Creo que este capítulo XXVII lo comienza Cervantes dudando de la verosimilitud del testimonio de los moros, cuando usa la frase “juro como católico cristiano” y la explicación posterior que ofrece a la misma. Cervantes quizás quiere reforzar asi la veracidad de lo que va a relatar. O puede que no, porque Cide Hamete no es cristiano, sino moro, recordemos a la bella Zoraida, la amada del Cautivo, que en la primera parte le avisa: “no te fíes de los moros, que son todos unos marfuces”. Y marfuz es sinónimo de mentiroso o engañoso.
Cervantes nos aclara quien era Maese Pedro, echando mano de un personaje de la primera parte: ¡Ginés de Pasamonte…! Si, el galeote que D. Quijote liberó, junto a otros malhechores, en el capitulo XXII de la 1ª Parte. Se había puesto el parche en el ojo para que no lo conocieran, y ahora vivía en el reino de Aragón. Muy listo por su parte: en Aragón (¿no era de allí Avellaneda, o al menos vivía allí?) no tenían efecto las condenas de la justicia de castilla. A pesar de la unión de los dos reinos peninsulares con los reyes católicos, cada reino conservaba su propio estatuto legal, y en Aragón eran inaplicables las Sentencias dictadas en Castilla.
Las últimas palabras que D. Quijote le dirigió a Ginés de Pasamonte, cuando lo liberó de las cadenas fueron pronunciadas con mucha cólera: “Pues voto a tal —dijo don Quijote, ya puesto en cólera—, don hijo de la puta, don Ginesillo de Piropillo, o como os llamáis, que habéis de ir vos solo, rabo entre piernas con toda la cadena a cuestas.”
D. Quijote no puede olvidar que es un desagradecido que le pagó su libertad con una lluvia de piedras y a Sancho quitándole su amado asno, aunque luego lo recuperó (abajo a la derecha la clásica imagen de Doré).
Es otro argumento más que uso como aval a la hipótesis que ya aventuré en mi comentario al capitulo anterior, en la cual me ratifico y que aquí doy por reproducida a fin de evitar inútiles reiteraciones. Eso si, vuelvo a palpar animadversión -del propio Cervantes- hacia Ginés de Pasamonte, como ya dije la semana pasada parece que Cervantes se quedó con la gana de que D. Quijote alcanzase a Gines de Pasamonte con la espada, cuando destrozó el retablo de figurillas.
¿Pero por qué rescata Cervantes a Gines de Pasamonte? ¿Por qué la animadversión de D. Quijote y de Cervantes hacia este personaje?
Recordemos que Gines de Pasamonte publicó un libro de su vida: “Vida de Gines de Pasamonte”.
Es que acaso…¿Cervantes conocía a este Pasamonte? ¿No pudo ser ese Pasamonte un antiguo compañero de armas de Cervantes tal y como M. de Riquer ya insinuó explícitamente hace más de treinta años? El tema, indudablemente, es harto apasionante y es una delicia aventurarse con la hipótesis que lanzan diversos autores, unos deliciosos entresijos, reales históricamente, que arrancan en Lepanto, siguen con la prisión de dos soldados que luego se enfrentan literariamente y que no hacen sino engrandecer, aun mas, la figura de D. Miguel de Cervantes.
Sigamos con la descripción del “modus operandi” de Maese Pedro en los diferentes pueblos por los que pasaba, es delicioso, como funcionaba su espectáculo y como los dejaba a todos boquiabiertos llenando su bolsa.
D. Quijote y Sancho siguen su camino. Y he aquí que se encuentran con el escuadrón del pueblo del rebuzno, que iban a tomar venganza del pueblo vecino, uno de los que más se metían con ellos. Vemos que D. Quijote intenta apaciguar con sabias y concertadas razones a la gente del pueblo del rebuzno, hablando inteligentemente, como hombre concertado y con tiento. Y queria seguir hablando, pero Sancho, de modo completamente irreflexivo e imprudente, hace varios disparates: interrumpe a su señor, presume de su habilidad de rebuznar, diciendo que rebuznando él rebuznaban todos los burros del pueblo y para rematar, queriendo demostrar su habilidad, empieza a rebuznar.
Pero es que encima lo hace a conciencia, “tan reciamente, que todos los cercanos valles retumbaron”.
¡Que bueno…! Es inevitable: la risa acude de nuevo. Y siendo sincero, he de confesar que esta es de las pocas veces que, no es que me he alegre viendo apalear a Sancho, pero sí que he sonreído burlonamente imaginándome la escena. Se lo tenia merecido…por tonto. ¿A quién se le ocurre mentar la soga en casa del ahorcado, rebuznándole a los del pueblo del rebuzno?
D. Quijote hace ademán de vengarlo, pero la nube de piedras arcabuces y ballestas hace que salga huyendo: “…a todo lo que su galope pudo se salió de entre ellos, encomendándose de todo corazón a Dios que de aquel peligro le librase, temiendo a cada paso no le entrase alguna bala por las espaldas y le saliese al pecho, y a cada punto recogía el aliento, por ver si le faltaba.”
¡Maravilloso!
Saludos