Y así será. D. Quijote jamás volverá a ejercer el noble oficio de las armas. La lectura de estas palabras me sigue conmoviendo hoy dia casi tanto como la primera vez que leí la novela, si bien ahora creo entender a D. Quijote mejor que antes, porque me voy acercando a su edad (
“frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años”), y ya tiene uno algo de experiencia de la vida como para entender más de una cosa. Me gusta meterme en el pellejo de los personajes de la novela, en el mundo de sus sentimientos y de sus motivaciones personales, que me ha fascinado siempre y en el cual me desenvuelvo muy agusto; me gusta narrar mis impresiones personales, muchas de ellas seguramente no las compartiréis, otras quizás si; pero es lo que a mí me dice el corazón, mi opinión personal, desde la perspectiva de mi tiempo: la actualidad. Otra cosa es la crítica literaria en si, la profesional: esta la dejo a los entendidos.
Cuando yo era joven los ultimos capitulos del Quijote perdieron para mi su sabor: todo se terminaba y D. Quijote vencido ya no era el mismo. Terminé mi trabajo casi maquinalmente, sin ilusión, ya lo dije la entrada anterior. Pero en esta lectura colectiva que estamos haciendo con Pedro Ojeda, l
e estoy sacando un sabor muy especial a estos últimos capítulos de la obra, capítulos que, en honor a la verdad, jamás me llamaron demasiado la atención, con excepción del último capitulo, el maravilloso y grandioso acto final de la obra.
Indudablemente, D. Quijote está moralmente hundido, no está “
ni para dar migas a un gato”. Cuando se le expone el problema del gordo y del flaco, responde dejando la cuestión a Sancho. Y es obvio el sentido común del ex gobernador baratario: que el gordo se “
...monde, entresaque, pula y atilde, y saque seis arrobas de sus carnes”. (A este gordo me lo traía yo a correr conmigo mis 10 km. diarios y en dos meses se lo devolvía a Sancho preparado para la carrera).
Sancho es ahora, que curioso, el paño de lágrimas de D. Quijote. Calma e intenta animar a su amo, mostrando una sagacidad impropia del escudero (“
no se quien te lo enseña”, dice D. Quijote). Se me ocurre pensar que como el Sancho de Avellaneda era borracho, glotón y no tenia gracia alguna, quizás Cervantes para marcar diferencias con el otro Sancho adorna al nuestro de estas virtudes; puede ser; aunque no lo se. Todo esto me sabe como a
guiso recalentado: no olvidemos que la primera parte Cervantes dijo de Sancho que tenia “
muy poca sal en la mollera”. ¿Entonces?
Con la anécdota de las armas, el socarrón de Sancho vuelve a meterse con Rocinante. Ya sabíamos que este “jamelgo” no era sino un saco de huesos; pero eso de decir que “
si no fuera por la falta que para el camino nos había de hacer Rocinante, también fuera bien dejarle colgado”, aparte de provocarme una sana risa (genial Sancho) me parece un “gravisimo” ;) insulto de Sancho hacia la dignidad del caballo de nuestro héroe; Sancho no se calla ni bajo del agua. Obviamente, D. Quijote responde muy en su lugar.
En cuanto a lo de Tosilos, más de lo mismo: para D. Quijote todo es obra de los encantadores. Me acuerdo de Andrés, el muchacho de la primera parte a quien su amo golpeaba diciéndole:
“la lengua queda y los ojos listos”. Mal final tuvo el pobre. Aquí sucede algo parecido. Pero nótese como Cervantes pasa por este suceso como de puntillas: quizás no le interese tanto lo que pasó con este lacayo Tosilos y la hija de la
dueñisima, ahora presta más atención a nuestros heroes, a sus sentimientos: quizás no tanto a los sucesos.
Lo que sí está claro es que a D. Quijote le han quitado el ideal de su vida: la caballería. Nunca lo superará.
No se olvide que el final, inexorable final, se está acercando. Y por eso hay algo que me gusta: ese ambiente de tristeza, de melancolía que rodeará estos ultimos capitulos de la novela, es como el final de toda aventura humana: todo comienza y todo termina. La novela se está terminando: ya no hay caballero andante ni escudero andado. Ahora hay dos personas que vuelven a su pueblo, desengañados de tantas cosas…y Cervantes, siempre magistral Cervantes, está rematando su obra maestra poco a poco, con sagacidad, con maestría, con una elegancia inimitable: el final de la obra está siendo precioso.
Si, poco a poco, estamos asistiendo al final de la inmortal novela. Que curioso, y que paradójico: cuando se pone el sol el cielo adquiere una tonalidad preciosa, quizás mas bella que nunca. No puedo olvidar a Holderling:
"En los juveniles dias, a la mañana sentia regocijopor la tarde llorabay ahora, mientras más viejo soy, dudando empiezo el diaaunque no obstante, sagrado y apacible es para mi su fin".Saludos