Los jueves, Quijote. Para el grupo de lectura del Quijote en
La Acequia.
Por nada del mundo quiere D. Miguel de Cervantes que nuestro Quijote se confunda con ese otro quijote de avellaneda, desenamorado ya de Dulcinea (¡que disparate!), que estuvo en unas justas en Zaragoza de donde salió con mas pena que gloria, a quien no le pegaron en mas de una ocasión “por ser demasiadamente atrevido” gracias a que D. Alvaro Tarfe lo impidió -al parecer, es un personaje respetable del apócrifo de Avellaneda- y que finalmente, tuvo un final poco glorioso, pues quedó ingresado en un sanatorio para locos (Casa del Nuncio) en Toledo; como tampoco desea que haya confusiones entre nuestro magnifico escudero Sancho y ese otro sancho de avellaneda que, a diferencia del nuestro, “más tenía de comilón que de bien hablado, y más de tonto que de gracioso”. De eso nada.
A la novela le quedan solo dos suspiros y Cervantes mima a su hijo, a su inmortal creación, apartándolo del otro quijote de avellaneda de quien huye como de la misma peste para distinguirlo, en evitación de posibles confusiones futuras entre ambos Quijotes, demostrando así que el Quijote cervantino es el auténtico Quijote de la Primera parte y que no se parece en nada al de avellaneda. Y a fe que lo consigue. Creo que es magnifica la solución que Cervantes le da al asunto, pues parece decirle al de Tordesillas: “quien a hierro mata, a hierro muere; tu te has apropiado de mi Quijote y yo me apropio a su vez de un personaje tuyo para demostrar tu mentira”.
Para ello Cervantes utiliza a D. Alvaro Tarfe (parece ser un personaje importante y respetable de la novela apócrifa de Avellaneda) al cual utiliza para ¡dar fe publica y legitimidad de que ese quijote de Avellaneda no es, ni nunca pudo ser, el genuino quijote cervantino de la 1ª Parte! Cervantes no quiere confusión alguna, odia que confundan a su personaje con el de Avellaneda, por eso los distingue claramente poniendo tierra de por medio entre uno y otro.
Había que diferenciarlos. ¿Cómo lo hace? Ingenioso: dentro de la propia novela, en el mismo argumento, para que la gente lo lea y todos lo comprendan y se enteren, para que al lector no le quede ni la mas mínima duda. Para ello, D. Alvaro Tarfe
“sale” de la novela tordesillesca y
“entra” en la novela cervantina, conoce a los legitimos protagonistas cervantinos, y nuestro D. Quijote le pide a D. Alvaro Tarfe que
“…sea servido de hacer una declaración ante el alcalde deste lugar de que vuestra merced no me ha visto en todos los días de su vida hasta agora, y de que yo no soy el don Quijote impreso en la segunda parte, ni este Sancho Panza mi escudero es aquel que vuestra merced conoció.” Nuestro D. Quijote ¡le esta pidiendo a D. Alvaro Tarfe, personaje de Avellaneda, que declare que el no es el Quijote apócrifo tordesillesco…! Y D. Alvaro Tarfe, al ver la realidad, accede a ello. De este modo, Cervantes legitima y convalida a D. Alvaro Tarfe, el cual a su vez legitima a nuestro D. Quijote (al auténtico, al verdadero, al cervantino), distinguiéndolo nítidamente del otro quijote tordesillesco.
Por usar un simil, ¡hasta los personajes de Avellaneda se rebelan contra el tal Avellaneda, y rinden pleitesía al verdadero Quijote de Cervantes, nuestro querido Alonso Quijano! ¡Parecen cobrar vida propia estos personajes! ¡Abandonan la novela apócrifa, de la que son protagonistas, y vienen a desembocar en la nuestra, en la del genuino Cervantes!
Estoy casi seguro de que si Cervantes no hubiera hecho mención alguna en esta segunda parte al quijote apócrifo de Avellaneda, esa obra se habría perdido en el abismo de lo ignorado: casi nadie la conocería hoy día.
Y como abogado que es uno, me interesa mucho como se hizo la declaración: el instrumento legal en si mismo. Nos dice Cervantes que “entró acaso el alcalde del pueblo en el mesón, con un escribano, ante el cual alcalde pidió don Quijote, por una petición, de que a su derecho convenía de que don Álvaro Tarfe, aquel caballero que allí estaba presente, declarase ante su merced como no conocía a don Quijote de la Mancha, que asimismo estaba allí presente, y que no era aquel que andaba impreso en una historia intitulada Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de Tordesillas. Finalmente, el alcalde proveyó jurídicamente; la declaración se hizo con todas las fuerzas que en tales casos debían hacerse, con lo que quedaron don Quijote y Sancho muy alegres, como si les importara mucho semejante declaración y no mostrara claro la diferencia de los dos don Quijotes y la de los dos Sanchos sus obras y sus palabras.”
Esta declaración es una figura legal, ya conocida en el Derecho vigente en la época de Cervantes, plasmado básicamente en la Nueva Recopilación, Cuerpo legal sancionado por el Rey Felipe II el dia 14 de Marzo de 1.567, y que estaba basado en el antiguo derecho castellano, representado por las Leyes de Toro de 1505, el importantísimo Ordenamiento de Alcalá de 1.348, y en menor medida el Ordenamiento de Montalvo de 1.484).
Las partes extienden una declaración solemne, que es el antecedente de lo que hoy sería, salvando las distancias, una “Acta Notarial de Manifestaciones”, dotada de la fe pública notarial, la fe pública por excelencia. La declaración la extiende el escribano (el antecedente de los actuales Notarios), por una petición oral del demandante (D. Quijote), ante la cual el demandado acepta (D. Alvaro Tarfe), siguiendo el cuerpo de la declaración en si (que nuestro Alonso Quijano no era el que habia conocido D. Alvaro Tarfe en la segunda parte apócrifa), seguido de la firma de demandante, demandado, alcalde y testigos. De todo ello da fe el escribano, con lo cual la fuerza juridica del documento es innegable.
Y, oh curioso, Cervantes disimula su angustia: parece decirnos ahora que el berrinche contra Avellaneda no es cosa suya, sino de sus personajes (“con lo que quedaron don Quijote y Sancho muy alegres, como si les importara mucho semejante declaración…”), aunque a nosotros no nos engaña ya el bueno de D. Miguel, que se esconde detrás de sus personajes y vuelve a hacernos un guiño cómplice, al tiempo que mima y protege a su hijo, a su personaje: a D. Quijote, nuestro Quijote, a quien llama “gran manchego”, ponderando su discreción: “Muchas de cortesías y ofrecimientos pasaron entre don Álvaro y don Quijote, en las cuales mostró el gran manchego su discreción…”
Maravilloso, insuperable y grandioso Cervantes, el cual, por cierto, termina con los asuntos pendientes: los azotes de Sancho a los árboles, no a sus espaldas, que termina de engañar asi a D. Quijote, y la credulidad absoluta del caballero andante: “de que quedó don Quijote contento sobremodo, y esperaba el día por ver si en el camino topaba ya desencantada a Dulcinea su señora; y siguiendo su camino no topaba mujer ninguna que no iba a reconocer si era Dulcinea del Toboso, teniendo por infalible no poder mentir las promesas de Merlín.”
Puede que yo esté equivocado y de hecho reconozco humildemente que será muy probable que así sea (entre paréntesis, os confieso que estoy deseando hablarlo directamente con nuestro querido Pedro Ojeda y con todos vosotros en la próxima comida quijotesca, y si estoy en un error agradeceré eternamente que me lo mostréis) pero por ahora -y mientras llega ese entrañable momento- las anteriores palabras de Cervantes junto con la apreciaciones anteriores sobre Altisidora (de que para D. Quijote Altisidora había muerto y resucitado real y verdaderamente), y otras más, como que, a propósito de los azotes de Sancho,
"No perdió el engañado don Quijote un solo golpe de la cuenta..." me llevan a afirmarme y ratificarme en mi humilde perspectiva: que D. Quijote fue completamente engañado por Sancho, no siendo consciente, jamás, de que todo había sido un engaño (
como si dijeramos se lo masticó y se lo tragó). No olvidemos que todo sucedía en la imaginación de D. Quijote, dando credibilidad absoluta a los mayores disparates porque así cuadraba con lo que había leído en las novelas de caballerias, pero no porque fuera un tonto, ni porque guardara las apariencias (es decir, no creo que
se lo masticara pero que no se lo tragara, y menos aún
que lo callara para disimular), pues me parece incompatible con el honor de todo caballero andante; además, D. Quijote decía lo que sentía y creia firmememente en sus postulados.
¿Se auto-engañaba D. Quijote?¿Disimulaba conscientemente? Que verdadero placer será charlarlo con nuestro querido amigo y maestro Pedro Ojeda y con todos vosotros en vivo y en directo, queridos amigos y amigas.
Saludos.