos pensamientos negativos que te hacen sufrir!”
Y así era, mientras le daba vueltas y mas vueltas a la cabeza me estaba privando de mi oportunidad de vivir un buen momento, y no apreciaba ni el exquisito vino ni el delicioso aperitivo. Como me veías serio y preocupado, me insistías: “¿Qué problema vas a arreglar un sábado a las diez de la noche? Vive el momento. ¡Ay que chiquillo!”.
Fue tu actitud ante la vida la que me impresionó. Tu sentido practico. Tu modo de afrontar y solucionar las dificultades. Los problemas se estrellaban contra ti como el agua contra una roca imperturbable. Esa presencia de ánimo siempre ha sido un ejemplo que yo he tratado de imitar. Me enseñaste a no juzgar a los demás, aprendí a ser yo mismo y a aceptarme tal y cual era, y a los demás. Y a aceptar la realidad. La botella no estaba ni medio llena ni medio vacía: estaba a medias simplemente. El mundo que nos rodea no es ni bueno ni malo, ni bello ni feo, es tal y como es, sin juicios y sin calificativos. ¿Recuerdas? Tu me lo decías mas sencillamente: ”las cosas son como son”.
Gracias por todo papá. Te quiero. Fuiste estupendo y lo sigues siendo. Y gracias por seguir aconsejándome incluso después de haberte ido. Cuando tengo un problema y no se que decidir, pienso en lo que tu me aconsejarías y siempre encuentro la respuesta.
Hasta pronto"".