-Niño, sécate las lagrimas y no llores, que eso es de mujeres.
-¡Se fuerte, chico! ¿No te da vergüenza llorar para que piensen que eres una nena?
-¡Habráse visto! ¡Pero si está llorando!
Frases como éstas fueron un ingrediente común y habitual en la epoca de mi niñez. Incluso recuerdo un suceso real: en cierto entierro presencié a un padre regañandole a su hijo (conocido mio) que estaba llorando desconsoladamente porque habia perdido a su madre. A fuerza de tanto repetirlas, muchos niños de aquella epoca aprendimos (aunque a mí me costó una enormidad) a controlar nuestras emociones, y a no derramar lágrimas ¡habia que ser muy hombre!. Triste aprendizaje aquel. Ya se juntara el cielo con la tierra, o ya aconteciera la tragedia más horrible que uno pudiera imaginarse, habia que ser duro, pero duro de película, y mantenerse sereno y frio, o al menos aparentar que lo estabas. No dejaba de sorprenderme que a las mujeres y a los ancianos se les dejaba llorar, y se les mimaba y consolaba; pero a los hombres y a los niños no. ¿Por qué? Yo veia aquello como hipócrita y antinatural.
Cuando crecí y empecé a madurar un poquito (13-15 años) me rebelé contra esta arcaica filosofia y comencé a derribar poco a poco todos los muros que me impedian expresar mis sentimientos. Me alegré enormemente de ello, ya lo creo.
Pero me tropecé con un problema: a fuerza de tanto controlar el llanto, llega un momento en el que se te olvida como llorar. Es muy triste no tener el consuelo de poder llorar; un buen llanto desahoga el dolor, alivia las penas y refresca el alma; y aunque no te quite el problema, uno se siente mejor, más desahogado. “¡Coño, que es muy normal llorar!”, pensé un buen dia; pero me di cuenta de que no sabia hacerlo.
En mi corazón tengo muchas cicatrices que, algunas veces, sangran y duelen mucho, motivadas por acontecimientos de índole familiar (ya anticipé algo en Añoranzas II, -haced click-, y presencié muchas escenas que el niño que yo era entonces, maldita sea, jamás debió de presenciar) que dejan herida en el corazón y un recuerdo imborrable.
-¡Se fuerte, chico! ¿No te da vergüenza llorar para que piensen que eres una nena?
-¡Habráse visto! ¡Pero si está llorando!
Frases como éstas fueron un ingrediente común y habitual en la epoca de mi niñez. Incluso recuerdo un suceso real: en cierto entierro presencié a un padre regañandole a su hijo (conocido mio) que estaba llorando desconsoladamente porque habia perdido a su madre. A fuerza de tanto repetirlas, muchos niños de aquella epoca aprendimos (aunque a mí me costó una enormidad) a controlar nuestras emociones, y a no derramar lágrimas ¡habia que ser muy hombre!. Triste aprendizaje aquel. Ya se juntara el cielo con la tierra, o ya aconteciera la tragedia más horrible que uno pudiera imaginarse, habia que ser duro, pero duro de película, y mantenerse sereno y frio, o al menos aparentar que lo estabas. No dejaba de sorprenderme que a las mujeres y a los ancianos se les dejaba llorar, y se les mimaba y consolaba; pero a los hombres y a los niños no. ¿Por qué? Yo veia aquello como hipócrita y antinatural.
Cuando crecí y empecé a madurar un poquito (13-15 años) me rebelé contra esta arcaica filosofia y comencé a derribar poco a poco todos los muros que me impedian expresar mis sentimientos. Me alegré enormemente de ello, ya lo creo.
Pero me tropecé con un problema: a fuerza de tanto controlar el llanto, llega un momento en el que se te olvida como llorar. Es muy triste no tener el consuelo de poder llorar; un buen llanto desahoga el dolor, alivia las penas y refresca el alma; y aunque no te quite el problema, uno se siente mejor, más desahogado. “¡Coño, que es muy normal llorar!”, pensé un buen dia; pero me di cuenta de que no sabia hacerlo.
En mi corazón tengo muchas cicatrices que, algunas veces, sangran y duelen mucho, motivadas por acontecimientos de índole familiar (ya anticipé algo en Añoranzas II, -haced click-, y presencié muchas escenas que el niño que yo era entonces, maldita sea, jamás debió de presenciar) que dejan herida en el corazón y un recuerdo imborrable.
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Te casas, tienes tus hijos y eres feliz. Si, Cornelivs, todo eso está muy bien. Pero, ¿y los fantasmas de tu pasado anterior? ¿Los has superado ya, los has asumido? Pienso que si, y el tiempo es el mejor medico cirujano para estos casos. Pero lo que no puedo evitar es que algunas veces, sobre todo por la noche, con la oscuridad llegan los fantasmas del recuerdo, aunque intento ahuyentarlos; la herida se reabre, y sangra. Tengo ganas de llorar y no puedo. O mejor dicho, lloro, claro que lloro, pero lo hago por dentro, toda mi alma tiembla y siento como si todo el peso del universo cayera sobre mí.
Mis ojos se humedecen muy ligeramente, pero no saben derramar lagrimas de agua, solo derraman lagrimas secas. Me siento fatal.
Y aunque no es cuestión ahora de convertirse en una plañidera profesional, estoy aprendiendo a llorar de nuevo. A solas, cuando nadie me vea.
Saludos.
Te casas, tienes tus hijos y eres feliz. Si, Cornelivs, todo eso está muy bien. Pero, ¿y los fantasmas de tu pasado anterior? ¿Los has superado ya, los has asumido? Pienso que si, y el tiempo es el mejor medico cirujano para estos casos. Pero lo que no puedo evitar es que algunas veces, sobre todo por la noche, con la oscuridad llegan los fantasmas del recuerdo, aunque intento ahuyentarlos; la herida se reabre, y sangra. Tengo ganas de llorar y no puedo. O mejor dicho, lloro, claro que lloro, pero lo hago por dentro, toda mi alma tiembla y siento como si todo el peso del universo cayera sobre mí.
Mis ojos se humedecen muy ligeramente, pero no saben derramar lagrimas de agua, solo derraman lagrimas secas. Me siento fatal.
Y aunque no es cuestión ahora de convertirse en una plañidera profesional, estoy aprendiendo a llorar de nuevo. A solas, cuando nadie me vea.
Saludos.
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