Los jueves, Quijote. Para el grupo de lectura del Quijote en
La Acequia.
Describe Cervantes con su costumbrado lujo de detalles lo que es el escenario de la que será la última burla de los duques a nuestros insignes protagonistas. Todo se desarrolla de noche, en un tribunal presidido, nada mas y nada menos, que por los hermanos Minos y Ramadanto, hijos de Zeus y de Europa, que vienen del infierno. Nada de encantadores, esta vez.
Instalan “el escenario” en el centro del patio, con “más de quinientas luminarias; de modo que a pesar de la noche, que se mostraba algo escura, no se echaba de ver la falta del día...”, pero ahí no acaba la cosa, pues sobre el túmulo “…ardían velas de cera blanca sobre más de cien candeleros de plata”. Bien, veamos las "puntuaciones":
En cuanto a presentación, nada que objetar: el diseño artístico, lo que ahora llamaríamos “decorados”, se merece un diez.
Y en cuanto a guión, otro diez. El argumento es sencillo pero memorable: fallecida Altisidora del mal de amores de D. Quijote (inquebrantablemente fiel a Dulcinea, y que no corresponde a la doncella “enamorada”) solo el sufrimiento físico de Sancho resucitará a Altisidora, a base de alfilerazos y mamonas, gestos hechos con la mano a modo de afrenta. Pero ahora no hay encantadores que valgan: vienen, nada mas y nada menos que Minos y Ramadanto, criaturas infernales, a terminar de convencer a D. Quijote de la virtud que tiene este santísimo escudero llamado Sancho Panza para desencantar princesas y resucitar mozas enamoradas.
Se conoce que los duques, después de tanta burla, terminan por aprender el oficio de burladores, vamos, hoy serian guionistas en Hollywood. Desde luego, hay que ver que mala es la ociosidad: si fueran duques con trabajo (o al menos con mas principios éticos), y no tan holgazanes como estos, seguro que no tendrían tiempo para burlarse de nadie. En fin: era un mal de la sociedad española de la época, en la cual, según los ingleses, había demasiados curas y monjas, demasiados nobles y demasiados soldados. Así nos iba.
Cervantes sabe crear, magistralmente, la atmosfera inicial, de modo que el lector inmediatamente se da cuenta de que todo es una burla, cuando insinúa la duda sobre que el cadáver de Altisidora fuera verdaderamente cadáver, y de la risa de D. Quijote cuando visten a Sancho ¡…con el traje de los condenados por la Inquisición…!
Esta claro que la burla va con Sancho Panza, a quien hay que hacer sufrir de lo lindo; e indirectamente con D. Quijote: hay que convencerlo de que la carne de Sancho es mágica para resucitar a doncellas y desencantar a princesas. Y D. Quijote se lo traga enterito. Y encima, atención, ¡viene una procesión de dueñas! Y ya sabemos que Sancho odia a las dueñas mas que al mismo demonio. No solo lo van a hacer sufrir físicamente, sino que encima los duques quieren mortificarlo haciendo que sean las dueñas quienes se mofen del desgraciado escudero.
Pobre Sancho: si hizo mal encantando a Dulcinea…¡que bien que lo va a pagar el pobre...! Y encima lo visten tan ridículamente que hasta D. Quijote se rie. Lo digo sinceramente: hubiera dado cualquier cosa por presenciar aquello, ya lo creo que si.
Cuando Sancho conoce su pena, protesta muy airadamente. Pero Radamanto no se queda atrás, y le dice: “¡Moriras!... ¡Ea, digo, ministros, cumplid mi mandamiento; si no, por la fe de hombre de bien que habéis de ver para lo que nacistes!” Y lo tuvo que decir de tal forma y con tal cólera que hasta Sancho calla. Ea, pues a callar y a sufrir.
Y poco mas que añadir: tras deleitarnos Cervantes relatando como Sancho (inicialmente enojado y luego resignado) sufre los alfilerazos y las mamonas, aún no ha terminado su martirio cuando Altisidora resucita. Lo cual visto por D. Quijote ocasiona que vuelva a pedirle a Sancho que se de unos cuantos azotes para desencantar a Dulcinea, a lo que Sancho contesta, con otras palabras: “hoy no, mañaaaaana”: que ya había tenido bastante por hoy.
Menos mal que Altisidora consuela a Sancho prometiéndole todo un tesoro: seis camisas. Y Sancho, en vez de mandarla a paseo, le da las gracias, se hinca de rodillas, y besa las manos a la resucitada; no sin antes pedirle a los duques que le dejen llevar la ropa de condenado que le han puesto. Como recuerdo.
Ay, Sancho…
Saludos.