A pesar de las últimas vicisitudes por las que he atravesado en mi blog, me resulta imposible abandonar el lindo y acogedor grupo de amigos que semana a semana estudia y comenta a nuestro querido Quijote dirigido por nuestro amigo y maestro Pedro Ojeda en su blog "La Acequia". Aquí estoy agusto, en buena e ilustre compañía y por si fuera poco ahora estamos en lo mejor de la novela, y estos duques, que sin cesar se mofan de nuestros héroes, me caen “tan bien” (especialmente la duquesa, ¡gggrrr!) que tengo una especie de extraño “síndrome de Estocolmo”: no puedo vivir sin este par de chorizos de cantimpalo, de modo que Cornelivs seguirá persiguiéndolos al sol y a la sombra.
Bueno, veamos. Comienza este capitulo 37 contándonos Cervantes que los duques, genuinos estúpidos y bellacos redomados, “se holgaban en extremo” de ver que su burla les estaba saliendo tan bien y que D. Quijote y Sancho tragaban el anzuelo. Muy propio.
Este capítulo introduce un breve paréntesis en la aventura de la Condesa Trifaldi. Recordemos que hace poquito Sancho y la dueña doña Rodríguez de Grijalba se enojaron, pues el escudero le pidió a la dueña que cuidara de su alhaja: su borrico, la llamó vieja, y ella le respondió a Sancho diciéndole lindezas como “hijo de puta, bellaco, harto de ajos”. El caso es que les tenía bastante manía a las dueñas.
Pero vamos a ver, ¿de donde viene esta ojeriza entre dueñas y escuderos?
Me he documentado un poco en este enlace, y resulta que por dueñas se entendía comúnmente a “aquellas mujeres viudas y de respeto que se tenían en Palacio y en las casas de los señores para autoridad de las antesalas y guarda de las demás criadas”. Parece que este sentido objetivo de la palabra "dueña" se vio manipulado peyorativamente en la literatura del siglo XVII al construirse su figura en entremeses y demás modalidades cómicas; pues de una parte, se correspondía en cierto modo con la realidad social de aquella epoca en la cual las dueñas ya no eran tan respetables como antes; y de otra, por la vigencia de una tradición folclórica y literaria de denigración de mujeres viejas, que eran tenidas por viudas interesadas, "acomodadoras de criadas" o por “ancianas vanidosas”, pero todas ellas igualmente “codiciosas”, “engañosas” y, en algunos casos, verdaderas “celestinas”.
Yo diria que hasta “lujuriosas".
Recordemos a la dueña Dª Rodríguez (en la primera disputa que tuvo con Sancho) refiriéndose implícitamente a los atributos masculinos del rey Rodrigo, pues este Rey, enterrado vivo en una tumba llena de sapos según ella dijo -lo vimos hace poco en el capitulo 33- a los dos días se quejó desde su tumba diciendo:
“Ya me comen, ya me comen
por do mas pecado había”.
Me imagino la cara picarona de Dª Rodríguez recitando dicho poema (¿Quizás un poco reprimida, además, dada la rigida moral de la época?) y la de enojo de Sancho Panza. Y es que el bueno de nuestro Sancho es tan casto y tan puro (si le dan a elegir entre una rubia explosiva tipo Elsa Pataki o la Kim Bassinger de sus mejores años y su rucio, la cosa está clara: estoy seguro de que se queda con la alhaja de su rucio ¡que bonico…!), que estoy empezando a comprender el por qué se llevaba tan mal con estas dueñas.
Por si fuera poco, Sancho ve peligrar su gobierno. Inmediatamente se alza y dice: “No querría yo que esta señora dueña pusiese algún tropiezo a la promesa de mi gobierno”, pues sabe que es escudero de D. Quijote, y si éste tiene que acudir a tan “lueñas” tierras a socorrer la cuita de la dueña dolorida, el escudero forzosamente ha de acompañarlo, con lo cual…¡adiós gobierno! Me cachis en la mar…tanto tiempo suspirando por su gobierno, y cuando lo tiene en sus manos se presenta ahora una maldita e inoportuna dueña que, por muy condesa que sea, no deja de ser dueña, y viene ahora a “molestar”, a reclamar a su amo, arruinándole el “negocio”.
No me extraña, en consecuencia, que Sancho desgrane y desfogue toda su ira contra las dueñas -y la madre que las parió-. A Sancho se le explica que hay dueñas y dueñas, y que la de esta aventura es condesa, con lo cual parece pertenecer a la categoría de las altas dueñas, que no es lo mismo que las dueñas de baja categoría. Pero ni por esas Sancho admite nada, y lanza una de las suyas, sin respeto ninguno a D. Quijote ni a los duques: “Después que tengo humos de gobernador se me han quitado los váguidos de escudero y no se me da por cuantas dueñas hay un cabrahígo”.
Parece que un “cabrahigo” es una especie de higo silvestre, inferior al higo normal. Bueno, pues ni eso. Por cierto, ¿que querrá decir Sancho con lo de higo o cabrahigo? ¡No quiero ni pensarlo, ay esas dueñas…!
Bueno, veamos. Comienza este capitulo 37 contándonos Cervantes que los duques, genuinos estúpidos y bellacos redomados, “se holgaban en extremo” de ver que su burla les estaba saliendo tan bien y que D. Quijote y Sancho tragaban el anzuelo. Muy propio.
Este capítulo introduce un breve paréntesis en la aventura de la Condesa Trifaldi. Recordemos que hace poquito Sancho y la dueña doña Rodríguez de Grijalba se enojaron, pues el escudero le pidió a la dueña que cuidara de su alhaja: su borrico, la llamó vieja, y ella le respondió a Sancho diciéndole lindezas como “hijo de puta, bellaco, harto de ajos”. El caso es que les tenía bastante manía a las dueñas.
Pero vamos a ver, ¿de donde viene esta ojeriza entre dueñas y escuderos?
Me he documentado un poco en este enlace, y resulta que por dueñas se entendía comúnmente a “aquellas mujeres viudas y de respeto que se tenían en Palacio y en las casas de los señores para autoridad de las antesalas y guarda de las demás criadas”. Parece que este sentido objetivo de la palabra "dueña" se vio manipulado peyorativamente en la literatura del siglo XVII al construirse su figura en entremeses y demás modalidades cómicas; pues de una parte, se correspondía en cierto modo con la realidad social de aquella epoca en la cual las dueñas ya no eran tan respetables como antes; y de otra, por la vigencia de una tradición folclórica y literaria de denigración de mujeres viejas, que eran tenidas por viudas interesadas, "acomodadoras de criadas" o por “ancianas vanidosas”, pero todas ellas igualmente “codiciosas”, “engañosas” y, en algunos casos, verdaderas “celestinas”.
Yo diria que hasta “lujuriosas".
Recordemos a la dueña Dª Rodríguez (en la primera disputa que tuvo con Sancho) refiriéndose implícitamente a los atributos masculinos del rey Rodrigo, pues este Rey, enterrado vivo en una tumba llena de sapos según ella dijo -lo vimos hace poco en el capitulo 33- a los dos días se quejó desde su tumba diciendo:
“Ya me comen, ya me comen
por do mas pecado había”.
Me imagino la cara picarona de Dª Rodríguez recitando dicho poema (¿Quizás un poco reprimida, además, dada la rigida moral de la época?) y la de enojo de Sancho Panza. Y es que el bueno de nuestro Sancho es tan casto y tan puro (si le dan a elegir entre una rubia explosiva tipo Elsa Pataki o la Kim Bassinger de sus mejores años y su rucio, la cosa está clara: estoy seguro de que se queda con la alhaja de su rucio ¡que bonico…!), que estoy empezando a comprender el por qué se llevaba tan mal con estas dueñas.
Por si fuera poco, Sancho ve peligrar su gobierno. Inmediatamente se alza y dice: “No querría yo que esta señora dueña pusiese algún tropiezo a la promesa de mi gobierno”, pues sabe que es escudero de D. Quijote, y si éste tiene que acudir a tan “lueñas” tierras a socorrer la cuita de la dueña dolorida, el escudero forzosamente ha de acompañarlo, con lo cual…¡adiós gobierno! Me cachis en la mar…tanto tiempo suspirando por su gobierno, y cuando lo tiene en sus manos se presenta ahora una maldita e inoportuna dueña que, por muy condesa que sea, no deja de ser dueña, y viene ahora a “molestar”, a reclamar a su amo, arruinándole el “negocio”.
No me extraña, en consecuencia, que Sancho desgrane y desfogue toda su ira contra las dueñas -y la madre que las parió-. A Sancho se le explica que hay dueñas y dueñas, y que la de esta aventura es condesa, con lo cual parece pertenecer a la categoría de las altas dueñas, que no es lo mismo que las dueñas de baja categoría. Pero ni por esas Sancho admite nada, y lanza una de las suyas, sin respeto ninguno a D. Quijote ni a los duques: “Después que tengo humos de gobernador se me han quitado los váguidos de escudero y no se me da por cuantas dueñas hay un cabrahígo”.
Parece que un “cabrahigo” es una especie de higo silvestre, inferior al higo normal. Bueno, pues ni eso. Por cierto, ¿que querrá decir Sancho con lo de higo o cabrahigo? ¡No quiero ni pensarlo, ay esas dueñas…!
Saludos.